ste año las cenas de Navidad han sido muy limitadas, como lo han tenido que ser también las discusiones de sobremesa ante la falta de comensales suficientes para una buena trifulca. Así que nos hemos ahorrado no sólo los habituales intercambios de opinión sobre política a los que estamos acostumbrados, sino un nuevo tema que habría surgido con unas nuevas discrepancias transversales.

Porque las diferencias políticas ya se han vuelto más o menos manejables. Incluso con el aliciente que ofrecía esta vez el poder hablar del primer año de una nueva legislatura del Gobierno central. Sí, ese gobierno social-comunista (nomenclatura importada directamente de USA) que ha tenido que enfrentarse a una pandemia, no sólo de descalificaciones internas, sino de un virus letal a nivel mundial. Y aquí entramos en materia: los negacionismos de cualquier tipo respecto a la pandemia y/o las vacunas.

Como decía, a alguien del otro bando político, tanto si nos movemos en el eje derecha-izquierda como en el centralista-autodeterminacionista, ya le tenemos la medida hecha. Podemos hacernos rabiar mutuamente o ignorar las pullas, pudiendo también optarse por el abandono del campo de batalla por ambas partes. No son excepcionales las familias en las que la política se elimina de la lista de posibles temas de debate ante experiencias pasadas poco gratificantes. Pero, en cualquier caso, ya sabemos que los otros están sumamente equivocados en sus posturas: que son obreros/pijos con aspiraciones, rojos ignorantes/chavistas, nacionalistas separatistas antipatriotas; centralistas fachas; qué sabrán ellos o ellas.

El problema surge cuando de nuestro propio bando surgen posturas que consideramos absurdas relacionadas con la situación sanitaria actual. ¿Cómo puede ser que esas personas que sabemos que comparten nuestra visión de la vida, nuestros apoyos más leales en las batallas ideológicas, se hayan pasado al otro bando? ¿Cómo puede ser que ahora se hayan vuelto unos conspiranoicos irredentos sin más base que unos mensajes de redes sociales? ¿Cómo es que no ven el negocio que van a realizar las multinacionales farmacéuticas apoyadas por la otras veces denostada OMS? ¿Es que no se dan cuenta de que el Gobierno lo está haciendo todo para controlar a la población? ¿Es que no se acuerda de la tía que murió en primavera en la residencia sin nadie que pudiera acompañarla y que esa situación puede repetirse con la abuela?

Ah, las conspiraciones, qué seductoras son. A mí las series, pelis o novelas con una buena conspiración por detrás me hacen disfrutar de lo lindo. Otra cosa es su presencia en la vida real. Porque debo confesar que yo, siendo declaradamente de izquierdas, no pienso que la pandemia haya surgido de un acuerdo entre empresas para vender más vacunas; ni que la OMS, cuya política de puertas giratorias haya podido criticar en otros momentos, tenga el único objetivo de apoyar las ventas de estas malvadas farmacéuticas. Que sí, que han tenido (y seguramente sigan teniendo) malas praxis en cuanto a sus políticas de precios o de pruebas de medicamentos (me encantó El jardinero fiel, tanto la novela, de mi querido Le Carré, como la película), pero que hasta el momento no se tienen noticias (con ciertos visos de veracidad) de que se dediquen a crear pandemias.

Tampoco creo que los diferentes gobiernos de diferentes signos hayan tomado medidas con el objetivo, no de controlar las cifras de contagios, sino de controlarnos a la ciudadanía. Más bien al contrario, pienso que las medidas en muchos casos han sido más bien tibias que exageradas (aunque a veces han podido estar equivocadas, como cuando se confinó a la infancia. Pero entiendo que fue un error debido a la ignorancia, no un deseo de obligar a la convivencia familiar a toda costa). Y dejaremos a un lado al Gobierno de Madrid, que merecería un artículo aparte.

En cuanto a las vacunas, me parece que a día de hoy nos falta información sobre sus efectos secundarios a largo plazo. Pero lo que sí conocemos son las consecuencias de no usarlas: más confinamientos, más pobreza, más muertes, más sistemas sanitarios colapsados (y como vivo con un sanitario sé fehacientemente que la gravedad de la enfermedad no es ningún invento; también por las amistades contagiadas).

Así que tenemos tema para las próximas navidades. O puede que no, que para entonces ya no haya mucho que discutir. Ojalá.