ernos las caras de nuevo, sonreír sin tapujos y mostrarnos tal como somos, por dentro y por fuera, en el exterior y en los interiores. Ya teníamos ganas. Con el fin de la última obligatoriedad que quedaba de los tiempos de restricciones pandémicas ganamos mucho en las relaciones entre las personas y también recuperamos el sentido real de palabras como responsabilidad o libertad, que tanto se han manoseado. Pocas cosas hay más esperanzadoras que una sonrisa plena. Si la cara es el reflejo de lo que somos está claro que hemos estado meses sin ser nosotras mismas al 100%. Es complicado comunicarse con una mascarilla tapando medio rostro y en muchos casos hemos compartido meses con gente a la que ahora de pronto no reconocemos en esa primera vista. Aunque también hay otras lecturas, como esa verdadera cara de algunas personas que hemos descubierto incluso a cara tapada, que serán lo mismo a cara descubierta, gente de la que mejor estar lejos aunque nadie te imponga la distancia. O esos otros que en los tiempos mas duros, cuando era difícil, casi imposible, comprar una mascarilla se lucraron con ellas sin escrúpulos. Esos tienen la misma cara dura con o sin mascarilla. Hay de todo, pero me quedo con lo bueno, con la vuelta a vernos de frente, a hablar con los ojos, pero también con los gestos, a recuperar el placer de sentir y mirar plenamente. Habrá quien decida llevarla todavía, por miedo, por seguridad, por prevención y es totalmente respetable y comprensible. Pero es tiempo de sonreír y vivir a cara descubierta.