a dedicación a la carrera de Bellas Artes de Isabel Baquedano Elvira fue intensa y apasionada. El apoyo incondicional del grupo familiar, que pronto capta sus grandes aptitudes artísticas, es muy de destacar en aquellos momentos de carencias hoy inimaginables. Más tarde, su madre, doña Irene Elvira y su hermana Maite se establecen en Madrid, acompañándola, ya que ha sido admitida en la prestigiosa Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Superar aquellas pruebas de acceso solamente estaba al alcance de los mejores. Su anhelo vocacional, su gran sensibilidad y su dedicación total fructificaron en un expediente brillante, que le permitiría aprobar a la primera las oposiciones a profesora de dibujo y pintura, obteniendo plaza en Pamplona (1957), en la escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos, donde ejercería hasta su jubilación.

En la década de los cincuenta, pese a la situación político social, tan poco dada a la valoración de la formación artística, dentro de la feroz dictadura militar, surgieron muchos nombres de artistas navarros: Ascunce, Baquedano, Beúnza, Eslava, Lasterra, Martín Caro, Marín, Muñoz Sola€ Todos se trasladaron a Madrid a estudiar. Poco podían hacer en una ciudad de provincias, pero todos, menos Martín Caro, regresaron y trabajaron en Navarra.

Si nos ceñimos al análisis cronológico por décadas, seguramente son breves periodos para analizar toda la vida de un artista, pero es un hecho que Isabel Baquedano expuso su obra con éxito durante tres décadas: los 60, 70 y 80 del siglo XX. Principalmente en Pamplona, Zaragoza, Madrid y País Vasco. En el 89 ya jubilada, se traslada de nuevo a Madrid y trabaja en su estudio, exponiendo muy poco, y mucho menos en su Navarra, que consideraba madre y madrastra.

Se la considera impulsora de la llamada Escuela de Pamplona, participando en numerosas exposiciones individuales y colectivas. Dicho grupo, quizá heredero de otras experiencias aglutinadoras propias del territorio: Danok, Emen, Gaur y Orain, además de propiciar el encuentro de los artistas, buscar diálogo y apertura en su campo, lleva en su seno la experiencia de los Encuentros de Pamplona (1972), hito importante, que marcó un antes y un después en el devenir artístico de todo el país.

A finales de los 70, la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Pamplona vive una notable reestructuración de las enseñanzas artísticas. Son los años en que suena como una de las mejores de España. Isabel es discreta protagonista, activa y muy comprometida con dicha evolución. Imparte clases de dibujo, modelado y análisis espacial.

Es aquí, en su tierra, donde jugaría un papel importantísimo, como consejera y generadora de inquietudes entre los muchos alumnos/as que la conocían como "la Baquedano" y que tuvieron la fortuna de disfrutar de sus clases, que le aseguraban una tranquilidad económica, para encarar de otra forma su quehacer artístico, en su estudio de la calle Yanguas y Miranda. Compatibilizó docencia y trabajo de caballete durante toda su existencia. Hubo periodos de mayor o menor dedicación a los pinceles, pero su gran producción artística evidencia su amor a la profesión, su constancia y la liberación de tantas ideas y tensiones, imponiéndose una seria reflexión ante la vida.

Su trayectoria como artista plástica es una constante búsqueda, en evolución continua, dentro de la figuración realista, en la que los sentimientos están muy presentes. Son el punto de partida de su obra. Destaca su valoración de la forma y el color, bases de un lenguaje formalista. Posee la capacidad para desdeñar incluso lo que domina, con una economía de medios que roza lo ascético. En su trabajo están presentes la introspección y el silencio, el deseo insatisfecho, la decepción, la soledad, la arquitectura urbana e industrial (autobuses, gasolineras, naves€), las escenas cotidianas de interior, y lo religioso.

Vivió al margen de un cierto anticlericalismo que se respiraba en el ambiente artístico, producto de la degradación de la representación religiosa y del rechazo eclesial a toda corriente moderna que escapara al pastiche impuesto. Ella jamás dejó de representar temas de esa índole: anunciaciones, o figuras como María Magdalena, piedades y otras escenas de la historia sagrada.

Baquedano es considerada como una de las artistas navarras más relevantes, y una de las figuras más personales de la pintura española de la segunda mitad del siglo XX. Jamás buscó notoriedad, por el contrario, vivió la discreción como norma. Se negaba a socializar. Incluso se resistía a exponer su obra, siempre bastante ajena a las modas y modos del mercado del arte. Nunca conseguí convencerla, aunque en la última ocasión de 2017 casi lo hice, para que participase en la exposición del Nafarroa Oinez que organizan las ikastolas de Navarra porque no quería exponer su obra en Iruñea. Siempre me reconoció su admiración respecto a esta iniciativa artística y cultural, por su importancia y solidez.

Celosa de su libertad y de su intimidad, de profundísima espiritualidad católica, enormemente interesada en la historia del arte, su obra es depurada, sin concesiones a lo superfluo. Aunque fija su apoyo en pintores del quattrocento, del barroco y contemporáneos, sus creaciones están tamizada por un estilo muy personal, de gran economía expresiva, de patina sorda y color plano.

Tuve la oportunidad de abrazarla, tras muchos años sin vernos, durante la celebración de la feria Arco 2017. Comimos juntos, me invitó a pasar por su estudio de Madrid, cosa que tristemente, no ocurrió. Cuando en 2018 una amiga me anunció su fallecimiento, sentí una honda pena.

Por eso, la gran exposición De la belleza y lo sagrado nacida de la colaboración de su hermana Maite y de sus amigos Ángel Bados, Juanjo Aquerreta, etcétera, que podremos disfrutar en su tierra natal, en los Museos de Navarra y de la Universidad de Navarra MUN, será una gran oportunidad para disfrutar de su obra reflexiva, aparentemente humilde, sin concesiones a la moda, llena de sutileza y sensibilidad. La obra de una artista, quizá desconocida para el gran público, que a buen seguro, será reconocida y apreciada como merece, por ser una magistral testigo de contemporaneidad.

El autor es director de la Federación Navarra de Ikastolas