“Es arrastrado el turbio Mola, de precipicio en precipicio eterno...

Pablo Neruda

l 24 de octubre de 2016, y tras 10 meses de intensas gestiones, se iniciaron en el monumento a los Caídos en la cruzada, de Iruña-Pamplona, los trabajos de exhumación del general franquista Emilio Mola (1887 Placetas, Cuba-1937 Alcocero, España) y el 16 de noviembre del resto, incluido el general José Sanjurjo (Pamplona 1872-Estoril-1936), situados en sendos mausoleos en el monumento de Navarra a sus muertos en la cruzada. La decisión era deseada y largamente esperada por la ciudadanía democrática, harta del fanatismo conservador, y formaba parte de lo marcado por la Ley de Memoria Histórica.

Los historiales militares de ambos generales son muy similares. Participaron en la guerra colonial de Marruecos, en la dictadura de Primo de Rivera y en el golpe de Estado de 1936, donde Mola tuvo un papel relevante (el director), destacando sus criminales directrices de sembrar el terror desde el primer momento. Sanjurjo, en 1936, se encontraba en el exilio portugués tras lograr exiliarse después del intento fallido de golpe de estado (Sanjurjada, 1932) y estaba previsto que se pusiera al mando del levantamiento militar. Ambos fallecieron en accidente aéreo en circunstancias sospechosas.

Es lógico preguntarse cómo pudieron mantenerse en democracia semejantes personajes en la cripta de una estructura monumental, en la que eran ensalzados como héroes, con actos y misas de homenaje incluidos. Muy similar a otros generales del levantamiento fascista de 1936.

Sólo cabe entenderlo desde el prisma de la permanencia de aquellos mismos poderes fácticos en la conformación de la reforma del 78 y su permanencia posterior en la llamada democracia Como ejemplo concreto, vemos que en Iruña-Pamplona, el grupo UPN, con el actual alcalde E. Maya, fue el único en oponerse a las exhumaciones, al igual que se opusieron a condenar las amenazas fascistas en contra de la alcaldía presidida por Joseba Asiron de EH-Bildu. El mismo Joseba nos relata las dificultades del proceso: “fue preciso alcanzar acuerdos con el Arzobispado (el otro poder fáctico), un comité técnico forense, los familiares de los afectados y, ante la negativa de la familia Sanjurjo, ganar el frente jurídico”.

Los restos del sublevado Sanjurjo serían trasladados posteriormente y de forma escandalosa en democracia (dado que fue cómplice de una sublevación por dos veces) al panteón de los héroes de Melilla en helicóptero. El coste para las arcas municipales fue de 12.000 euros, a diferencia de la exhumación del criminal dictador Franco, que fue de más de 63.000 euros (a añadir seguridad y demás).

El precio a pagar fue también el de la ocultación pública del hecho, la privacidad del acto (inicio de noche, 00:00 horas), evitar todo tipo de protestas sociales y atender al Arzobispado y a los familiares con sumo tacto.

¿Y cómo puede ser que existiera un edificio así en democracia?

Las circunstancias de la construcción del edificio vienen descritas por el historiador Fernando Mikelarena: el primer acuerdo parte de la Diputación de Navarra en 1937, exigiendo a ayuntamientos, juntas y organizaciones de milicias un listado de caídos, con lo que se confeccionó el libro Caídos por Dios y por España, en 1951, que fue entregado a Franco en Aiete-Donostia.

