¡CUÁNTO se está hablando y se escribe sobre Roncesvalles en los dos últimos meses! Comentarios, desenfocados muchos de ellos, que siembran turbaciones y disgustos en nuestras gentes que aman a Roncesvalles y que no desean que desaparezca su cabildo.

Nos agrada leer en la prensa que "los canónigos están haciendo bien su trabajo a pesar de la edad" o que "los actuales canónigos son cercanos en el trato y están muy involucrados en los pueblos de la zona". Sentirnos queridos y deseados nos agrada y lo agradecemos.

Al mismo tiempo, se ha hecho un juicio de intenciones, insinuando que nuestro arzobispo "busca pretextos" para ocultar otras intenciones no confesadas. Esto no es del agrado de este cabildo. Lo rechazamos por ser falso e injusto. A don Francisco -nos consta- le duele la situación de Roncesvalles y está cogiendo el toro por los cuernos.

¿Cuál es, pues, el problema de Roncesvalles? El problema es el número y edad de los cinco canónigos que en la Colegiata vivimos. Solamente a uno podemos calificarlo de joven. Dinámico sacerdote, pero de salud limitada, pidió venir a la Colegiata para cuidarse y atender las necesidades de las parroquias de alrededor. Sirve las parroquias de Valcarlos y de Espinal sorteando el puerto de Ibañeta con sus 26 kilómetros. Los otros cuatro canónigos rondamos o superan los ochenta años.

Entonces, ¿qué hacer? ¿dejar las cosas como están hasta su extinción? Nuestro arzobispo quiere evitar que Roncesvalles acabe siendo como otros santuarios que hay en Navarra (Ujué, el Puy, Codés...). Santuarios atendidos por un sacerdote que compagina dicha atención con el trabajo pastoral en pueblos de los alrededores.

Nuestro arzobispo piensa que, aunque la parroquia de Roncesvalles sea pequeña, la importancia y afluencia internacional de peregrinos a la Colegiata exige la permanencia en ella de una comunidad de sacerdotes al servicio del santuario y de las parroquias de la zona. No se soluciona el problema con parches, con el envío de algún que otro sacerdote joven. Así se ha hecho en los últimos años con resultados efímeros. Hace falta una solución de estabilidad y continuidad. Dice el vicario general: "Nos gustaría que hubiera para Roncesvalles cuatro o cinco sacerdotes jóvenes bien preparados". Y para ver si esto es posible ha enviado una carta a todos los sacerdotes diocesanos con esta pregunta: "¿Te sientes llamado y capacitado, con la ayuda de Dios, para ser canónigo de Roncesvalles?". Próximamente se reunirá el arzobispo con su Consejo de Presbiterio, órgano que aglutina a representantes de todo el clero navarro. Allí, en vista de las respuestas de los sacerdotes, se decidirá qué hacer.

Navarra sufre una grave escasez de sacerdotes. Hay pueblos grandes que en la actualidad esperan la llegada de un nuevo párroco y, entretanto, son atendidos por un sacerdote de algún pueblo vecino. O son atendidos por religiosos de algunas congregaciones que ofrecen ayuda a la diócesis. A falta de sacerdotes navarros, están sirviendo pueblos de nuestra diócesis sacerdotes venidos de otros países.

Ante la gran dificultad de encontrar una solución para Roncesvalles con sacerdotes navarros, nuestro arzobispo ha entrado en contacto con una comunidad de Benedictinos de Santa Otilia, congregación joven y potente en vocaciones que tiene su casa madre en Baviera (Alemania). Esta congregación cuenta en el mundo con más de cien mil monjes y ha abierto casas en Corea (con 144 monjes) o en Cuba. Algunos son de habla castellana. Teniendo en cuenta que el pasado año durmieron en Roncesvalles casi cinco mil alemanes y otros ochocientos diecisiete coreanos, no es difícil darse cuenta del servicio que esta congregación puede ofrecer a esta casa.

Invitados por nuestro arzobispo, han venido a conocer Roncesvalles. Se dieron cuenta de que el santuario ofrece muchas posibilidades pastorales y creían que, caso que se les llame y ellos aceptaran la oferta, sería preciso desplazar aquí al menos seis monjes que atendieran el santuario y la zona pastoral. Dejaron bien claro que ellos no vendrían si los sacerdotes diocesanos no estuvieran de acuerdo. Y en este momento la cosa está dilucidándose. Por tanto, nada hay decidido.

Hay que dejar bien claro que si finalmente los monjes se decidieran a venir, no se les vendería Roncesvalles a ningún precio. Simplemente, pienso que se les confiaría la gestión pastoral administrativa en las condiciones a convenir y por un plazo limitado de años. Y si pasada la actual crisis vocacional de Navarra se dispusiera de sacerdotes para atender la Colegiata y las parroquias de la zona, todo volvería a ser atendido por la diócesis.

