ndan los mentideros políticos y periodísticos de Madrid revueltos desde hace unos días con la posibilidad de un adelanto electoral. Hablan incluso de febrero como fecha posible. No lo veo. Y menos con los Presupuestos de 2022 aprobados. También quizá porque me invade una pesada pereza solo de pensarlo. La política es una confianza extendida en las urnas para cuatro años o menos si todo se va antes el carajo. Que la política española está inmersa en un caótico barullo diario es evidente. Que eso lastra la eficacia en la toma de decisiones con el interés general como primer objetivo, también lo es. Pero no veo que ese hipotético adelanto electoral vaya a aportar una solución mínimamente positiva a todo ello. Por mucho que gurús como Pablo Iglesias o Iván Redondo estén insistentemente insinuando sobre esa posibilidad. Redondo, reconvertido de gurú en futurólogo, insistió ayer en ello y predijo que Yolanda Díaz podía ser la primera presidenta del Estado, así por decir algo que no va a ocurrir, pero que tiene venta mediática. Sánchez tiene el PSOE bajo control y maneja los hilos de la acción de Gobierno. Ir a las urnas no parece que le pueda rendir importantes mejoras en la situación actual a la hora de conseguir una mayor estabilidad institucional en el Congreso. Al menos, por lo que apuntan las encuestas. Y si se mira al PP, la cosa aún pinta peor. El PP de Casado ha entrado en el bucle de la batalla partidista, en buena medida contra el propio Casado. Protagonista de patinazos y meteduras de pata semanales -la última asistir a una misa de homenaje al genocida Franco y alegar que no sabía que la misa iba de eso-, le llueven los ataques diarios desde sus propias filas. Con Ayuso y Cayetana Álvarez de Toledo a la cabeza y los barones autonómicos del PP se centran en mirar para otro lado y dedicarse a lo suyo de intentar mantener esos espacios de poder que ya tienen. Una nueva sangría interna que acompaña a los escándalos de corrupción que siguen deambulando por los juzgados y que cada día desvelan nuevas tropelías. No se ve a Casado capaz de ganar unas elecciones y menos aún de gobernar si no es de la mano de la ultraderecha de Vox y posiblemente ni para eso le llegarán los votos. Y en la última parte de esa ecuación, también la izquierda está embarcada en su propio galimatías con el llamado frente amplio que quieren montar alrededor de Yolanda Díaz y la reorganización eternamente pendiente de Podemos, con la navarra Ione Belarra de líder tras la salida de Iglesias. También ahí se intuye más madera al fuego. Con la recuperación económica pendiente de cada más incertidumbres y las expectativas de crecimiento económico a la baja, adelantar las elecciones no tiene una pinta buena para ganar en estabilidad política que es lo que necesita un Estado con buena parte de sus estructuras en crisis. Más bien parece una invitación al avance de las posiciones extremistas de la ultraderecha y de los discursos más negativos que impulsan nuevos retrocesos democráticos y alimentan la más absoluta mediocridad en los liderazgos. Pero esto lo veo yo así desde a situación actual de Navarra, muy alejada todo ello. En Madrid, las cosas de la política y los poderes que la mueven toman las decisiones por otros intereses e inercias casi siempre ajenos a las necesidades y demandas de la sociedad real.