Fue el abogado Benet Salellas, a la sazón parlamentario autonómico por la CUP, quien acuñó la frase: “hemos enviado a Artur Mas, Felip Puig y el pujolismo a la papelera de la historia”. No era del todo cierto, ni siquiera hoy lo es, pero desde aquella investidura, que acabó siendo la del hasta entonces alcalde de Girona, Carles Puigdemont, el mapa político catalán -también en el sector independentista- ha cambiado radicalmente. La que fue eje central y aglutinador del sistema en el Principat, Convergència i Unió, no ha dejado de perder una sábana en cada lavada, como diría la traducción semiliteral de la frase hecha en el Principat.

Primero fue la marcha al desierto de Josep Antoni Duran i Lleida y el pase a la inconsistencia fáctica de su antiguo partido. Después vinieron, sobre todo, la policía patriótica española y los tribunales. Todavía está por aclararse judicialmente el grueso de las acusaciones al antiguo president Pujol y los miembros de su familia, cuentas en Andorra incluidas. Y se demostraron falsos otros dossiers montados contra el propio Mas o el exconseller y alcalde Xavier Trías, éste en plena campaña electoral.

Más allá de la presunción de inocencia, aquello del tres por ciento que proclamó y luego retiró Pascual Maragall tiene visos de realidad, hasta donde haya podido llegar, como ha ocurrido con personajes y personajillos de la práctica totalidad de las formaciones políticas que han tocado poder en cualquier parte del Estado, más cuanto más ha sido la extensión de su territorio de dominio y el tiempo de permanencia.

Por otro lado, la escapada de Puigdemont y parte de su Govern, incluidos tres de Esquerra -Comín, Bassa y Serret, dato que tiende a olvidarse- ha sido al fin un arma de doble filo. En el caso del Principat parece que tenía razón, en parte, Josep Tarradellas, cuando en sus tiempos en cada entrevista que le hacíamos criticaba indirectamente al PNV aduciendo que la política habían de hacerla desde el interior y no desde el exilio.

El gran resultado positivo han sido los pronunciamientos de los diversos tribunales europeos desestimando que se hubieran producido delitos de rebelión, ni de sedición, y todas las acciones reivindicativas en los foros internacionales. Ver en la sesión constitutiva del Parlamento Europeo tanto amarillo y las tres esteladas ante los escaños ganados con toda legitimidad por el mismo president desde Waterloo, el también exiliado Comín y el vicepresidente Junqueras desde la cárcel parecía algo más que puro simbolismo.

Cierto es que ni en Bruselas ni en Estrasburgo juegan las mayorías a favor de estas reclamaciones que, de todos modos, están sub iúdice de momento en Luxemburgo, y hasta el Supremo español ha pedido asesoramiento sobre la inmunidad del líder republicano como electo proclamado -al igual que los otros dos- incluso con el respaldo oficial de la publicación en el BOE. Pero una cosa son las instancias políticas y otras las judiciales; más allá de los Pirineos, se entiende. Y también es diferente el clima en las Naciones Unidas, donde el grupo de trabajo sobre las detenciones arbitrarias, que ya consideró como tales las de Junqueras y los Jordis (Sánchez y Cuixart), se pronunciaba más recientemente respecto de Forn -concejal electo de Barcelona- y de los también exconsejeros Romeva, Rull i Bassas.

Volviendo a la constatación principal, la antigua Convergència entre lo que queda de partido bajo las siglas PdeCAT y la coalición Junts per Sí (JxSí) a efectos electorales se percibe desde fuera como la existencia de dos grupos separados y hasta antagónicos, según los casos: el segundo, orientado por Puigdemont desde Waterloo; y el primero, sin un liderazgo claro, al menos hasta la anunciada por él mismo vuelta a la política activa de Mas una vez que acabe su inhabilitación, muy cerca de caducar.

El relevo en la vanguardia del independentismo lo ha tomado Esquerra, según han demostrado los recuentos de las generales y de las municipales. Lógico en un partido que no ha demostrado fisuras ni ha estado afectado por supuestas corrupciones de gran calado y cuyo líder ha asumido la cárcel valerosamente y con entereza. Además, sintoniza mejor con la izquierda del Estado como demuestra su apoyo implícito al PSOE, y hasta da imagen de la moderación tan alabada desde el centro, cuando parece ralentizar el avance del procès. A la larga, su única factura previsible a pagar podría ser la coalición incondicional con Bildu.

El independentismo catalán aparece dividido y dubitativo: dividido por las posiciones cada vez más alejadas entre sí del radicalismo de la CUP, la nueva moderación republicana y las dudas en el seguimiento de las consignas desde Bélgica que aplica el govern de Quim Torra, y que muchos de los que quedan de Convergencia aceptan a regañadientes por no acabar de romper la baraja. No hay que olvidar que la imagen del actual president se corresponde con quien salió como cuarto reserva después de que impidieran las investiduras sucesivas de tres candidatos precedentes de su partido.

Independentismo catalán dividido, dubitativo, pero en absoluto a la baja. Y todavía falta por llegar la sentencia del Supremo, que según todas las previsiones, por benévola que parezca al oeste de la Franja, puede producir un rearme de potencia nuclear.