En un párrafo

uando inventen el sufrómetro -algo con cables a la cabeza, al corazón y al estómago, como poco-, ya saben dónde probarlo: en la afición rojilla. “¿Qué necesidad tengo de pasarlo tan mal, en vez de esperar a que acabe el partido, ver cómo ha terminado, llevarme el disgusto o la alegría y ahorrarme todo este rato interminable de angustia y zozobra?”, se preguntaba el miércoles más de un hincha (eso sí, sin poder apartar la mirada de la pantalla). El caso es que hubo final feliz, que ya tenemos un punto más de los que los más pesimistas habíamos presupuestado en el cuádruple duelo con los cuatro primeros de la Liga, y que la fiesta continúa, conscientes de lo que somos pero sin marcarnos límites. Y si el madridismo se enfada con el catenaccio, que alguien le explique que defender es igual de fútbol que atacar; y que Osasuna hizo mejor lo primero que el Real Madrid lo segundo; y que punto ser punto.