Vive desde hace dieciséis años en Madrid, pero un fondo buitre les está invitando, entre comillas, a dejar su piso y buscarse otro lugar. Hasier y su marido han puesto los ojos en sitios como Bilbao o Tenerife, porque no se ven viviendo en Baztán. En su lugar de origen, a Hasier muchos le conocen con el hijo del aizkolari. Su padre, Patxi Larretxea, es uno de los mejores en este deporte. Él también lo practicó, pero al final cambió el hacha por el bolígrafo y el ordenador, y lleva más de una década escribiendo, además de ser trabajador social (afirma disfrutar estando al lado de personas que tienen enfermedades mentales crónicas).

Acaba de publicar el libro de poemas Otro cielo

Ja, ja, ja… Ajuste de cuentas diría que no. Va de hablar con los antepasados. Trato de convivir con la mística y con el imaginario rural. Es difícil decir de qué va un poemario, pero intento reflejar en él la infancia, esa riqueza que se puede expresar en imágenes, en matices… En estos poemas hay creencias que he tenido y de las que me he tenido que ir desprendiendo.

¿Creencias?

En relación con la religión y en cómo hay que convivir con ella de una manera equilibrada y sana. Creo que en este libro hay un retorno desde una mística y pienso, aunque está mal que el autor lo diga, que es un regreso desde una madurez literaria y esencial.

¿Se ha reconciliado con su pasado?

Sí, sobre todo porque ese pasado es mi fuente de inspiración. Mi pasado y mi inspiración son esas imágenes del valle del Baztán, la naturaleza, todo lo que he vivido cuando iba con mi madre al caserío… Hay una infancia y una juventud muy poderosa en un imaginario rural.

Dicho así casi parece bucólico, pero usted se fue del valle.

Reconociendo todo lo dicho anteriormente, es cierto que tuve la necesidad de volar, de ir desprendiéndome de lo que me aferraba a ese lugar. En el tercer capítulo hablo de diferentes cuestiones que nos empequeñecen. Embarro la poesía para sacar el fruto, lo clarividente. Hay una construcción de imágenes telúricas, algunas son salvajes y otras más livianas, de esa vida rural.

Desde la ciudad idealizamos la vida en el campo, y sin embargo, puede ser también muy cruel, ¿no?

Fácil no es, sobre todo cuando la vida del día a día se basa en la agricultura y la ganadería. Yo provengo de familias humildes que viven del caserío, familias que han tenido que luchar por tener una vida. Cuando tú no tienes esa calma de la tumbona o del sofá y te enfrentas al paisaje desde la necesidad de comer, la mirada es muy diferente. Yo dispongo de esa mirada más práctica y también de la mirada de quien vuelve de la ciudad después de los dieciséis años que llevo en Madrid. Eso sí, ya digo que el ámbito rural tiene un poderío inmenso.

¿Un poderío que engulle?

Puede ser. Acabo de estar en Baztán y he podido disfrutar de esos paisajes inmensos. He hecho senderismo, donde purifico el interior. Es muy sano, pero son lugares donde resulta más difícil encontrarse a sí mismo.

Parece una contradicción. Siempre hemos pensado que el silencio y cierta soledad ayudan a conciliarse con uno mismo.

Sí y no. Hace poco lo hablaba con mi madre. Sean cuales sean tus características y tus circunstancias, seas gay o no, en el mundo rural nos cuesta un poco expresarnos, nos cuesta rasgar el silencio e ir un poco más allá. Este libro choca con ese silencio y con las cosas preconcebidas.

Pero ser gay en el mundo rural tiene que ser mucho más complicado que en una ciudad.

A priori, sí, aunque yo no tenía referentes. Todo lo relacionado con la homosexualidad eran insultos o reproches, eran situaciones en negativo. Había desprecio hacia lo afeminado. Bajeza, eso era lo que había al respecto. Desde la preadolescencia crecí con una premisa, vivir mi vida en plenitud. No hacía daño a nadie por mi orientación sexual, aunque es normal que a tus padres les cueste entenderte al principio y aceptar la diferencia.

¿Tenía ganas de escapar de ese ambiente rural que podía resultar asfixiante para usted?

Recuerdo que cuando iba a Kattalingorri, en Pamplona, las oficinas de información LGTBI, le llevaba trípticos a mi madre sobre cómo hablar con tu familia. Tenía quince años. Sí, claro que tenía ganas de irme, pero también les ocurre a otras personas, y no son gays. Pienso que ahora en el mundo rural han cambiado mucho las cosas, ya no son los 90. Se vive diferente en muchos sentidos.

Larretxea acaba de lanzar un nuevo libro de poemas.

¿Se puede vivir de la poesía o tiene algún trabajo alternativo?

Llevo unos doce años trabajando de educador en el ámbito de la salud mental. Atiendo a personas con enfermedad mental larga y duradera. Mis estudios han ido por lo social. Creo que es sano y necesario tener un trabajo. Es cierto que a veces sueño con estar unos meses sin empleo y sueldo para dedicarme a escribir alguna novela que tengo entre manos, pero como no tengo cargas familiares por ahora, el horario de mi trabajo facilita mi labor literaria.

Las personas con las que trabaja podrían ser fuente de inspiración. Tienen que tener historias muy intensas...

Sí. Hace años, un editor en euskera me propuso que hiciera un diario. Yo trabajo en domicilios y entornos cercanos. Estas personas me abren sus puertas, algunas viven solas, otras con sus familiares… Es cierto que dan para muchas historias.

Pero prefiere irse a sus lugares de origen.

