El radar no detectó la presencia de Saúl. Asoma pocos minutos en el campo desde que regresó del Chelsea. En un fútbol en el que las métricas condicionan la preparación de los partidos y su desarrolló, en el que el margen de improvisación es cada vez menor, un factor no contemplado se acaba pagando caro. Por eso el error cotiza alto. Y castiga como una condena sin margen de revisión. Así que en un duelo planteado por ambos entrenadores sobre una base de minimización de los riesgos, de auto protección, solo podía romperse el 0-0 con una acción no sometida a estudio previo o cuando menos considerada secundaria. Y esa fue la aparición desde la nada de Saúl, que no marcaba un gol en Liga con la camiseta del Atlético desde hace dos años. La firme estructura defensiva que Osasuna había sostenido durante más de setenta minutos la rompió el cuadro visitante no con una creación de Griezmann o un desmarque de Correa, sino con un pase largo desde campo propio a un claro del terreno que debía ser tierra de nada y de nadie. ¿A quién miras buscando responsabilidades cuándo te marcan un gol así: a los centrocampistas, al pie de David García que rompe el fuera de juego, al analista..? Como diría el Chapulín Colorado, “no contaban con mi astucia”.

Osasuna y Atlético de Madrid se miraron desde el principio con el respeto propio de dos equipos parejos en la clasificación pero algo impropio si atendemos a sus características naturales. Los rojillos domesticaron su fútbol de intensidad, de velocidad y ritmo –que es lo que parecen pedir estos partidos de sangre caliente– con otro más pausado, tratando de conservar el balón y descargando el desenlace de la posesión en la imaginación y recursos de Abde. En la foto que resume la primera parte aparece David García con el balón en los pies junto a la línea de medio campo, parado y observando un horizonte en el que no hay apenas espacio para filtrar un pase. En el juego de pérdidas y robos de pelota, el espíritu de conservación de Osasuna acabó convirtiendo a Aitor Fernández en uno de los jugadores que más tocó el balón con los pies y en uno de los más activos pasadores en largo. Que el guardameta pateara la bola más que Chimy Ávila habla del plan de Arrasate… y de las dificultades que planteó un rival que nunca miró a Osasuna como a un equipo menor, quizá porque ya no lo es.

El caso es que cuando las métricas no habían podido evitar el 0-1 –tras sendos remates de Moi y Chimy con aroma de gol– hubo que recurrir a la épica, al doble 9, a la granizada de balones al área, al fútbol de ida y vuelta y al portero que sube a rematar los saques de esquina. El aficionado pasional, satisfecho con el partido que había realizado su equipo, echaba en falta, sin embargo, ese juego de guerrillas, de Kike García contra el mundo, de Kike Barja contra los límites del campo. ¿Jugando toda la tarde como el último cuarto de hora se hubiera ganado el partido? También es verdad que en ese caldo de cultivo el contragolpe del Atleti se cuece con más sustancia… No sé, me queda la sensación de que las métricas ahogaron a la épica.