Todo está, pues, en que los sacerdotes navarros estén dispuestos a venir a Roncesvalles para (con los canónigos actuales) hacerse cargo de la Colegiata y de los pueblos de la zona. Si la necesidad nos obligara a acudir a la ayuda de los monjes y ellos aceptasen la petición, "merecería la pena aprovechar esta oportunidad", nos dice el vicario general.

Es cierto que podríamos objetar que vienen de fuera, que no son de los nuestros. El mismo vicario general nos ofrece una sana respuesta: "si nuestros antepasados se hubieran dejado guiar por este criterio, en Navarra no existirían ni conventos ni monasterios. En realidad, tampoco existiría la Iglesia". Es necesario un gesto de humildad y de apertura por parte de todos. Así como Navarra ha dado tantos misioneros al mundo, ¿por qué no habríamos de recibirlos con un corazón agradecido si estuvieran dispuestos a venir? Hace unos años un grupo de sacerdotes navarros -el grupo de Aquisgrán- fueron a trabajar como sacerdotes a Alemania.

"No son de los nuestros". Hace cincuenta y seis años, cuando de fuera llegaron los benedictinos al monasterio de Leyre, tampoco eran de los nuestros. Y el abad de la comunidad hoy es un monje navarro. Y su prior es hijo de Burguete. Y la comunidad está perfectamente integrada en Navarra.

Si ahora vinieran a nosotros monjes de Alemania, ¿por qué no se podrían integrar? En nuestra mano está el conseguir que se sientan a gusto entre nosotros. Pero si ya antes de llegar o de que den una respuesta, se lo ponemos difícil, la integración no será posible. Y seremos nosotros los que habremos perdido esta oportunidad de solucionar la situación de la Colegiata.

"Roncesvalles es algo más que el camino de Santiago", dicen algunos. ¡Desde luego! Las romerías, las procesiones, la cofradía... Pero si vienen monjes, todo esto no tiene por qué desaparecer, mientras los cristianos de esta zona luchen por conservarlo vivo. Al contrario, estamos convencidos de que los monjes las propiciarán y enriquecerán desde su experiencia pastoral. Pero no olvidemos que el fin para el que se fundó Roncesvalles no fue otro que la acogida espiritual y corporal a los peregrinos jacobeos. Y para el servicio de estos se fue dotando a la Real Casa de todo su patrimonio económico. Y se constituyó una cofradía que velara por el mismo fin. Y la mayor parte del año (que son los días laborables) participan en la Eucaristía con su presencia casi exclusivamente los peregrinos. El pasado año fueron 52.389 los que pasaron por nuestro santuario según las estadísticas. La mayor parte de ellos extranjeros. De ahí la necesidad imperiosa de que los sacerdotes que atienden el santuario deban conocer al menos mínimamente varios idiomas.

Que nadie se lleve a engaño, nuestro deseo sería que no tuvieran que venir monjes a Roncesvalles. Eso supondrá la extinción (por jubilación) de un cabildo ocho veces centenario, cuya historia he mamado (he sido archivero en la Colegiata durante trece años) y con la que me siento profundamente identificado. Somos los canónigos los más entristecidos con la idea de que el cabildo pueda desaparecer, quizá porque en nuestras familias no hemos sabido transmitir la fe a las nuevas generaciones y por eso no surgen jóvenes que quieran entregar su vida al Evangelio. Hoy son pocas las familias que ven llegar a uno de sus hijos al Seminario. Ahí está la raíz del problema de las vocaciones. Y la raíz del problema que atenaza el futuro de Roncesvalles. No podemos exigir sacerdotes autóctonos, por la sencilla razón de que no hemos hecho demasiado por crearlos.

De mis setenta y cuatro años, más de cuarenta y cinco los he vivido en el Arcirprestazgo de Roncesvalles. Dudo que supiera vivir sin estos montes que me rodean. Me he ofrecido a don Francisco para seguir en la Colegiata con nuevos canónigos o con monjes, ayudando en lo que pueda mientras mi salud me lo permita, sobre todo, colaborando en la celebración de la misa dominical en los pueblos hasta que llegue el momento en que mi salud me exija retirarme a una casa de descanso. Ojalá me pudiera ir con un sabor agridulce, de pena por dejar la Casa, pero de alegría de ver que la vida en ella sigue pujante, a ser posible con canónigos diocesanos.

Desde mi experiencia de más de cuarenta años en la Colegiata os ofrezco esta reflexión personal. Sobre todo, con la intención de sembrar paz y tranquilidad en las buenas personas que están viviendo esto con preocupación o temor. La Virgen de Roncesvalles no va a permitir que su casa desaparezca. Y a nosotros, sus viejos canónigos, tampoco nos abandonará "en la vejez y en las canas", como bien dice el salmo.

Y si vinieren nuevos inquilinos y permiten que viva con ellos, aquí encontraréis a este amigo de muchos años.