n los últimos días nos hacíamos eco de la denuncia realizada por Gurelur por la tala de árboles y arbustos en la base de una pared del roquedo de Etxauri.

El año pasado un conocido equipador navarro era denunciado por un hecho similar, esta vez en San Fausto, en Eraul.

El hecho de vivir en el pueblo que alberga una de las mejores escuelas de escalada del Estado ha hecho que para algunos la escalada, a pesar de no practicarla o haberlo hecho de manera puntual, sea una actividad cercana con la que hemos convivido desde críos y/o que han practicado muchos amigos o conocidos. También nos ha servido para conocer mucha gente de este mundillo.

He podido ver la evolución de la escalada en el pueblo en los últimos, digamos, 35 años.

A lo largo de este periodo se ha dado un cambio fundamental en la forma de entender y practicar la escalada. Estas zonas que acogieron a los primeros escaladores se denominaron escuelas de escalada. Los montañeros o alpinistas acudían a estas paredes a prepararse para sus aventuras en lugares lejanos, o no tan lejanos, como Pirineos, Alpes, etcétera. En ese aprendizaje, por supuesto, también disfrutaban aquí. La deportiva ya estaba en marcha.

La gente que nos visitaba era habitual, más o menos, y creo que nos conocíamos todos. Venían en autobús, a dedo, y en el mejor de los casos con coche propio, pernoctando en el atrio de la iglesia o los porches del ayuntamiento. Además, la cerveza en el frontón era casi obligada. Sería difícil cuantificar el número de escaladores que acudían a Etxauri, pero no eran muchos comparado con la afluencia con la que acuden hoy en día.

En todo este tiempo la escalada en estas paredes ha pasado de ser una herramienta a ser un fin en sí misma.

Ha sido la transición hacia la escalada deportiva, proceso que se ha hecho sin ningún tipo de intervención que vaya más allá de las limitaciones para escalar en determinados sectores en época de cría de aves y que se realiza por parte del Departamento de Medio Ambiente del Gobierno de Navarra, exclusión que, por otra parte, en un tiempo se hacía casi de manera natural y por iniciativa de los propios escaladores.

Creo que la conciencia de respeto hacia la naturaleza de aquellos escaladores y escaladoras era algo generalizado, aunque siempre ha habido excepciones, como en todo.

Escalada sí, pero no así

Creo que hoy en día esto se ha ido de las manos. El número de practicantes de deportiva se ha multiplicado de manera exponencial. La masificación en Etxauri y, por supuesto, en otras zonas de escalada de Navarra, es insostenible. Los coches y furgonetas ocupan, cualquier día, hasta el último rincón del puerto. Paredes con gente cada pocos metros, ocupando buena parte del roquedo. Perros sueltos, habitual. Cagadas, muchas. Muchos de estos hijos de rocódromo, y lo digo con todo el respeto, actúan como si siguieran bajo techo, chillando e incluso con este maravilloso invento de los altavoces bluetooth.

Y es innegable que esto tiene unas consecuencias en el entorno. No soy quién para cuantificarlas.

En Etxauri existen más de 1.000 vías de escalada, de diferentes características y dificultades, oferta que debería satisfacer la demanda actual. Pero no. ¿Por qué se siguen abriendo zonas, sectores o vías por doquier, a criterio del aperturista de turno, sin ningún tipo de permiso, estudio de impacto ambiental o de necesidad de ésta? ¿No hay suficientes vías como para satisfacer la demanda?

Y no es que se sigan equipando vías en estas paredes, ocupando zonas que habían sido vírgenes hasta hace poco, se va más allá y se crean nuevas zonas de escalada en auténticos santuarios, algunos de los cuales albergan águilas reales y otras especies en peligro de extinción, lugares en los que nunca se debía haber colocado una chapa. Debería estar terminantemente prohibido.

Para gran número de actividades la legislación foral es muy restrictiva, pero en este caso algunos de estos equipadores aducen que hay un vacío legal al respecto, aunque el artículo 8 de la Ley Foral 2/1993 de 5 de marzo aclara las dudas que podamos tener:

“Queda prohibido dar muerte, dañar, molestar, perseguir o inquietar intencionadamente a los animales silvestres, incluyendo su captura en vivo y la recolección de sus larvas, huevos o crías y de todas las subespecies inferiores, así como alterar y destruir sus hábitats naturales, nidos, vivares y áreas de reproducción, invernada o reposo”.

Regulación urgente

La escalada, así como otras actividades que se desarrollan en el medio natural y que pueden tener cierta similitud (por ejemplo, el descenso de barrancos) necesita una regulación urgente.

Por un lado, en las zonas de escalada ya existentes se debe realizar un estudio sobre el estatus actual, un inventario que determine la afección que la práctica de la escalada provoca en el medio. Además, se deberían determinar dentro de estas áreas las zonas no ampliables a la escalada, espacios, como comentaba anteriormente, donde no se había escalado nunca.

Las conclusiones de este estudio deberían determinar las medidas a tomar a lo largo del año relativas a restricciones de la práctica de la actividad de manera estacional o definitiva, siempre desde un criterio medioambiental. No sirve tampoco el argumento de que en una pared determinada no cría ninguna especie; es una consecuencia de esta práctica que impide que esto suceda.

En cuanto a los lugares de reciente creación, resulta increíble que alguien pueda inaugurar una zona nueva así, sin más, porque ha visto una pared interesante en un bonito lugar. Se debería estudiar la ubicación de estos espacios, el impacto ambiental, y en función de los resultados autorizar la práctica de la escalada o, por el contrario, prohibirla y proceder a desequipar la zona.

Y, por supuesto, en adelante, antes de taladrar una pared, se debería tener la autorización de los organismos competentes y el aval de los preceptivos estudios de impacto ambiental, así como una memoria justificativa del proyecto.

Porque, efectivamente, debe haber restricciones, regulación, ordenamiento, unas normas que rijan la práctica de la escalada. No todo vale, no sirve la manida frase de “el monte es de todos”. No es así. El monte no es de nadie. Y nadie debe interpretar esta regulación como una limitación de derechos, argumento también muy utilizado por algunos sectores.

Creo que algún día la comunidad escaladora deberá hincarle el diente a este asunto. Buena parte de esta comunidad es consciente de este problema y seguramente compartirá lo expuesto en este escrito. Sería conveniente hacer una campaña de concienciación sobre la manera de actuar en la montaña, en la que la Federación Navarra de Deportes de Montaña y Escalada debería jugar un papel fundamental.

También es momento de que la Administración coja al toro por los cuernos y tome las medidas necesarias para corregir situaciones que se están produciendo y que, con la sola aplicación de su propia legislación, ahora interpretada de manera laxa o simplemente ignorada, se solucionarían.