ronunciar el nombre de Ana Mari Marín es hablar de Baztan. Es saborear la belleza de sus paisajes, la hondura de sus gentes y la gracia de sus danzas. Ella ha formado parte del paisaje de Baztan, se le podría identificar con una lamia protectora de la cultura que recorre sus cursos fluviales desde Bertiz hasta Amaiur.

Su actividad como pintora ocupó la mayor parte de su vida, pero siempre encontró tiempo y sensibilidad para desarrollar su compromiso público. El euskera, la música vocal e instrumental, la danza, el folklore, el teatro contaron desde siempre con su empuje y colaboración. Amante de la sinceridad, lo pasaba mal ante las injusticias. Su carácter resolutivo y fuerte escondían un corazón grande y sensible. La defensa del paisaje rural y urbano de Baztan, la actividad pública como alcaldesa jurado rompieron muchos moldes y ocuparon buena parte de su tiempo.

Artista y amiga de artistas, desde su juventud desarrolló su carrera como pintora con un lenguaje propio y un gran dominio de técnicas y materiales, del color y las formas. Argia Ikastola de Tudela, organizadora de la edición del Nafarroa Oinez de 2013 le rindió homenaje por su generosa colaboración con las ikastolas de Nafarroa, queriendo agradecer su cariño, esfuerzo y valoración de la cultura. Recibió ese reconocimiento coincidiendo con el día de la mujer por ser una mujer adelantada a su tiempo. En 2015, coincidiendo con el Nafarroa Oinez de 2015, la Federación Navarra de Ikastolas le impuso su distinción de honor. Cuando me encargo que escribiese el texto para el catálogo de su exposición Ana Marín. Toda una vida 1955-2013 en el Pabellón de Mixtos de la Ciudadela, pude comprobar en las múltiples conversaciones que mantuve con ella que le correspondió siempre la dura tarea de enfrentarse a todo, y lo hizo con pasión. Primero a la represión de una dictadura de cuarenta años; también a otras dictaduras sociales: el machismo, los convencionalismos y la intransigencia. Rompió todos los moldes y lo hizo de tal forma, que el resultado era pura belleza, alegría y creatividad.

Fue la primera mujer que ocupó cargos públicos en Baztan, contribuyó a recuperar tradiciones, y se volcó para que la cultura se abriera paso en una sociedad adormecida y carente de iniciativas.

Nacida en Paularena en 1933 en un ambiente burgués, la guerra civil cambió por completo el escenario. Pese a las estrecheces, encontró apoyos entre los suyos, que le permitieron vivir de manera digna.

Pronto se sintió atraída por el dibujo y el color. Su fuerte carácter se forjó en la adversidad. Tenía desde niña la idea fija de ser pintora y son tan evidentes sus aptitudes y cualidades, que en el colegio ya descubren (no sin asombro) su pasión por la pintura.

A los dieciséis años recibía sus primeras clases de mano del pintor Ismael Hidalgo, cuya humildad y bonhomía son un gran ejemplo para Ana Mari. Su decisión y convencimiento fueron absolutos, quería dedicarse profesionalmente a la pintura y a los diez y ocho años, con el apoyo económico de su abuela, marcharía a Madrid para recibir formación en el Círculo de Bellas Artes. De aquellos años partía su gran amistad con artistas, pintores y escultores, que orientaron su trabajo y le ayudaron a encontrar su propio lenguaje. Agustín Ibarrola, Chumi-Chumez, Jorge Oteitza, Mentxu Gal, etcétera, serían sus referentes y su amistad le acompañaría durante toda su larga vida.

La singular obra de Ana Mari se ha encuadrado habitualmente dentro de la corriente de los paisajistas “del Bidasoa” (finales del S. XIX y S. XX), aunque es posible considerar su obra como un apéndice de dicha corriente, con sus peculiaridades y su singular tratamiento del color, los temas, la expresión artística y la particular visión espacial. Su pincelada grácil y suelta, tanto al óleo, como a la acuarela, manifiestan gran expresividad. El trazo curvilíneo aporta musicalidad y movimiento a su trabajo, creando imágenes de una gran plasticidad, emparentada con la danza y el graffiti. Han sido sus códigos poéticos de ocupación del espacio; pudiéramos decir “lúdicas caricias al lienzo”, que han transmitido su amor y respeto por los temas y objetos escogidos. Ana, además de artista consagrada, cuyas exposiciones individuales y colectivas sería prolijo enumerar procuró que su obra fuera accesible gracias a las exposiciones veraniegas que organizaba, primero en Villa Balda, y más tarde en su casa Vergarenea. La hospitalidad y el gusto por confraternizar con la gente, heredado de sus padres, le llevaron a compartir la fiesta anual en el jardín de su casa de Elizondo. Allí la pintura, la música, y la amistad se fundían gracias a su impulso generador.

Ana Mari, además de artista consagrada, cuyas exposiciones y obras son de todos conocidas, ha sido siempre, desde el principio, decidida colaboradora en la organización de los Nafarroa Oinez. Siempre ha donado obras de calidad, ha abierto muchas puertas, suavizando contactos y sugerido líneas de actuación. Por todo ello, la Federación Navarra de Ikastolas le dedica este sentido homenaje póstumo, con el agradecimiento más sincero y el reconocimiento más merecido.

Goian bego!

El autor es director de la Federación Navarra de Ikastolas