or el tiempo que el menor de Elche dedicaba a los videojuegos pudo perder la noción de lo real”: María Angustias Oliveras, especialista en psiquiatría legal, admite que hay muchos trastornos que no se detectan en casa. No se puede entender de otra manera la frialdad con la que actuó el menor de 15 años tras matar con una escopeta de caza a sus padres y a su hermano de diez años sin mostrar ninguna señal de arrepentimiento. “Mi hermano intentó escapar pero salí detrás de él y lo cacé antes”: escalofriante. Contestó además a varios mensajes desde el móvil de su madre haciéndose pasar por ella durante los cuatro días en que tuvo los cuerpos escondidos en la vivienda. Sus padres le quitaron la videoconsola por los numerosos suspensos (4º de la ESO). Independientemente de cómo pudo acceder a la escopeta del padre una se pregunta de qué forma se cruza la cabeza de un niño enganchado a un videojuego. Quizá inmerso en un mundo de fantasía por el que escapa de una realidad que no le gusta. Cuando los psicólogos nos advierten de los riesgos de una sobrexposición al ciberespacio y a su violencia, especialmente durante la pandemia, nunca pensamos que se pudiera llegar tan lejos. Tiene que haber más factores más allá de la adicción a la pantalla. Dependencias que esconden otros problemas de salud mental que, en especial en la infancia, pueden permanecer ocultos. Un cóctel peligroso para un adolescente que nos enciende todas las alarmas como sociedad.