pamplona - En su segundo mandato logró lo que había intentado sin éxito cuando accedió a la Alcaldía, la Carta de Capitalidad, una herramienta que se ha demostrado fundamental para el desarrollo de Pamplona y que en muchas ciudades sigue siendo una referencia de primera magnitud. Aunque hace ya 14 años que dejó la actividad política, acepta la invitación de este periódico para recordar aquel episodio y hacer alguna valoración sobre la ciudad que una vez tuvo que dirigir. Llega puntual a la cita, con un carpeta que de vez en cuando ojea en la que guarda copias de los documentos que hace casi dos décadas fueron objeto de una tensa negociación sobre la Carta de Capitalidad. Tiene buena memoria y un aspecto que en nada aparenta sus recién estrenados 81 años.
¿Qué recuerda de aquella negociación?
-Ahora lo que me provoca es una sonrisa, porque tuvimos que pelar y negociar mucho. Fue muy duro.
¿Cómo se les llegó a ocurrir que Pamplona debía tener una consideración específica?
-Mi interés porque Pamplona tuviera un reconocimiento especial comenzó en mi primer mandato. En 1987 nos encontramos un Ayuntamiento bajo mínimos, con una gran deuda y con los proveedores esperando en la puerta para cobrar. Planteamos una serie de medidas al Gobierno, entre ellas que la ciudad tuviera unos ingresos suplementarios con los que afrontar los gastos que se generaban. Me reuní con el entonces presidente Urralburu para exponerle la situación y recordarle que buena parte de la deuda fue generada en el anterior mandato, con un alcalde socialista (Julián Balduz). Conseguí un crédito de 3.500 millones a interés cero y con cinco años de plazo antes de comenzar a amortizarlo. Al menos se solventó la deuda y el gasto corriente, pero nos faltaba capacidad para inversiones y era importante porque todas las capitales del país estaban en esa dinámica de crecimiento.
¿Cómo fue su segundo intento?
-En 1996, nada más tomar posesión, fuimos de frente al Gobierno tripartito pidiendo la Carta de Capitalidad, con un planteamiento fácil de entender: que Pamplona subiera la actividad comercial no tenía impacto en la ciudad, porque el IVA se lo lleva el Gobierno foral, pero en cambio el Ayuntamiento debía poner todo lo necesario para que la actividad económica fuera bien. Al final se llegó a un acuerdo en 1996, pero saltó lo de Otano, se cambió el gobierno, llegó UPN con Miguel Sanz y se paralizó todo.
¿Tuvieron que negociarlo todo desde el principio?
-Sí, aunque las cifras eran las mismas, porque los técnicos del Ayuntamiento y del Gobierno ya ha habían cuantificado todas las partidas que debían ser incluidas. El problema fue que en la negociación se incluyeron otros asuntos, como la adhesión de Mendillorri o la instalación del cable, que complicaron mucho el asunto.
¿Cómo de difícil resultó?
-Mucho. En algún momento tuve la sensación de que el Gobierno de Navarra se estaba burlando del Ayuntamiento de Pamplona. Recuerdo alguna rueda de prensa que di para poner esto de manifiesto y alguna carta que envié en el mismo sentido.
¿La discusión fue solo por el dinero?
-Era lo que importaba. Todos los aspectos estaban cuantificados y la cantidad que se estableció fue de 1.800 millones de pesetas. Llegó un momento en que pensé que Pamplona se iba a quedar sin esas aportaciones que resultaban tan fundamentales, pero entonces apareció el cable y la posibilidad de que el Ayuntamiento asumiera su instalación con operadores privados. Por lo que se ve a alguien del Gobierno le entró el pánico y se cerró el acuerdo de la capitalidad. Los mayores beneficiados serían los alcaldes que vinieron después, ya que iban a tener unas posibilidades de inversión de las que yo y mis antecesores carecimos por completo.
La primera en beneficiarse resultó ser Yolanda Barcina.
-Lo de menos era quién estuviera en la Alcaldía, lo importante era que Pamplona iba a disponer por fin de unos ingresos para poder competir con otras ciudades, donde las inversiones empezaban a ser destacadas.
¿No se lo llegó a agradecer?
-No, era mi obligación como alcalde.
¿Qué valoración hace 20 años después de aquello?
-Buena, creo. Solo hace ver los grandes proyectos que se han impulsado en Pamplona desde entonces. Nada de eso se hubiera podido acometer sin la Carta de Capitalidad.
En cierta forma lo que vino después también es un mérito suyo. Resulta extraño que nadie se lo haya querido valorar.
-Era algo que estaba en mi trabajo. No fui al Ayuntamiento para recibir felicitaciones o para pasear en las procesiones, llegué para solventar los déficits de mi ciudad. Creo que ese es el objetivo de todos los que llegan a una Alcaldía.
Por cierto, ¿se imaginaba entonces que algún día podía haber un alcalde abertzale en Pamplona?
-No (rotundo). Estaba muy lejano. Algunas veces he reflexionado por las razones por las que ha sucedido esto, tengo mis conclusiones, pero me las reservo para mi armario particular.
¿Podría desvelarme al menos una?
-Creo que si tienes una mayoría, la labor de un político es conservar los apoyos que tienes y procurar que la minoría no se una. Pero si esa minoría se junta entonces puedes tener un problema.
¿Sigue pendiente de la política?
-Algo. He estado muy pendiente del año que hemos estado sin gobierno, lo que me apareció absurdo. Me asombra que los partidos se ocupen más de quitar votos al resto que de solventar los problemas de los ciudadanos. ¿Para qué están ahí?
¿Su mejor acierto como alcalde?
-(Se lo piensa). Fueron 8 años como alcalde y tres como concejal y creo que se hicieron grandes cosas en una época difícil, con muy poca financiación y un clima muy tenso. Hicimos el saneamiento de las orillas del río Arga después de conseguir 1.000 millones de pesetas de la Unión Europea a fondo perdido, lo que entonces no resultó sencillo; la adhesión de Mendillorri, el relanzamiento del Camino de Santiago y claro está, la Carta de Capitalidad.
¿Qué le parece Pamplona ahora?
-No encuentro grandes cambios, aunque creo que ha cambiado y espero que para bien.
¿Qué les diría a los que están ahora gobernando?
-Que nosotros supimos gobernar siendo una minoría. Ahora son cuatro fuerzas, pero con un denominador común. Antes no, porque iba desde el centro derecha que era CDN, a la izquierda de IU pasando por el PSN. El abanico ideológico era mayor y hubo que gobernar desde el diálogo. Antes se hablaba menos, pero se dialogaba más. Se consensuaba todo entre los tres para que no hubiera tiranteces. Teníamos una mayoría, pero había reticencias.