uántas veces hemos dicho u oído, como en casa en ningún lugar? La casa, el piso, la vivienda, el hogar, sin entrar en distinciones semánticas, es el espacio privado particular más potente que podemos tener y disponer para nuestro crecimiento personal. El hogar es el verdadero espacio de protección personal, porque el hogar era el sitio donde se hacía la lumbre, donde la familia se calentaba, cocinaba, comía y descansaba. Suponía un espacio de refugio ante las inclemencias del tiempo, un espacio de protección ante los peligros externos y un lugar donde poder descansar, pensar o hacer el amor con la tranquilidad que da la intimidad del espacio cerrado. En el hogar se acababa pasando mucho tiempo, y más en latitudes de climatología tan extrema.

Tener una vivienda, además de un derecho constitucional, es vital para independizarnos y crear nuestra propia familia, nuestro propio entorno protector. La importancia del hogar es tal que en él puede acontecer lo mejor y lo peor. Puede ser nuestro hogar un paraíso, un remanso de paz; o puede llegar a ser un infierno, una cárcel. En el espacio íntimo y privado, donde solo entran quienes nosotros y nosotras queremos que entren, se libran las discusiones más intensas como también se viven los gozos más gloriosos.

El hogar requiere gobierno, organización, normas de convivencia, limpieza, orden, abastecimiento, logística, mantenimiento, cocinar, etcétera, y esa labor siempre se le ha dejado y obligado a las mujeres. A lo largo de los siglos, la mujer se ha ocupado del funcionamiento del hogar, y con su acción y presencia ha ido imprimiendo un carácter, unas maneras de convivir en lo íntimo, unos valores que es interesante pararse a analizar.

Las mujeres en el espacio que se les asignó, el doméstico, en su forma de hacer, de convivir y de responsabilizarse, han manejado valores como el amor al prójimo, el cuidado al que lo necesitaba, la paciencia con el que tenía al lado, la tolerancia a ideas diferentes, el respeto al trabajo externo, la gratitud con lo que se le daba, la empatía con los problemas de los demás, la bondad, la paz, la sinceridad, la humildad, el perdón, la solidaridad con los que lo necesitaban, la valentía, la equidad entre los suyos, la honestidad, la honradez, la sororidad, la amistad, el respeto a los mayores, la confianza, la libertad...

Los grandes valores humanos se dan en el espacio doméstico. Si un hogar va bien, es el mejor espacio de aprendizaje de lo que significa humanidad. Se quejan las mujeres, y con razón, de que han sido y en la mayoría de los casos siguen siendo, las responsables y ejecutoras de las tareas domésticas de una casa, de un hogar. El hombre, hasta hace bien poco, se ha desentendido de todo lo doméstico. No hay que negar que, poco a poco, cada vez somos más los que nos incorporamos a las tareas domésticas, y esto nos hace replantearnos nuestros valores. Porque los valores masculinos imperantes en este sistema capitalista neoliberal y patriarcal van más en la línea de la competición, del triunfo, del ganar, de la acumulación de riqueza, de pelear e incluso guerrear. Se premia al hombre que desea tener poder sobre los demás, y muchas veces lo que le mueve a este hombre capitalista es la envidia, los celos, el egoísmo, el destacar a costa de hundir al que tiene al lado, al que tiene debajo, sin escrúpulos, sin piedad.

Se habla mucho de la revolución de lo íntimo, porque cuando hay respeto y amor en la intimidad de la pareja, eso es el primer paso del cambio social. Pero no nos confundamos, valorar lo doméstico no es quedarse en casa sin ser partícipes de lo público, sin poder asumir tareas y trabajos fuera del hogar. Acercarse a lo doméstico es compartir sus tareas, y quien lo hace acaba asumiendo y normalizando los valores que allí se generan. La revolución social está ahí, y es lo que ha pregonado el feminismo, llevar los valores humanos domésticos a lo público, a lo social, al modo de entender nuestras relaciones con los demás y al modo de entender cómo queremos que nuestra sociedad se organice. Porque habrá un día en el que la gente empezará a actuar de igual manera que se comporta en casa, y si en su hogar se cultivan los valores humanos, en la calle los exigirá para sentirse bien, para hacer de su territorio el hogar de todos y todas.

Estamos en un buen momento para dar el salto definitivo, para darle la vuelta a este sistema social que nos impide el desarrollo igualitario entre las personas, todo depende de nosotros y de nosotras. Tenemos que tener en cuenta que aquel hombre que no se involucre de lleno en las tareas domésticas, se estará perdiendo la gran lección que toda persona necesita aprender para humanizarse; y aquella mujer que renuncie a lo doméstico, está olvidando la gran aportación que sus antecesoras hicieron para humanizar este mundo y su tendencia será parecerse a ese hombre detestable.