No se trata de Cicerón ni del libro de Oteiza, sino de la paciencia (de padecer) demostrada por las víctimas del franquismo, por sus familiares y las asociaciones que han reivindicado “verdad, justicia y reparación”, mucho más de lo imaginable tras el tiempo transcurrido desde 1936 y tras la llegada de la democracia.

En una nueva vuelta de tuerca, quienes no solo nunca condenaron al franquismo genocida sino que siguen homenajeándolo con descaro al amparo de una ley y unas instituciones públicas que protegen su impunidad, retoman el uso torticero de la justicia al revés, concepto acuñado por Serrano Suñer que servía para que los golpistas contra el legítimo gobierno de la República enjuiciaran por rebelión a los defensores de la legalidad republicana.

Hoy, dos defensores de la memoria histórica, que han pretendido desvelar, hacer explícito, el homenaje que mensualmente se dedica a quienes propiciaron y llevaron a cabo el asesinato de miles de personas en Navarra, ven cómo su propósito es llevado ante la justicia por quienes gestionan la cripta del golpista monumento Navarra a sus muertos en la Cruzada.

Y todo ello amparados en una legalidad e instituciones herederas directas de la dictadura, que por arte de birlibirloque garantizan desde 1977 la más absoluta impunidad para los crímenes franquistas.

Quienes esgrimen el acuerdo por el que se impide la revisión y enjuiciamiento de los crímenes del franquismo como supremo acto de reconciliación entre vencedores y vencidos, asumieron un pacto de silencio y olvido sobre las más de 140 mil víctimas ejecutadas. Allá los políticos que acordaron tal ignominia, pero las víctimas y sus familiares han seguido clamando por una justicia que sistemáticamente se les ha negado. Hoy ese clamor lo perciben hasta los más sordos.

Y entre estos se hallaban los del Partido Socialista que, a buenas horas, dicen recuperar el sentido perdido. Desgraciadamente, se les podría aplicar el dicho popular: muerto el burro, cebada al rabo. Cuando ya casi han desaparecido las víctimas que padecieron la represión en primera persona y resulta imposible aplicarles alguno de los beneficios de la sedicente justicia democrática, desempolvan la memoria del dictador que, para su sonrojo, llenó de víctimas el partido al que pertenecen. Dicen que quieren retirarlo del gigantesco mausoleo construido a su mayor gloria en Cuelgamuros.

Pero, como demostración de la impunidad existente, resulta que los familiares del dictador se niegan a que sus restos sean sacados del mausoleo. Que a eso queda reducido el problema, pues como ocurre con el de Pamplona, no se cuestiona su existencia. Tantas décadas de espera para tener que contentarse con simples exhumaciones, como si los símbolos de la ignominia desaparecieran, aunque lo que les daba forma y sustento físico sigan ahí.

Claro, que estos del pacto de silencio, o de nuestra memoria tranquila, parecen no recordar que el régimen franquista nunca fue condenado. Tampoco en Navarra fueron llevados ante los tribunales sus crímenes. Ninguno de los colaboradores han sido molestados por la justicia. Amparados en una ley para autoamnistiarse han disfrutado de impunidad, con la garantía de no tener que responder por sus crímenes ni devolver lo que expropiaron y robaron manu militari a los vencidos. Vencidos a los que siempre se les recordó su condición de tales. Resulta oportuna aquella advertencia de Walter Benjamin en sus tesis sobre el concepto de historia: “si el enemigo triunfa, ni siquiera los muertos estarán seguros. Y ese enemigo no ha cesado de triunfar”. A día de hoy miles de asesinados por los golpistas siguen desaparecidos en campos, cunetas y fosas comunes.

Sin legislación contra los crímenes franquistas ni procesos legislativos para dotarse de las leyes que corresponden a una democracia, la mala hierba ha ido adquiriendo una fortaleza que ahora se manifiesta en toda su pujanza porque nadie puso los medios para que fuese extirpada. Los que hacen profesión de franquismo acendrado no son unos recién llegados, siempre han estado aquí porque se les ha dejado. Ahora le plantan cara a cualquier gobierno con las artimañas jurídicas que les permite la actual justicia. ¿Cómo es posible? ¿Qué ha pasado para que un dictador u organizaciones golpistas puedan ser reivindicados con tal descaro ante los tribunales de la democracia? Pues porque la Ley de Amnistía de 1977 les garantiza la impunidad, porque los delitos de lesa humanidad cometidos han sido borrados, adquiriendo sus autores los mismos derechos que el resto. Y aquí no ha pasado nada.

Esta justicia heredera del franquismo, que no han considerados dignos de protección los derechos de miles de víctimas, vela celosamente por los derechos de los victimarios y sus laudatores. Como en el caso de Clemente Bernard y Carolina Martínez, que por atreverse a desvelar esas prácticas han sido incriminados. Finalmente, ha sido condenado Clemente Bernad como autor de un atentado a la intimidad de la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz, organización requeté nacida en 1939 que continúa defendiendo los mismos propósitos en un edificio de propiedad pública, gracias a que el Arzobispado se garantizó en el contrato con el Ayuntamiento el usufructo de la cripta para cederla a la Hermandad. Arzobispo que permanece mudo y garante de tales prácticas.

Pero no solo el arzobispo, ya que el contrato vigente en el Registro de la Propiedad admite que las condiciones impuestas en la firma, que exigen el respeto “con la naturaleza y origen de la edificación”, lo sean, “mientras el edificio se mantenga en pie”. Es decir, que el Ayuntamiento, como propietario de todo el edificio, tiene en su mano la decisión de aplicarle la ley de Memoria y eliminarlo. Si se trata de una alternativa legal, firmada por el Arzobispado, ¿qué razones hay para mantener en pie semejante símbolo golpista?

Tal vez también desde el Gobierno del cambio podrían explicar qué razones tienen para, en la reforma de la Ley de Memoria, excluir expresamente la referencia al mausoleo. ¿Por qué no se lleva a cabo de una vez un relato integral de lo ocurrido en Navarra? Relato sin el cual cualquier iniciativa resignificadora será un engaño. ¿Fallo de memoria? o desmemoria?

Ateneo Basilio Lacort