No cabe duda que el desarrollo del juicio por el asesinato de Nagore Laffage ha causado no sólo alarma social sino también una tremenda rabia y un rechazo absoluto a la sentencia dictada. Nagore ha pasado de la noche a la mañana de víctima a verdugo, mientras que su asesino, "víctima de un arrebato y del alcohol", ha intentado recabar la conmiseración social para acabar como el "bueno de la película". Nagore ha sido asesinada, condenada y negada su libertad, su derecho a elegir vivir en igualdad, a ser respetada y con ella lo hemos sido todas las mujeres.

El asesinato, el maltrato físico y psicológico, la violación, la anulación como persona... forma parte de la vida cotidiana de miles y miles de mujeres que, en la mayoría de los casos, se sienten impotentes ante la apatía generalizada de la sociedad y de los poderes institucionales y políticos. Por eso, la sentencia en el caso de Nagore nos ha enfadado tanto, porque ahora además de la apatía institucional y política tenemos que admitir la impunidad. Sí impunidad es el nombre más apropiado para una sentencia que cataloga lo que es claramente un asesinato como homicidio, con el único objetivo de rebajar la pena del acusado, contemplando atenuantes que si no fuera por la gravedad de la situación nos moverían a risa. Esta sentencia ha puesto en evidencia que contra las mujeres vale todo y que ese todo no tiene en la práctica casi ningún coste, dejando claro también las diferentes varas de medir de la "Justicia", lo que ha llevado a mucha gente a preguntarse ¿cómo es posible que haya jóvenes que pasen más años en la cárcel por la supuesta quema de un cajero que por asesinar a una mujer? No es fácil asimilar las razones esgrimidas por el jurado para considerar el asesinato de Nagore como un homicidio cuando existían pruebas claras de que se trataba de un asesinato. No para nosotras, las mujeres y para muchos hombres.

Pero seguramente, ser conscientes de los modelos que aprendemos en la escuela, la publicidad machista que machaconamente recibimos desde el día de nuestro nacimiento, las películas y series de televisión que un día tras otro asimilamos, sibilina pero eficazmente y, por qué no decirlo, ser conscientes del hecho de que el asesino tuviese dinero y perteneciese al lobby más influyente en Navarra, el Opus Dei, nos ayuden a comprender mejor, que no a compartir, lo ocurrido.

Nagore fue asesinada por el simple hecho de ser una mujer que, en el ejercicio de su libertad, se atrevió a decir NO y eso fue inadmisible para Yllanes, macho dominante en una sociedad patriarcal a quien se le debe rendir acatamiento y pleitesía. Los roles y los modelos se siguen transmitiendo a pesar de las campañas a favor de la igualdad, porque éstas no pueden contrarrestar las ingentes cantidades de dinero que los grandes lobby invierten en sus campañas publicitarias en las que se sigue utilizando a la mujer como objeto de deseo, sin que se adopten medidas legislativas que pongan fin a esta utilización sexista. También la escuela sigue siendo una herramienta de transmisión de los valores tradicionales que siguen potenciando, en muchos caso, la desigualdad entre las niñas y niños, asignándoles roles establecidos en función del sexo.

Demasiadas palabras se han vertido estos días. Pero de nada sirve la palabra sino va acompañada de la práctica. De nada sirve denunciar si la denuncia no va acompañada de medidas eficaces y eficientes que erradiquen y empiecen a poner freno al machismo que existe en nuestra sociedad, que es la verdadera razón de que haya tanta violencia hacia las mujeres.

El asesinato de Nagore Laffage sigue teniendo pendiente su cita con la justicia y el resto de mujeres seguiremos aquí, peleando hasta conseguir destruir el machismo imperante, enseñando a nuestras hijas e hijos a luchar por sus derechos, a luchar para ser libres e iguales, a luchar hasta conseguir superar las barreras patriarcales sin tener que dejar la vida en ello. Seguiremos exigiendo justicia para Nagore, para Yamiled, para Mª Puy y para todas nosotras, porque las luchas de hoy son las garantías del futuro.