las sociedades humanas tratan de preservar lo mejor de su legado histórico, para transmitirlo a las generaciones venideras. Esta actuación suele realizarse en todos los ámbitos de la cultura.

Veamos un sencillo ejemplo. El blasón del valle de Baztan, que consiste en un ajedrezado de plata (blanco) y sable (negro), tiene sus antecedentes más remotos en unos hermosos sellos familiares de la segunda mitad del siglo XIII. Representan a un caballero, con casco y espada, atacando al galope. Muestra en su escudo el símbolo heráldico, que decora también la gualdrapa del corcel. El año 1609 Lope de Vega, en su poema La Jerusalén Conquistada, alude a la participación de soldados del valle y describe esas armas. Pasados más de siete siglos, siguen siendo un símbolo profusamente utilizado en Baztan.

Pero ahora se presenta un panorama sin precedentes. El 5 de noviembre de 2019 publicaron un manifiesto, suscrito por más de 11.000 científicos de diversos países. Proclaman que en el planeta nos enfrentamos a una emergencia climática.

Existe la posibilidad de que se llegue a un colapso por razones ecológicas. Aunque el cambio climático sea el principal de los problemas no es el único. Los vertidos de plásticos y productos químicos y su integración en la cadena alimentaria humana, el enorme proceso urbanizador, las talas incontroladas de bosques o la desaparición de especies animales y vegetales, son algunas otras cuestiones. Tras todo ello está además el continuo incremento de la población, en un mundo donde muchas personas no tienen aun acceso a los anticonceptivos. Esto, unido a la pobreza, previsiblemente hará que los movimientos migratorios sigan incrementándose en el futuro.

En lo que respecta al combate contra el cambio climático, se plantea una enorme dificultad. Como sabemos, la motivación para modificar las conductas es muy pequeña, cuando pensamos que el sacrificio personal no produce un efecto perceptible. Esto es lo que hace que no sean adoptadas las medidas precisas. De hecho, la Conferencia de las Naciones Unidas celebrada en Madrid sobre este tema, ha sido percibida como un fracaso.

La alternativa más lógica consiste en una intensa colaboración internacional para resolver nuestros problemas. En líneas generales, la otra opción sería la inactividad, con el intento de las naciones más ricas para aislarse (lo que es imposible) y la indiferencia hacia la suerte de los demás. Pero esto conduciría al enfrentamiento y a un deterioro más rápido de la situación.

Cuando las personas se sienten mal, suben los niveles de agresividad. Esto resulta sumamente peligroso. Durante el siglo XX hubo más muertos por guerras y genocidios que los producidos a lo largo de toda la historia. Fue el desarrollo tecnológico el que hizo posible ese inmenso nivel de destrucción. Antes muchas personas percibían la belleza de la guerra, como sucedió con los sellos medievales que hemos comentado. Ahora ya apenas ocurre. Pero una de las posibles consecuencias del deterioro medioambiental puede ser la de que se generen continuos conflictos armados, prolongados en el tiempo. En Alemania, durante los últimos tiempos de la Segunda Guerra Mundial, mucha gente estaba desesperada por la dureza y duración del conflicto provocado por los nazis. Además de los muertos en los frentes, los bombardeos aliados golpeaban una y otra vez a las ciudades germanas. Es cuando se difundió la frase “Más vale un final horroroso que un horror sin fin”.

Si no se actúa de forma efectiva, la resolución de los problemas medioambientales será cada vez más difícil. Ante ello es posible que algunos consideren la idea de una solución final. Como, por ejemplo, optar al suicidio colectivo, para evitar una situación irresoluble de horror prolongado. Hace ya más de medio siglo se indicaba que con los arsenales de armas nucleares entonces existentes, la mayor parte de la humanidad podría ser destruida varias veces. Desde entonces la tecnología ha avanzado mucho. Cabría la criminal posibilidad de utilizar todas las armas de los diversos tipos existentes, de forma que la población mundial quedara exterminada en un periodo de tiempo relativamente breve, a fin de ahorrar sufrimientos. Habrá, por supuesto, quien planifique matar al resto para intentar salvar a su grupo. Pero esta última perspectiva, además de criminal, resultaría impracticable.

El que predominen la racionalidad y la cooperación o, por contra la indiferencia y la agresividad, hará que el sufrimiento sea menor o mayor. Previendo lo que tal vez pueda suceder, me embarga una inmensa compasión por el género humano. Pero no hay que lamentarse, sino actuar. Cada uno puede aportar su grano de arena. En este sentido y desde mi perspectiva de estudio, creo que es necesario comprender las implicaciones que derivan de las bases biológicas de la conducta, así como las pautas de actuación de los seres humanos, los más desarrollados de los primates.

También es necesario algo de optimismo. No debemos mirar solo lo negativo. La humanidad ha producido muchas maravillas y lo seguirá haciendo en el futuro. Las personas son también generosas, capaces de trabajar en equipo, actuar con tesón y sobre todo, de utilizar su inteligencia. Como sucedía con ese símbolo heráldico, en esta inmensa gesta en la que estamos obligados a participar, cada cual debe procurar que los mejores aspectos de su cultura y también de su medio natural sean conservados y mejorados, para entregarlos a las siguientes generaciones como herencia. El autor es doctor en Filosofía