como miembro de número del baby-boom del año 70, tocan a la puerta los 50 abriles. La mayoría de tan prolífica añada seguimos por aquí, pero otros cuantos más no arribaremos a la orilla de 2030. Se trata de una mera constatación demográfica, nada más, porque igual no estamos en nuestro punto más álgido aunque seguramente sí en el mejor momento de los que nos aguardan contemplando todas las variables vitales. Así que nada de catastrofismos y a por la cincuentena sin complejos, desde la certeza de que nunca fuimos tan sabios. Porque tal vez no tengamos aun claro qué queremos, pero desde luego que a estas alturas sí sabemos lo que ya no. Básicamente compañías tóxicas que malogren los instantes felices que nos queden, a partir de la consciencia de que ya tocamos la cumbre de nuestra existencia y de que en la cuesta abajo que esperamos prolongada los cenizos están de más. Porque el discurrir del tiempo nos ha enseñado a identificar las circunstancias más placenteras y a exprimir las alegrías al máximo, como a fuerza de tropezarnos hemos aprendido a levantarnos. La madurez personal y profesional constituye el mejor utensilio para encontrar nuevas ilusiones, siendo honestos con nosotros mismos, de acuerdo al contexto y en función de las responsabilidades adquiridas. Salud, coetáneos.