“Malditas las siglas que impiden la unidad de la izquierda” (Julio Anguita, 2015)

Digámoslo bien claro: la noche electoral del 26-M ha dado paso a la pesadilla, al fin del sueño de cambio para el conjunto de la sociedad navarra. Una ilusión que comenzó hace cuatro años y que puede volver a regresar al pasado más oscuro que han conocido nuestros ojos. Se diluyen las esperanzas de poder avanzar en la transformación que nuestro entorno necesitaba: Navarra ha votado sí a la involución.

El año 2015 supuso un soplo de aire fresco en los pulmones de una Navarra aletargada, sosa, que olía a naftalina, a algo añejo, apoltronada en sí misma, viejuna, y en algunos casos hasta parasitaria. Navarra estaba enferma, y toda la oposición a la histórica dupla que habían conformado UPN y PSN repartiéndose el poder se unía para abrir las ventanas de la casa y sacudir las alfombras. Pero todavía en 2019 quedaba mucho polvo por barrer. Pero no ha podido ser. ¿Por qué?

Todos los agentes políticos y sociales podrán hacer su valoración acerca de las razones que nos han llevado a recoger los resultados del 26-M, pero en mi opinión hay tres circunstancias que sobresalen sobre otras muchas y que pueden explicar el panorama del que venimos y con el que vamos a tener que lidiar en Navarra en el futuro. Sin embargo, aunque explique sucintamente los tres, me voy a centrar en el tercero de ellos.

La primera circunstancia que quiero destacar es el doble efecto que Pedro Sánchez ha tenido en la campaña electoral municipal y autonómica. Por un lado, el empuje ganador proveniente de los resultados de las elecciones generales del 28-A le ha proporcionado al PSN un viento de cola que le ha ayudado a superar la cota más baja de su historia electoral para reencontrarse con la imagen -otrora perdida- de agente con peso y relevancia en el panorama institucional navarro. Y, por otro, el propio PSN también se ha beneficiado de que la figura de Pedro Sánchez, que fue apoyado por la mayoría de los socialistas navarros en su pugna con Susana Díaz, sea contemplada como un referente nuevo de la izquierda a nivel estatal, un nuevo PSOE que no se pliega al PP y que se diferencia de él. ¿Será verdad o viviremos otro agostazo doce años después?

La segunda cuestión es que la coalición Navarra Suma ha sabido esconder los fantasmas que tiene dentro de su castillo. Esta formación Frankenstein surge, en mi opinión, con una fecha de caducidad datada en 2023, porque si los que se llaman a sí mismos regionalistas navarros (UPN) han conseguido silenciar en los micrófonos el antiforalismo flagrante de Ciudadanos y el españolismo exacerbado del PP, no van a lograrlo durante cuatro años seguidos: no van a poder seguir negándose a dar entrevistas, a responder a los medios, y tendrán finalmente que retratarse y poner rúbrica a lo que en realidad opinan sobre el régimen foral navarro. El eje de la campaña de la derecha ha sido claro y cristalino: la temible anexión, la euskaldunización forzosa y poner a quienes se sienten vascos a la altura del hombre del saco (y pese a ello los Geroa Bai y EH Bildu -esta última mejor- han aguantado en cierto modo el tirón y el desgaste propio que siempre provoca gobernar). Durante la campaña les ha servido y ahí están los resultados: lo que les suma ha sido más fuerte que lo que les resta, aunque quienes pierdan ahí sea la verdad, los fueros y la autonomía de los navarros.

Y la tercera razón, que exactamente expresa lo contrario a lo sucedido en el frente de derechas, es el reino de taifas en el que se ha convertido la izquierda (no soberanista) a nivel estatal en general, y muy en particular en Navarra. La llegada de Julio Anguita a Izquierda Unida a finales de los años ochenta aunó en cierto modo el voto de las diferentes sensibilidades de izquierdas en torno a una formación o coalición, algo que duró un par de decenios, aunque sin poder hacer frente al bipartidismo PSOE-PP que reinaba desde su entonces. Pero poco a poco esa comunión se fue desintegrando hasta el punto de ser IU una formación claramente en declive y con escasa representación sin capacidad de ser una verdadera alternativa.

