o sé quien saldrá triunfante de la guerra cainita que han comenzado Casado y Ayuso. Posiblemente, ninguno de los dos y el escenario final será un nuevo Congreso Extraordinario del PP. Ni uno ni otra han jugado limpio ni han dicho la verdad. Tampoco importa a estas alturas. Lo importante es que ese enfrentamiento por el poder en el seno del PP ha vuelto a desvelar lo que lleva siendo una realidad inabarcable desde hace ya muchos años: la corrupción impregna en todos sus ámbitos posibles al PP hasta la médula. No es ya sólo que el propio partido haya sido condenado judicialmente, sino que buena parte de sus principales dirigentes -especialmente en Madrid, pero también en el resto del Estado-, han tenido que abandonar la primera línea política tras haber descarrilado en los railes de la corrupción. De hecho, de eso, de corrupción, es de lo que están hablando sin pudor y públicamente Casado y Ayuso en su cruce de acusaciones e insultos. Casado señala a Ayuso por el cobro por parte de un hermano de la presidenta de Madrid de una comisión -al parecer, la cosa se mueve entre 55.000 y 280.000 euros según unos y otros-, tras la adjudicación de un contrato a dedo en Madrid por 1,5 millones de euros para mascarillas sanitarias a una empresa de un amigo de la infancia de Ayuso que nada tenía que ver con ese sector. Una comisión que la propia Ayuso admite, pero defiende como legal. Contrato a dedo, amigo, hermano, comisión, aprovechando las urgencias de la pandemia cuando el coronavirus costaba miles de muertes al día en Madrid y quizá otras más... ¿que podía salir mal? ¿En función de qué pudo cobrar el hermano? ¿Hay otros contratos similares? Exige una explicación clara y transparente, aunque tiene mucha pinta de que la propia información ya lo explica todo. A su vez, Ayuso acusa a Casado de poner en marcha, utilizando fondos públicos, una trama de espionaje hacia su persona. Y se sabe que Casado conocía la operación del cobro de esa comisión y aún así optó por ocultarla sin acudir a los tribunales y a la Fiscalía Anticorrupción. Quizá para sacarla del cajón en su momento como arma de chantaje contra Ayuso. Ocultamiento a la justicia de esa posible irregularidad, espionaje y chantaje. Todo en orden. Nada que no hubiera ya ocurrido en el PP de Gürtel, Púnica, los sobres de Bárcenas, el espionaje de las cloacas policiales de Kitchen y el interminable listado de casos de corrupción y de delitos vinculados a financiación ilegal, tráfico de influencias, pago de sobresueldos, saqueo de recursos públicos, etcétera. Pese a que el ruido mediático que controla la agenda política y judicial desde Madrid lleva años ocultado bajo la tierra del ninguneo la corrupción del PP y de que ese inmenso lodazal en que chapotea el PP no parece tener repercusión política alguna en el voto de una buena parte de su electorado, la crudeza de la escena que están representando Casado y Ayuso muestra en todo su alcance la historia real del PP: un compendio de mediocridad, chantajes, traiciones, corrupción, mentiras y autoritarismo. Casado y Ayuso y la corrupción inherente de la política española son síntomas de la gravedad de una democracia enferma ante la que mejor fortalecer la salud de la democracia propia.