a palabra Orreaga resonó sobre nuestras cabezas como una flecha de oro cruzando el aire de Altzuza. Manuel Irujo, el anciano, asintió, y el joven Pello Irujo se dispuso a la tarea. Al frente del Área de Organización del renacido Partido Nacionalista Vasco de Nabarra, y alentado por los éxitos de Noain y del Alderdi Eguna de Aralar, resolvió acometer la estrategia de la conmemoración de la batalla de Orreaga. Ibañeta. Roncesvalles... historia de Nabarra tremolando milenaria en ese momento crucial del S. XX, por un lado emocionante, por otro enigmático, tras cuarenta años de clandestinidad y represión padecidos.

Irujo había sufrido dos guerras mundiales y la guerra civil española, con horror de hombre civilizado. Ejerció de ministro sin cartera y de Justicia del Gobierno de la 2ª República española, cargo asignado por el pacto que logró, 1936, tras años de reticencia en las Cortes de Madrid, conceder el Estatuto a los vascos, sin Nabarra, como protestaba su corazón. Lo requirieron en Madrid por su condición de hombre de conducta ejemplar y práctica religiosa, para lavar la cara de la República ante la Europa melindrosa. Aceptó, a regañadientes, señalando hasta el día de su muerte que él fue el precio del Estatuto.

Tan activo como optimista, aprovechó la contingencia en la Madrid sitiada, bombardeada y resistente, para acudir a las trincheras, sin más coraza que su valentía, al grito de Humanizar la Guerra impartido a los vientos huracanados de aquella contienda salvaje, pero no le pareció suficiente. Sobrecogido por los asesinatos continuos, puso en marcha el plan de una flota de autobuses que trajinaban de Madrid a Valencia, ayudado por jóvenes estudiantes vascos, entre ellos Jesúa de Galíndez. Resultó fórmula redentora logrado el salvamento de miles de personas. A nadie se le preguntó de dónde venía, sino a dónde quería ir. Irujo mantuvo relación permanente con los cónsules británicos y la Cruz Roja que reconocieron su valor y su hombría en aquel rescate singular.

No era hombre para festejar una batalla así fuera la de Orreaga. Explicó que aquel conflicto bélico ocurrido en nuestro país en el 778 de nuestra era, los baskones, especialmente en lo que hoy es Nabarra, sufrieron una invasión franca: Carlos, luego el magno, el de la capa dorada y el birrete de plumas negras, irrumpió en nuestra frontera pirenaica, en aquella primavera. Se calcula que su ejército contaba más de diez mil hombres que se dirigieron a Zaragoza, a la que situaron sin poder tomarla. Le apremió la urgencia de regresar a sus cuartes de invierno, antes de las primeras nieves. Para cubrirse las espaldas, algo previó, incendio y redujo Iruña, emprendiendo marcha hacia al desfiladero de Ibañeta que obligó al ejército a ir en línea delgada, con Carlos a la vanguardia, en la mitad la intendencia, a la retaguardia, Roldán, su sobrino, el que tocó el olifante suplicando inútil rescate. Los baskones, en un elaborado plan de ataque y precisa guerra de guerrillas, lograron una aplastante victoria sobre el ejército más poderoso de la Europa de su tiempo. Irujo convirtió la acción bélica en reivindicación de un pueblo obediente a la Ley de Árbol Malato, que condena el ataque más allá de sus fronteras, pero al que le asiste el derecho de defensa si estas son agredidas.

Siguió atentamente los detalles y debates del milenario, nombrado Arbasoren Eguna/ Día de lo antepasados, a celebrar el 15 de agosto de 1978. El acto organizado por la Diputación de Navarra, a través de su Institución Príncipe de Viana, tuvo el respaldo de la convocatoria del EBB/PNV/EAJ, aportando la participación de sus renacidas Juntas Municipales, con un servicio de orden. Coordinaba las acciones la Organización del Napar, entre los que se encontraba un eficiente Jesús Elso, el Comité Ibañeta en el que intervienen numerosos miembros de Iparralde, entre ellos Eugenio Goienetxe. Y se activó en Auritz/ Burgete un extraordinario grupo de personas para la recepción y ordenamiento en la campa de los 70 autobuses y la multitud, 25 mil personas, que llegaron, desbordando las expectativas. Hubo servicio sanitario al mando del doctor José Ma. Gerendiain. Los actos del día incluían comida popular, Pastoral, Bertsoak, Abesteak, y para quienes quería, Misa, oficiada por nuestro excelente padre Joxe Miel Barandiaran.

Se añadió al calendario, además, una excursión de dos días antecedentes, por Estella y Tafalla, de tres autobuses devenidos de Bizkaia. Se visitaron por sus connotaciones históricas los monasterios de Iranzu, Iratxe y Leire, y el saludo excepcional a Juan Ajuriagerra que accedió al balcón del hotel donde descansaba en los últimos momentos de su vida, para saludar a sus compatriotas que le aplaudieron con gravedad y respeto antes de emprender el camino a Ibañeta. Él formaba parte importante del universo del Arbasoren Eguna.

En la campa de Auritz, que se dejó por el servicio de limpieza tan limpia como nos fue entregada, tales sucesos culturales y populares se sucedieron en estricto orden por aquella multitud concentrada en recordar un día de unidad nacional. Manuel Irujo, erguido sobre sí mismo, joven y anciano al tiempo, disertó, atendió a los periodistas del mundo que acudieron a esa demostración popular extraordinaria. Sonriente e incansable dio la mano a sus compatriotas que a todos atendió: a las viejas generaciones y a las nuevas, demostrando con su vigor de viejo león de Nabarra, que el milagro de la resurrección era posible. Repitió aquel día, una y otra vez, el viejo dicho de Lizarra, que hacia posible el milagro: "Aquí estoy porque he venido".

La autora es bibliotecaria y escritora