Fue entonces cuando surgió Podemos, fruto del empuje de jóvenes muy preparados, con altas miras y un brío aún mayor. Pero el vigor de unos primeros años en los que parecía que por fin la izquierda conseguía un espacio para sí misma para hacer frente a los partidos del sistema establecido, ha dado paso a los tiempos oscuros que ahora nos toca padecer. De poner en jaque a los partidos del régimen del 78 gracias a la unidad de acción de la izquierda a nivel estatal se ha pasado a la proliferación, como auténticas setas, de grupos afines, semejantes, paralelos, comunes, cercanos, o como quiera llamárseles, que lo que han contribuido es a volver a la casilla de salida, en la que la izquierda se encuentra desunida, sirviendo por ello de aliada con su nula o escasa presencia en las instituciones a los intereses precisamente de la derecha.

Podemos, En Común, Compromís, Aranzadi, Ganemos, En Marea, Cambiando, Izquierda Unida? juntos, revueltos o solos lo que han provocado ya no es sólo que el propio sistema electoral fagocite a las pequeñas candidaturas (¿ni siquiera saben de qué va la barrera del 3 o 5% para acceder a las instituciones?), sino que genere una desilusión tal en sus votantes que haya provocado la desconfianza suficiente para que su voto se vaya a otras formaciones próximas ideológicamente. Pongo aquí el ejemplo de lo sucedido en Pamplona, que me parece el caso más ejemplarizante para el análisis de lo acontecido, puesto que en ella han concurrido nada menos que tres formaciones gemelas que bien podrían haber ido juntas (Podemos, IU y Aranzadi). Entre las tres han sumado 0 concejales de 17, desapareciendo del panorama político y siendo la quinta (Podemos), sexta (IU) y octava (Aranzadi) fuerzas en la capital. Yendo juntos de la mano todas las opciones habrían logrado su espacio, ya que habría sido la cuarta fuerza con 2-3 concejales; y eso haciendo la simple adición general de votos, puesto que si hubieran demostrado ante el electorado la energía y el fervor con el que llegaron al consistorio hace cuatro años (Aranzadi como candidatura local de Podemos con 3 concejales e IU con 1), la posibilidad de ser capaces de aglutinar en su seno dichos ánimos bien seguro que habría conllevado que la suma de votos fuera mayor.

La receta para el fracaso se estaba cocinando a fuego lento. ¿Es que nadie se daba cuenta en el seno de esta izquierda? La fratricida lucha que los últimos meses hemos vivido por parte de las diferentes familias que querían quedarse con toda la tarta de Podemos en Navarra (penosamente radiada en los medios), los que señalan como culpables a los demás sin darse por aludidos (ausencia total de autocrítica de los spiderman y compañía), la guinda del no a los presupuestos en Pamplona y la sobredimensionalización de los intereses particulares de los individuos sobre el colectivo, el partido y el bien común de nuestra sociedad han provocado que en Navarra el cambio haya sido una flor que ha lucido sólo cuatro años. ¿No aprendieron que la ropa sucia se lava en casa? Estos advenedizos en busca de poltrona, altavoz y un sueldo (en algunos casos) han provocado que se marchite la semilla que tanto costó plantar. Pero es que esto no sólo ha sucedido aquí en Navarra (el espectáculo en Madrid del personalismo de una Manuela Carmena que parecía tocada por la varita de la verdad absoluta frente a la diversidad da para otro artículo), y es que el enjambre en el que se ha convertido toda esta marea de siglas de la izquierda, este totum revolutum, ha hundido cientos de ayuntamientos y decenas de parlamentos a nivel estatal.

Dicho esto, quiero finalizar emplazando directamente a quienes les corresponde sacar esto adelante, las fuerzas del cambio, a que cambien las corbatas por el mono de trabajo. Toca volver a la mina; y los que no saben picar, que se aparten y se lo hagan mirar. Lo bueno es que sabemos -lo han demostrado entre 2015 y 2019- que existe luz al final del túnel. Así que a ver si la vemos pronto.

El autor es sociólogo