xiste la creencia, bastante extendida entre el osasunismo, de que su equipo pierde carácter cuando no juega bajo presión. Hay en el ADN de Osasuna una secuencia de días críticos, de partidos a todo o nada -que pasan de futbolista a futbolista y de generación en generación-, que activan todos los recursos de supervivencia y lo que parece imposible se hace realidad. No quiero decir que el hincha de Osasuna sea masoquista por naturaleza, pero lejos de la disputa de títulos y finales, ese tipo de encuentros a mala cara a final de temporada suponen una carga de pasión y de cercanía que se vive como un hecho extraordinario. Dicho esto, no es menos cierto que ese comentario aflora cuando el equipo ha realizado una campaña cómoda y los resultados le han deparado un desenlace tranquilo por anticipado, sin entrar en esos pleitos tan dramáticos de las últimas fechas. Pero el no tener otros objetivos (a Osasuna le basta con uno) conduce a situaciones como las de estas semanas recientes, en las que el entrenador aprovecha para hacer todo tipo de pruebas y los futbolistas para probar ante el aficionado cómo es su rendimiento a baja presión. Porque los partidos más recientes, desde la segunda parte de Elche, están deparando algunos de los peores momentos de la temporada. La primera mitad de ayer en San Mamés es buena muestra de ello. La imagen en un escenario donde se examina con lupa el fútbol propio y el del rival, fue patética. Osasuna era incapaz de hacer dos pases seguidos, solo cruzaba el medio campo a base de pelotazos (que casi nunca encontraban destinatario) y no llegó a ensayar el remate a portería. Con lo que se veía en el campo, era como para preguntarse qué ha hecho ese equipo de verde para ser el noveno mejor de la Liga o cómo está el nivel del Campeonato si ese es uno de los inquilinos fijos de la zona media.

Es comprensible que el entrenador quiera agitar las alineaciones y hacer pruebas, pero ni a él mismo le gustó lo que estaba viendo sobre el césped porque ordenó dos cambios en el descanso. Manejar esos estados de ánimo destensados debe ser complicado más allá de la profesionalidad de cada uno o del desgaste provocado en los cuerpos por una competición tan intensa. Pero a falta de un partido para cerrar el curso, esto de los cambios y los experimentos no ha salido nada bien. Osasuna no ha ganado ninguno de sus cinco últimos partidos y solo ha sumado tres puntos de los quince posibles. Hay mejores formas de acabar el Campeonato.

Y vuelvo al principio. Osasuna necesita de la presión, del hambre de puntos, para no relajarse y ofrecer la versión más cercana de lo que es o pretende ser. Ayer apretó al comienzo de la segunda mitad y arrinconó al Athletic. Algo parecido sucedió contra el Getafe. Secuencias de buen fútbol en pequeñas dosis, a veces en ramalazos individuales. En fin, es una queja fuera de tiempo y en voz baja. En estas circunstancias siempre me vienen a la cabeza algunas reacciones del legendario Fermín Ezcurra, que estallaba cuando leía que los aficionados se habían aburrido (y era así) en algún partido ganado por Osasuna, o cuando alguien le soltaba aquella coletilla que le enfurecía de “un año más” en Primera, como si fuera tan fácil. l

2,8 millones supondrían los ascensos del femenino y del Promesas. El osasunismo celebraba ayer el ascenso del Promesas y la victoria del femenino. Según las primeras estimaciones del club, jugar en 1ª RFEF supondría un gasto de unos 1,6 millones de euros, y la presencia de las chicas en Primera, alrededor de 1,2 millones.