a sexta ola de la pandemia, esa que nunca iba a llegar según muchos agoreros, nos está golpeando en la cara como una bofetada dolorosamente inesperada. Tras un verano exultante recuperando a ritmo de sol salud y actividades ya arrinconadas en el baúl de los recuerdos, llega ahora la Navidad con el covid en la cresta de la ola y con la amenaza de la temida ómicron, la variante surafricana con capacidad para reinfectar a personas que ya han pasado la enfermedad con una virulencia que triplica la de versiones anteriores. Con este desasosiego nos encontramos en el puente de diciembre mientras miramos con añoranza las celebraciones navideñas tradicionales. Entre pasaportes covid, dosis de refuerzo, vacunas a los niños y cifras otra vez mareantes de incidencia acumulada miramos con inquietud a las declaraciones de los responsables sanitarios, donde intuimos entre líneas que se avecinan nuevas restricciones, sobre todo si no actuamos personal y colectivamente con responsabilidad para frenar al maldito bicho. La vacunación masiva se prevé como el pilar social para contener una pandemia casi interminable mientras se anuncia para este invierno una gripe más agresiva. Nos va a costar llegar al final del túnel. Demasiado.