Conservaba los datos recopilados de los partidos de Osasuna con el celo de un guardián de museo. Esas carpetas perfectamente clasificadas, las antiguas actas de las reuniones de la junta directiva, las fotografías en blanco y negro…, todo ese material era su meticuloso trabajo de décadas en el tiempo que le dejaba libre su puesto de administrativo. Como todo tesoro, el suyo había sufrido algún expolio; por eso, las consultas había que hacerlas en estos últimos años a su vista en el improvisado cubículo que había organizado en un hueco de la tribuna de Preferencia, donde a duras penas lograba mantener en orden tanta documentación y donde tres personas ya eran multitud. Sin disimulo, vigilaba el trato que el visitante daba a los documentos: no era por desconfianza, era por responsabilidad.

Toda esa ardua labor, partido a partido, es el legado que deja José Mari Iglesias Echeverría, empleado del club durante 53 años (1942-1995) y que falleció ayer en Pamplona a los 92 años de edad. Los osasunistas más veteranos le conocían bien, ya que atendía consultas, expedía tarjetas de socios, cobraba recibos a domicilio y era parte inseparable del paisaje de las viejas oficinas de la Plaza del Castillo, donde trabajó con numerosos presidentes (de Lizarza a Garro) y varios gerentes. Uno de estos, Ángel Vizcay Martínez (padre del gerente del mismo nombre envuelto en el escándalo de amaño de partidos y salidas de dinero del club), le animó a zambullirse en la recopilación y actualización de los datos del equipo, tarea que ha realizado mientras la salud se lo ha permitido, en concreto hasta las tres últimas jornadas de la actual Liga, tanto del primer equipo como del Promesas, según relataba ayer su hijo.

Pese a estar jubilado (o por eso mismo), Iglesias acudía todas las semanas a su refugio de El Sadar a seguir manteniendo las cosas en orden en ese espacio frío que en invierno calentaba con una estufa. Pero la explosión de la pandemia y los achaques le aconsejaban no salir de casa. Fue su hijo José Mari, también empleado en las oficinas del club, quien se encargó de llevarle las carpetas, la vieja máquina de escribir y montarle el archivo en su domicilio. Desde ahí siguió casi hasta el último momento con la tarea que inició en 1944.

Osasunista

Iglesias era osasunista a jornada completa. A su trabajo de oficina unía la relación que mantenía con futbolistas y exfutbolistas, directivos de cualquier etapa, entrenadores, e incluso ejerciendo de forma esporádica labores como ojeador. A su buena vista se atribuye el fichaje del olitense Félix Ruiz (hijo), uno de los mayores talentos que ha dado el fútbol navarro.

Es obvio que a Iglesias le gustaba el fútbol. De joven se alineó como extremo derecho en equipos como el desaparecido Anaitasuna y el denominado reserva de Osasuna, una especie de Promesas pero que no participaba en competiciones. Esa situación de cercanía le permitió cumplir el sueño de vestir la camiseta roja con el equipo profesional, aunque fuera en un amistoso celebrado en Peralta como homenaje a los rojillos por el ascenso a Primera división en la temporada 1952-53.

Iglesias, que ingresó en el club como botones a los 13 años, conoció las mejores y peores etapas de Osasuna; en ese sentido, siempre ponderaba el buen trabajo realizado por Fermín Ezcurra para sanear una entidad siempre deficitaria. En esos años se consolidó también su relación con José y Victorino Casado, Nemes Esparza y Eutinio Cibrián, a quienes era habitual ver pasear por las calles del Casco Viejo pamplonés.

Su hijo Jose Mari continuará ahora con la labor de recopilación, tarea en la que le echa una mano su hijo Óscar, tercera generación de los Iglesias en el club. El archivo de Osasuna sigue en buenas manos.