a política es casi siempre un lugar convulso. Incluso si las cosas van mejor que peor, los incendios políticos saltan en cualquier momento. Y si los tiempos son ya convulsos en sí mismos, como este presente de pandemia sanitaria, la convulsión habitual sólo puede ir a más. La CAV y Galicia han convocado finalmente elecciones para el 12 de julio. Será la quinta vez que ambas comunidades coincidirán en jornada electoral. Queda pendiente la decisión en Catalunya, aunque todo indica que si los catalanes acuden finalmente a las urnas este año -cosa que no parece estar ahora en la agenda del presidente Torra y sí en la de su socio ERC- lo harán en otoño. La cita electoral del 12-J en la CAV y Galicia tiene aún incógnitas técnicas y políticas que la acompañan. La situación sanitaria real de ese día y la influencia del covid-19 en el voto presencial -queda una segunda posibilidad que será volver a retrasarlas a septiembre-, las dificultades burocráticas que conlleva siempre el voto por correo, la lejanía aún de un voto telemático lo suficientemente fiable y protegido para abordar unos comicios de esa envergadura o la repercusión de todo ello en la participación. Y luego está el propio debate político y los resultados de las urnas. Será la primera votación tras la irrupción del covid-19 en nuestras vidas y será inevitable que sirvan para evaluar la gestión política de la crisis. Por parte de los gobiernos de la CAV y Galicia, del PNV y PSE, el primero, y del PP, el segundo. Pero también cómo influirá en ambos electorados la gestión del Gobierno central y las medidas adoptadas en estos meses con su apuesta recentralizadora en el punto de mira en ambos territorios. Tanto desde el punto de vista sanitario como del político. Ambas convocatorias son legítimas y lógicas democráticamente y ambos gobiernos se juegan la continuidad. Urkullu un tercer mandato como lehendakari -la repetición de la coalición con el PSE parece fuera de duda- y Feijóo repetir su mayoría absoluta o dar paso a una coalición progresista. Las encuestas antes del covid-19 apuntalaban las opciones de ambos. Ahora queda la incógnita del coronavirus como actor electoral. Y, sobre todo, de la influencia política real de la estrategia de tierra quemada de la oposición, sobre todo de las derechas y la ultraderecha, aunque no sólo, con la pandemia como principal argumento de agitación social. Política en estado puro: convulsión y morbo más allá de las certidumbres previas. Un argumento informativo y de opinión y análisis para conjugar con la monotonía del covid-19 que lleva meses acaparando todo.