n marzo de 2020, la Diócesis de Roma dio a conocer que, debido a la pandemia de coronavirus, el acceso a edificios religiosos de cualquier tipo abierto al público estaba prohibido a todos los fieles. La decisión se produjo después de que la Conferencia Episcopal Italiana anunciara el 8 de marzo la suspensión de todas las celebraciones civiles y religiosas en el país. La Diócesis de Roma decidió cerrar todas las iglesias y los fieles quedaron exentos de asistir a la tradicional misa dominical. El cardenal Ángelo De Donatis explicó que las 900 iglesias de Roma permanecerían cerradas, al menos, hasta el 3 de abril de 2020, día en el que terminaba oficialmente la cuarentena impuesta a nivel nacional. Un cierre que no tiene precedentes ya que algunas iglesias permanecieron abiertas incluso durante la Segunda Guerra Mundial. Y lo más llamativo de esta pandemia es que por primera vez en la historia de Occidente -y naturalmente de este país-, no ha existido la respuesta espiritual de la iglesia con el consiguiente desconsuelo de los fieles. Nadie podrá escribir la respuesta de esta institución y tampoco de los cristianos como colectividad al tremendo desafío espiritual que el covid-19 ha supuesto, porque ésta ha sido social e institucionalmente irrelevante. Por primera vez se han desvinculado los ámbitos de la religión y la enfermedad. Dios ha sido eximido por medio de las voces eclesiásticas más autorizadas de toda responsabilidad de lo que nos sucede. El ateísmo práctico ha sido, en medio del inmenso drama, el que ha gobernado en todo momento la reacción de las gentes, creyentes o no.

Por milenos la reacción frente a las epidemias, plagas, guerras y demás calamidades han sido siempre más misas, rogativas, peregrinaciones, procesiones súplicas.... La Iglesia tenía siempre una respuesta, una fuente de consuelo espiritual y esperanza en la desgracia. Baste recordar aquí la honda impresión que causó entre sus contemporáneos el terremoto de 1755, sucedido por un tsunami e incendio, que asoló la ciudad de Lisboa. Aún en hoy en día causa impresión visitar el Convento de Nuestra Señora del Carmo o la Iglesia de Sào Domingos en la Baixa, con sus paredes negras, limpias de santos y paneles de oro, con sus columnas retorcidas por el calor, nos dan una idea de la magnitud de dicha catástrofe. Era el día de Todos los Santos y las iglesias estaban llenas -la gente manifestaba que no entendía que Dios permitiera eso a sus fieles-, murieron miles de personas, unas 90.000 sólo en la ciudad de Lisboa. Las garantías de la religión y los reyes que esa religión imponían se estaban derrumbando Este terremoto sacudió las conciencias de toda Europa, influyendo de manera notable en la construcción de esa conciencia crítica que terminaría, décadas después, en la Revolución Francesa. La respuesta a la pandemia está en la ciencia, se culmina el proceso histórico de disputa entre la fe y la razón; disputa que se agudizó en el siglo XVIII, llamado también el Siglo de la Luces, con el triunfo de la razón y la supremacía de la ciencia, solo ella nos puede salvar de esta pandemia.

En tan sólo un año, los científicos e investigadores y el personal auxiliar, todos imprescindibles, con la inversión de empresas privadas y organismos de los estados, se ha logrado identificar el ADN del virus que causa la enfermedad y desarrollar una gran cantidad de vacunas, con las cuales hacer frente al mismo, el covid-19.

El problema con el que se enfrenta el mundo es la cuestión logística de su distribución, conservación y coste de las vacunas. Vemos, lamentablemente, que existen países poderosos que disponen de un número de vacunas superior a la cantidad de sus habitantes, por ejemplo la Unión Europea, y luego hay otros países que no tienen acceso a ellas. Ramón Carrillo hace varias décadas sostenía que “los avances de la medicina de nada sirven mientras no estén al alcance del pueblo”. Estas palabras de este sanitarista, verdadero padre del sanitarismo argentino, nos hacen ver que aquello de que nadie se salva solo está más vigente que nunca. De nada sirve que un país pueda inmunizar a toda su población si los países que tiene a su alrededor no lo pueden hacer

Mientras que la ciencia respondió el año pasado, la política a menudo ha triunfado sobre la solidaridad, según comenta el secretario general de la OMS. Los países de rentas altas como los de la Unión Europea o Estados Unidos terminan el año con amplias coberturas de vacunación contra la covid 19 -que alcanza casi al 90% de los mayores de 12 años en España- y con la administración de terceras dosis bien enfilada -el 80% de los españoles mayores de 60 años- y de las primeras a los niños de 5 a 11 años. Mientras, los países de rentas medias y bajas siguen luchando contra la pandemia prácticamente sin el arma más potente para combatirla, las vacunas. La mayoría de los países de África no tiene vacunado ni al 20% de su población, y algunos ni siquiera al 10%, como Somalia (7,4%), Nigeria (4,6%) o Chad (1,7%). La ONU, la OMS y los países más desarrollados cierran el año 2021 sin haber alcanzado el objetivo que se fijaron para vacunar; alcanzar el 40% de la población de los países de renta media y baja, y consecuencia de ello es la aparición de nuevas variantes o mutaciones del virus, como la variante ómicron que se detectó el pasado mes de noviembre en Sudáfrica, generalmente leve para la gente vacunada pero con un alto coste económico y social para la sociedad.

Y si 2021 ha sido el año de la vacunación contra el coronavirus, también ha sido el año de las advertencias por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de los expertos, también en España, de que la pandemia no se frenará hasta que no se frene en todo el mundo, es un desafío global; hay que avanzar en la vacunación total.

España se ha comprometido a trasferir 50 millones de dosis, de las que la ministra de Sanidad, Carolina Darías, dijo estos días que ya se habían donado 48 millones. En particular, la acción gubernamental se ha dirigido a América Latina y África, firmando varios acuerdos reventa de vacunas de AstraZeneca con Paraguay, Argentina y Honduras.

Ojalá la propagación de la variante ómicron sirva para que los países ricos den un acelerón a la vacunación a nivel mundial. “Ojala que sirviera, pero tener que esperar a una variante más letal para volver a meter el acelerador dice muy poco del sistema. Mucho me temo que el cambio de rumbo de los países de rentas altas en temas de salud pública es difícil que se produzca si no volvemos a tener aquí 1.000 muertos al día”, se lamenta Raquel González, de Médicos Sin Fronteras.