Leo con preocupación la reciente noticia de un incendio producido en una de las naves abandonadas de la fábrica de Harinas de Ilundáin, instalación situada en la muga entre Barañáin y Pamplona, junto al puente de acceso al polígono de Landaben. Aunque está en término municipal de Iruñea, siempre se le ha llamado la harinera de Barañáin ya que originariamente se construyó a partir del molino existente en el lugar, al que también se llamaba molino de Barañáin.

Cuenta el historiador David Alegría, en su magnífico trabajo de investigación sobre el río Arga y sus infraestructuras afines, que el molino ya está documentado en 1195 como el rote molendinis de Baranien perteneciente a la orden de San Juan de Jerusalén. En el siglo XVI se reconstruyó nominándose desde entonces como molino nuevo. En el diccionario de Pascual Madoz de 1837 aparece como batán de Barañáin, perteneciente a la Casa de Misericordia. Tras la desamortización de Mendizábal en 1867, fue comprado por Angel Oyarbide y, años después, en 1899, por José Ilundáin Esteban con el objeto de transformarlo en fábrica de harinas. Para ello tuvo que levantar un edificio de nueva planta necesario para adoptar el llamado sistema austrohúngaro de molienda, con la sustitución de las antiguas piedras de moler por molinos de cilindros metálicos y la instalación de novedosas máquinas de limpia de los trigos y cernido de las harinas. Este nuevo sistema de molido requería al menos edificios de tres plantas para su funcionamiento semiautomático, como así se hizo, siendo una de las primeras instalaciones de este tipo en Navarra. Durante una buena parte del siglo XX la fábrica de harinas funcionó como tal, con años de brillante producción, especialmente en el primer tercio del siglo. En 1966 sus instalaciones se ampliaron con las divisiones de panadería, pastelería, pastas para sopa y galletas. Finalmente, sucumbió a la reorganización del sector y, como otras sesenta fábricas de harinas en Navarra, tuvo que cerrar sus puertas antes de acabar el siglo. Sus instalaciones fueron abandonadas y vendidas a una empresa de construcciones que durante algunos años las utilizó como almacén de materiales. También esta entidad terminó dejando de utilizarlas años después, quedando todas las instalaciones de la harinera en situación de abandono, expuestas a cualquier vicisitud.

Aunque no queda nada del molino original, sí está en pie el edificio de principios del siglo pasado, de planta baja más tres que hoy día aún aloja la maquinaria, el motor, los molinos de cilindros y las máquinas de limpia y cernido, planchisters, triarbejones, etcétera. El resto de edificaciones anexas, incluida la recientemente incendiada, tienen menos significación desde el punto de vista histórico y patrimonial, aunque varios de estos edificios tienen la peculiaridad, poco corriente en nuestro medio, de estar construidos sobre pilotes con el fin de evitar los daños producidos por las frecuentes inundaciones provocadas por el crecimiento del caudal del Arga. La presa sobre este río se localiza unos cientos de metros aguas arriba y está en buen estado, aunque el canal suministrador de la instalación harinera esté inutilizado. No voy a entrar en este escrito en el debate sobre la conservación o destrucción de las pequeñas presas que jalonan nuestros ríos, no es el caso, aunque debe considerarse como un elemento más dentro del complejo industrial al que sirvió.

Corría el año 2008 cuando la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona incluía la conservación de la fábrica de harinas de Ilundáin en su Parque Fluvial del Arga, junto con el batán de Villava, el molino de San Andrés de la misma localidad y el molino de Caparroso en el barrio de la Magdalena de Iruñea. Simultáneamente, por iniciativa del Ayuntamiento de Barañáin dentro del Plan de Conjunto Elizpea, se proponía la recuperación de la harinera y su utilización como museo. Para ello, el arquitecto Iñaki Urkia, que ya había restaurado el batán de Atarrabia, redactó un bonito proyecto con un presupuesto total de 480.000 euros. Por razones que desconozco, aunque supongo por cuestión monetaria, el interesantísimo proyecto no se llevó a efecto.

Una vez más se va cumpliendo la secuencia de sucesos que en muchas ocasiones termina en la desaparición de edificios o instalaciones merecedoras de conservación. Tras el abandono por sus titulares, se dejan abiertos a su suerte, aprovechadas por ocupantes sin techo que acaban haciendo fuego para calentarse, terminando el proceso en incendio fortuito, destrucción de la techumbre y derrumbe final del edificio. Así ocurrió, por ejemplo, con la central eléctrica receptora que la empresa El Irati tenía junto al molino de Caparroso y que en principio estaba pensado conservar, la bonita y última casa del emblemático barrio de Curtidores también a orillas del Arga, o el caso más flagrante, el edificio que fue palacio de nuestros reyes, en la Navarrería, encima de cuyas ruinas se levantó el actual edificio del Archivo General de Navarra.

La fábrica de harinas de Ilundáin, por distintos motivos, culturales y patrimoniales, merece su conservación como muestra de aquella primera industrialización de Navarra. Urge el cierre o tapiado de sus entradas para protegerla de la previsible secuencia destructiva referida en el párrafo anterior y que termine sus días como un simple montón de escombros. Una vez tomada esta primera y urgente medida será el momento de valorar, estudiar y quizás retomar el proyecto de conservación redactado hace una década. No debemos olvidar que Navarra es una de las pocas comunidades del Estado que tienen legislación específica sobre Patrimonio Industrial, y que en los artículos 66 y 70 de la Ley de Patrimonio Cultural de Navarra (14/2005) se contempla la conservación de maquinaria y materiales con más de 100 años de antigüedad como es el caso de la harinera que nos ocupa. Quizás debieran implicarse en dicho debate y estudio sobre la conservación de la misma tanto la Mancomunidad de la Comarca y su Parque Fluvial, como los consistorios de Iruñea y quizás Barañáin y, por supuesto, la Administración central a través de su departamento de Cultura. En mi opinión, que creo y espero sea compartida por un amplio sector de la sociedad, deberíamos darle una opción de supervivencia a la antigua fábrica de harinas de Ilundáin, como muestra del patrimonio industrial de nuestra comunidad. Es el momento, es la oportunidad.

Sociedad de Estudios Iturralde