Las iniciativas para construir un altar de los muertos datan de 1936, a cargo del sacerdote falangista Fermín Yzurdiaga. A continuación el Ayuntamiento aprueba dedicar sendas calles a Franco y Mola, así como erigir un monumento. Es en 1940 cuando se concreta el proyecto solicitado por Diputación al Colegio Oficial de Arquitectos Vasco-Navarro, que se erigiría al final de la Avda. Carlos III, con cúpula central, grandiosa, una cripta en cuyo centro situarían a Mola, rodeado de cinco voluntarios y, tras el altar de la capilla, a Sanjurjo. Dos cuerpos laterales servirían de museo de guerra. Los autores fueron los arquitectos V. Eusa (gran artífice junto a Mola de las políticas criminales de la Junta Central Carlista y la Comunión Tradicionalista) y José Yárnoz, miembro de la burguesía navarra. Fue visitado por Franco en 1952, y posteriormente se realizaron en la cúpula los frescos de Stolz Viciano, de alto valor expresivo (pues se equipara la Reconquista, las misiones cristianas, la Guerra de la Convención, las carlistas y la sublevación del 1936), las lápidas con los muertos del bando franquista y el traslado de los restos a la cripta, en 1961.

El carlismo navarro, junto a la jerarquía católica, impulsó las romerías de Montejurra, las marchas a Javier y la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz, siendo estos los que acapararían los actos a realizar en el monumento. Junto con la Diputación, el Ayuntamiento y la Jefatura Provincial del Movimiento organizaron homenajes y misas regulares a siniestras figuras del levantamiento, a José Antonio Primo de Rivera, a la Laureada, al duque de Ahumada, Tercio de Santiago... incluso al cardenal ustacha-nazi Stepinac. Los candidatos monárquicos carlistas Carlos Hugo e Irene homenajearon a los generales fascistas en 1964.

El rechazo al franquismo, silenciado y ocultado en la sociedad navarra, se manifestó en forma de pintadas en sus muros en 1964. ETA actuó matando a cinco de los miembros de la Hermandad. Todavía el año 2006 el obispo F. Sebastián defiende la Hermandad en su objetivo de continuar el espíritu (criminal) de quienes defendieron la fe y el Reino de Dios en la tradición española.

La tardía, siempre tardía, legislación navarra sobre la memoria histórica referente a la represión criminal de 1936 a 1939 se inicia el 2003, se continúa el 2007 y el 2018. Se intercalan resoluciones del TAN, del Juzgado de lo Contencioso y del TSJN. Todas ellas adolecen de faltar a una consideración integral de la violencia del régimen, a las víctimas, su entorno, la represión posterior y al desarrollo de una apología franquista mantenida e impuesta a la sociedad navarra hasta la actualidad.

El debate actual se centra en la actuación a seguir sobre el monumento en sí. Sobre si tomar en cuenta o no las propuestas arquitectónicas presentadas al concurso público realizado o considerar su demolición total. Pero este se agota ante la actitud de Navarra Suma y PSN en el mutuo apoyo en la inacción conservadora.

Es el conjunto monumental en sí el que debe cuestionarse como elemento físico y simbólico franquista, sin posible resignificación. La versión de que el símbolo de la dictadura fascista es mejor mantenerlo para su denuncia y resignificación como lugar de memoria es demasiado simple.

Nos duele ver semejante macromonumento erigido al ensalzamiento de la mayor masacre conocida en nuestra sociedad.

Es el monumento en sí el que debe cuestionarse y no sólo los elementos concretos del nombre del monumento. Es totalmente denunciable que permanezcan en el monumento el nombre del edificio: Navarra a sus muertos en la cruzada (renombrado como sala de exposiciones municipal), la cripta, las lápidas e inscripciones funerarias y la simbología franquista, cubiertas con paneles, por miedo al acuerdo impuesto a un ayuntamiento democrático por el Arzobispado neo-franquista.

Las actuaciones a desarrollar en el monumento a los Caídos de la Cruzada precisan de un relato integral, radical, en el que los partidos democráticos deben saber avanzar en el cambio y en el respeto a las víctimas y a la convivencia. La consecuencia evidente es que se precisa su desmantelamiento total, tras el desarrollo de una nueva ley por parte del Gobierno de Navarra, que culmine la necesaria evolución a una fase de libertades y democracia. Pero para ello hace falta rehacer un poder popular alternativo.