uando llegó el gol de Mata, Osasuna se quedó en blanco. De pronto, vio que el plan que tenía de partido se venía abajo tras el único error de Roncaglia en su labor de vigilancia sobre Cucurella. Hasta ese momento, todos los movimientos, las faltas y las fricciones respondían a lo esperado entre dos contendientes que saben de las virtudes y las carencias del otro. No era tanta la intención predeterminada de sorprender al rival con una propuesta futbolística no contemplada por los analistas como ver quien flaqueaba antes en esa lucha cuerpo a cuerpo, quien perdía los nervios o la posición en el campo. Porque el equipo que marcara primero tenía el noventa por ciento del objetivo conseguido. Y el Getafe, que siempre estuvo lejos del marco de Herrera en la primera parte, rompió los planes por unos centímetros, por el pie de Moncayola que las rayas del VAR detectaron más retrasado anulando el fuera de juego de Mata que había sancionado el juez de línea. Quedó Osasuna, decía, al descubierto en sus intenciones. El centro del campo no reaccionó ante la superioridad de Arambarri, Maksimovic y Cucurella, y en esos minutos en los que el partido pedía otra cosa, más balón, más circulación y juego por las bandas, el único plan llevaba la B de Bordalás. Y aquello fue lo acostumbrado: más faltas, más pérdidas de tiempo, más pozales de barro al juego. Todo perfectamente legítimo porque tampoco el Getafe es ahora mismo el equipo mandón y resolutivo de la pasada temporada. Así que no vale quejarse, porque Osasuna, salvo las dos apariciones de Marc Cardona en los últimos minutos, expuso muy poco -cuando el partido lo exigía- para no salir derrotado. Ni agotar los cinco cambios le dio resultado a Arrasate; su planteamiento sujetó cualquier amago ofensivo de ambos laterales y cuando pidió abrir el balón por las bandas en la última media hora, el Getafe ya estaba en posición de contención, ahí por donde es muy difícil meterle mano.

Pasamos, pues, del optimismo de una ordenada primera parte a la frustración de no observar una capacidad de reacción en el equipo. Tampoco es que en el inició la aportación ofensiva fuera más allá de unos tímidos disparos de Rubén García y Torres, pero en ese tramo Osasuna estaba más cómodo en el partido. Era más reconocible, como pedía Arrasate el viernes. Pero el 1-0 no solo descompuso a los rojillos, también puso sobre la mesa las lagunas en el juego de ataque en los momentos de máxima exigencia, y que futbolistas importantes como Roberto Torres no han alcanzado aún su punto de juego. Calleri, que intervino en el último cuarto de hora, tampoco pudo alterar el statu quo.

Como la lectura del partido arrastra siempre por delante la sentencia del resultado, cabe preguntarse a toro pasado si Osasuna no condicionó la estrategia al estilo del rival; si el entrenador no pensó más en darle la réplica a su colega que hacer uso de las armas que tiene su equipo y de los gestos que le han hecho reconocible; si a la hora de trazar el plan no pesaron más los dos anteriores enfrentamientos que probar cosas nuevas e inesperadas. Porque al final, cuando el 0-0 dejó de ser el objetivo que sostenía el encuentro, el reto de seguir sumando, no había una tabla a la que agarrarse. Y eso dejó bastante desnudo a Osasuna y a su entrenador.