Entre la normalidad impuesta por la pandemia está el fútbol sin público, cosa impensable hace sólo un año; ahora, rutina a cada jornada que hace de los estadios recintos silenciosos, con gritos y reclamos de los propios protagonistas, los jugadores, como única banda sonora.

Osasuna jugó hace un año, el 1 de marzo de 2020, su último partido fuera de casa con público en las gradas. El escenario fue grande, el Sánchez Pizjuán, y el público asistente, numeroso, 31.382 espectadores según los datos que facilitó el Sevilla. Algunos aficionados rojillos estuvieron en aquella cita que no se sabía entonces que iba a resultar histórica. La victoria fue para los locales (3-2), con goles de En-Nesyri -minutos 13 y 93- y Ocampos -minuto 45- para el Sevilla, y Aridane -minuto 63- y Roberto Torres de penalti -minuto 73- para el equipo dirigido por Jagoba Arrasate.

Como todo encuentro en el estadio sevillista, el ambiente fue tenso, intenso, exigente con el visitante, en este caso Osasuna, a toda presión la olla en cada pugna discutible o acción penalizada por el árbitro, a quien siempre se pide más.

Además, el partido se desarrolló conforme a algunas de las pautas que suelen suceder por ahí: hubo una expulsión -la de Sergio Herrera en el minuto 53 por despejar un balón con la mano fuera del área-, emoción en el marcador -Osasuna fue capaz de empatar una diferencia de dos goles con un jugador menos- y un injusto gol en el tiempo de descuento en pleno ataque en tromba del Sevilla, que premió su insistencia pero castigó en exceso el esfuerzo de los rojillos. El público de allí se lo pasó de maravilla, y Osasuna lo sintió. Hace un año.