ues habrá que hablar más. Profundizar en el diálogo. Llegar al fútbol por la palabra. Por lo que han contado unos y otros -el último, el entrenador en la víspera del partido- en la plantilla faltaba comunicación; y ya se sabe que en un juego de equipo hay que compartirlo todo y ser una piña. En principio, me inquieta esa aseveración de Arrasate cuando dice que “los jugadores se han unido”. ¿Eso quiere decir que no estaban tan unidos como todos creíamos? ¿Que las largas semanas de malos resultados han abierto fisuras en el grupo? ¿Que la suplencia y la falta de minutos sobre el campo genera incomodidad en el trato con algunos futbolistas que han perdido protagonismo? Son preguntas que puede hacerse cualquier aficionado. Sea lo que sea, algo está pasando (o pasaba si damos por buena la versión de Arrasate) y ello, obviamente, está lastrando el rendimiento de Osasuna. Dando por bueno lo anterior: ¿cuál ha sido el papel del entrenador en esta, al parecer, crisis interna? El responsable de la plantilla y el club se han dado un plazo para la reflexión en el contexto del diálogo para la renovación del contrato que, según los primeros planes, la entidad quería cerrar en este mes de enero. Y no va a ser así, lo que me parece lo mejor para ambas partes a la hora de adoptar una decisión. Hay que seguir hablando.

Hablar más para jugar mejor. Si analizamos el efecto de la charla grupal sobre el partido, las cosas tampoco han cambiado mucho ni en lo que concierne a la alineación ni al sistema de juego. Digamos que esa terapia cara a cara surtió un efecto estimulador ayer durante el primer cuarto de hora. Osasuna salió al campo mandón y presionante, con dos ocasiones de hacer gol en los dos primeros minutos, con un pelotazo de Budimir contra el larguero. No se podía esperar mejor puesta en escena. Pero esa aparente autoridad se fue diluyendo tan rápido como los buenos propósitos. La pérdida de intensidad en dos acciones defensivas dio oportunidad al Celta para sentenciar el encuentro en dos de los tres remates que dirigió al marco en toda la noche. Y es que hay que trasladar al campo el discurso del vestuario, hablarse para no permitir que el lateral derecho del Celta cace un rechace en el borde del área o que los contrincantes salgan en dos toques sorteando la débil presión en una jugada en apariencia inofensiva en banda. Los mensajes valen para muy poco cuando emites esas señales de debilidad, de equipo muy vulnerable.

En este contexto, las expectativas de mejora siempre han estado depositadas en el liderazgo de Arrasate, regla que ahora no parece tan firme. El entrenador lo arreglará, pensamos todos, pero no está resultando tan sencillo. Además, se echa en falta un alter ego en el campo, alguien que sea referente y autoridad para sus compañeros, como lo podía ser Oier, pero el capitán cada vez aparece menos; y, la verdad, tampoco se adivina una figura que pueda ponerse a la cabeza del grupo, papel que debiera adoptar David García pero que ayer se adivinaba en Juan Cruz en algunos momentos del partido. Esa figura, la de líder y referente, es fundamental en estos momentos.

Así que a seguir hablando: pero más hechos y menos palabrería.