Escribir de mi lugar de origen es abrir otra ventana en mi vida. A veces, escribir sobre lo que ha acontecido en mi día a día es como arrastrar el trabajo a casa. Este planteamiento es un poco psicológico, pero siempre he tenido en mente poder abordar lo que hago de una manera más directa. Tengo algún relato escrito.

Su mochila laboral tiene que llenarse en demasía con los problemas de las personas a las que ayuda. ¿Influyen en su vida privada?

Me dan mucho amor. He aprendido mucho en el ámbito de lo social, sobre todo en estos tiempos en los que en el discurso político está el tema de salud mental, estas personas me aportan mucha cercanía. Me dan muchísimo y me levantan el ánimo. Que me cuenten su vida y sus dificultades me hace revisar las mías. Un compañero psicólogo decía que muchos de los problemas que teníamos eran burgueses u occidentales. Es cierto que a veces la mochila se carga. En ocasiones, he tenido que acompañar a alguna de estas personas a hacer un ingreso hospitalario o he temido un suicidio, así que te curtes mucho con este trabajo. Reconozco que hay días en los que necesito que mi entorno me cuide un poco, porque termino sobrecargado.

Las zonas rurales están llenas de silencios y soledad, ¿se pueden llenar con el ruido y las voces de la ciudad?

Tampoco. Puede haber mucho ruido y mucha gente y sentirte solo. También puedes estar solo en el pueblo y tener una soledad acompañada, con tu perro, con tu bosque, y con plenitud.

¿Se siente solo en la ciudad?

No, no es mi caso. Yo soy de los que han sentido la soledad en el mundo rural. Quizá es donde he tenido mayores dosis de tristeza durante los inviernos. En la ciudad tengo mucho brío. En la gran ciudad hay una buena oferta cultural y personas de diferentes orígenes. Es lo que me llena el alma.

¿Volvería a vivir en el Baztán después de su experiencia en Madrid?

Mi marido y yo estamos mirando mucho el tema de la vivienda, porque un fondo buitre nos echa del edificio. Nosotros tenemos trabajo y medios para movernos, pero en ese edificio hay abuelas y abuelos, gente con discapacidad… Estamos vecinalmente ayudando.

¿Tienen pensado ya un lugar de residencia?

Estamos mirando la situación, porque en Madrid es muy complicada. Estamos mirando Bilbao, una ciudad que desde mi adolescencia cumple con los requisitos para que yo pueda vivir. Está cerca del mar y cerca del bosque. También hemos pensado en Tenerife, aunque el ritmo es más calmado y sería estar en la periferia de la periferia. ¿Vivir en Baztán? Si familiarmente se requiriera, sí, lo haría, pero en un principio estoy bastante hecho a la ciudad. Me costaría volver a vivir en el mundo rural. Si estuviera cerca de una ciudad, quizá.

Le conocen como el hijo escritor del aizkolari. ¿Le molesta?

Para nada. De hecho, yo lo fui. Iba a cortar los troncos con mi pelo desteñido. Ahora hablo mucho con mi padre. Hablamos de aquellos silencios soterrados que ocultaban toda la historia. En el mundo de los aizkolaris yo era la esperanza de la comarca por ser un Larretxea. Yo sentía el peso de ese legado, un peso que he ido liberando con la literatura. Me parece bonito que me llamen así. Me parece una lección la que ha dado mi padre desde el cariño y el respeto que me tiene. Considero un ejercicio muy bonito de cara a la sociedad que un leñador, un hombre de bosque, respete y quiera a su hijo tal y como es. Estoy muy agradecido a mis padres, y también lo estoy a mi procedencia y mis orígenes. Sin todo ello no sería la persona que soy hoy en día.

¿Cree que leemos o que nos interesa la poesía?

No, no se sabe leer poesía. Me da rabia y me molesta un poco cuando la gente dice que no lee poesía.

¿Cuestión de gustos?

De acuerdo, pero los lectores que están en otros géneros podrían esforzarse un poquito, porque creo que se pierden mucho. Quizá no han sabido enseñarnos a leer una poesía contemporánea, moderna y diversa. Nos quedamos con los textos clásicos, con los que no conectamos.

¿Lee usted mucha poesía?

Ahora no. Pero es porque he leído tanta que a veces me falta el sentimiento de sorpresa. Últimamente estoy leyendo más literatura latinoamericana, escrita sobre todo por mujeres jóvenes. Hay propuestas muy interesantes en este sentido. Volviendo a la poesía, le diría a la gente que se acercara a ella sin prejuicios.

PERSONAL

Edad: 39 años (22 de marzo de 1982).

Lugar de nacimiento: Arraioz (Valle del Baztán, Navarra).

Familia: Está casado con Zuri Negrin, un reconocido ilustrador de libros. Es hijo de Patxi Larretxea, uno de los mejores aizkolaris de todos los tiempos.

Trayectoria: Se ha convertido en uno de los grandes escritores de poemas emergentes, sobre todo después de sacar con Espasa su primer libro narrativo en castellano, El lenguaje de los bosques. Combina la literatura con su labor de trabajador social con personas que tienen problemas de salud mental.

Obra: Ha puesto en el mecado los libros de poesía Azken bala (2008), Atakak (2011), Barreras (2013), Niebla fronteriza (2015), De un nuevo paisaje (2016), Meridianos de tierra (2017) y Otro cielo (2022), y en narrativa destacan Larremotzetik (2014) y El lenguaje de los bosques (2018). Desde 2014 ofrece unos curiosos y exitosos recitales en familia en los que mezcla deporte rural y textos literarios que hablan de su vida, de las relaciones familiares y de las esperanzas de futuro. Participan en estos eventos, que lleva por distintos puntos del Estado, sus padres Patxi y Rosario.