n medio nacional lanzaba el otro día esta pregunta en las redes sociales: “Mi hijo es zurdo, ¿debo preocuparme?”. Vaya preguntita. Como si fuera un defecto de fábrica o una limitación. Aunque, bueno, en un mundo en el que se maltrata por método al diferente -sea albino, pelirrojo, obeso o gay-, y en el que hay países en los que a los zurdos aún se les intenta reeducar -en China se les obliga a ser diestros-, quizás sí que haya que preocuparse, pero no por el hijo sino por los demás. Eso sí, con una excepción: en el deporte, un zurdo es un privilegiado. Por puras matemáticas: si solo hay entre el 10% y el 15% de zurdos, es mucho menor la competencia para hacerse con esos puestos específicos para zurdos que hay en muchos deportes -fútbol, balonmano...- o para brillar en otros -tenis, béisbol, tenis de mesa...- en los que está demostrado estadísticamente que es una ventaja. Una bendición.