l cambio climático constituye una de las mayores amenazas para el futuro de la humanidad. Si no se pone límite a las emisiones de gases de efecto invernadero, los efectos sobre la naturaleza, la economía y las personas serán catastróficos, y, por tanto, hay que redoblar los esfuerzos para su reducción.

El Sexto Informe del Panel Intergubernamental de científicos sobre el cambio climático de Naciones Unidas (IPCC), hecho público recientemente, viene a decir que estamos en casi una de las últimas tentativas para hacer frente a la crisis climática y que es necesario apostar por otro modelo, donde progresivamente se abandonen los combustibles fósiles.

En los últimos días, tras la invasión militar de Ucrania por parte de Rusia, se ha puesto en primer plano las derivaciones energéticas que tiene este conflicto, de carácter importantísimo desde el punto de vista estratégico, y la gran dependencia del Estado español y europea de los combustibles fósiles.

La guerra nos está haciendo ver que no se puede seguir con el actual modelo energético, que depende casi totalmente de los combustibles fósiles, y que, por otra parte, contribuyen de forma tan importante al cambio climático. Y no se trata de sustituir unos proveedores de gas por otros, sino avanzar lo más rápidamente con otro modelo que nos aleje del carbón, el petróleo, el gas y la energía nuclear, y que nos conduzca a la democratización de la energía, el ahorro y la eficiencia energética y a las energías renovables.

También es necesario que esa transición energética sea justa y, de esta forma, proteja a la población más vulnerable, y que no fomente el empobrecimiento de la mayoría de la ciudadanía con el actual sistema tarifario, donde el precio del gas está marcando el precio de la energía sea cual fuere la fuente de la que proviene esa energía.

En lo que respecta a Navarra, esta situación que estamos viviendo está teniendo unas enormes repercusiones desde los ámbitos económico, social, ambiental...Refiriéndome al cambio climático, las cosas van mal. Las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando, y responde a que el modelo socioeconómico es auténticamente desarrollista. Las emisiones totales de gases de efecto invernadero en el período 2018-1990 han aumentado un 14,09%, mientras que en la Unión Europea en el mismo período han disminuido un 23%. El sector transporte es el que más ha crecido entre 1990 y 2018 (50%).

En cuanto a los impactos del cambio climático y a las proyecciones climáticas, los diversos estudios realizados por el Gobierno de Navarra u otros organismos indican un aumento generalizado de las temperaturas para finales del presente siglo si no se hacen esfuerzos serios y decididos. Los impactos en el medio natural afectarán seriamente a los recursos hídricos, edáficos, a la biodiversidad y los bosques. Respecto a los núcleos urbanos, el incremento previsto en las olas de calor, así como en general en las temperaturas máximas y mínimas, agravarían el efecto de isla de calor, que ya se está produciendo.

La lucha contra el cambio climático debe tener en cuenta cuestiones como cuánta energía se necesita, cuánta necesitamos para vivir sin despilfarro, y en qué medida podemos bajar el consumo energético si queremos conseguir los objetivos de reducción de emisiones cero en 2050. Sin duda, se trata de un reto difícil, complejo, dadas las escasas competencias que tiene nuestra comunidad y la inserción en una economía globalizada. Pero, al menos, deberíamos comenzar por impulsar una economía local, ecológica, descentralizada, en lugar de macroproyectos eólicos y fotovoltaicos, el Tren de Altas Prestaciones (TAP) y Minas Muga.

Vistas así las cosas, la Ley de Transición Energética de Cambio Climático que ha sido aprobada por el Parlamento de Navarra no está a la altura de la crisis climática que afronta nuestra comunidad, aunque tenga aspectos positivos, algunos de ellos introducidos en las largas sesiones de debates realizadas en la Comisión de Desarrollo Rural y Medio Ambiente, en las que participé. En este sentido, cabe destacar que se haga referencia a los objetivos de reducción de emisiones de la UE y a su obligatoriedad en el cumplimiento -reducir un 55% de las emisiones para 2030 y alcanzar la neutralidad climática para 2050-, pero, sin embargo, no se define cuánto Navarra contribuirá a su cumplimiento, que queda pendiente. Y esto, en la situación de emergencia climática en la que estamos, choca con la necesidad de abandonar de forma muy acelerada los combustibles fósiles.

Sí que hay otros aspectos positivos en la ley, entre otros, como la potenciación de la generación renovables con participación local a través de las comunidades energéticas. Sin embargo, un tema que es muy polémico y donde ha habido numerosas movilizaciones, cual es la instalación de grandes parques eólicos y fotovoltaicos que pueden acarrear de construirse grandes impactos a la biodiversidad, al paisaje y la desaparición de suelos agrícolas muy productivos, la nueva ley lo despacha con la elaboración de un mapa en el que se establecerá qué zonas estará prohibidas y qué zonas serán autorizables para la instalación de parques eólicos y fotovoltaicos en el plazo de un año. Pero, ¿no será ya tarde, incluso en el caso de que se hiciera en ese plazo?

Otro tema fundamental es el de la fiscalidad verde. Es absolutamente necesario un modelo de fiscalidad ambiental que penalice actividades y conductas para ir cambiando el modelo de producción y de consumo y de movilidad. La nueva ley recoge, tras un acuerdo de última hora entre EH Bildu y los socios de Gobierno, el compromiso del Ejecutivo foral de presentar en dos años medidas de fiscalidad verde, como impuestos y tasas, pero también incentivos para quienes no contaminen. En esta cuestión vital, la nueva ley se queda menos que a medio camino.

Desde luego no es la mejor ley foral de cambio climático que se podía aprobar.

El autor es experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente