A poco más de una hora de distancia de Irún, en la frontera con Francia, se encuentra la ciudad termal de Dax, en el departamento de Las Landas, en lo que se conoce también como la región de Nueva Aquitania. Es de fácil acceso si vamos desde el País Vasco a través de la autopista A-63, que une la frontera de Irún-Biriatou con Burdeos. Dax es considerada un destino de primer orden dentro de Francia en lo que a oferta termal se refiere, ya que allí se encuentran grandes establecimientos termales, algunos incluso levantados a comienzos del siglo pasado, con multitud de tratamientos enfocados en el bienestar y la salud.

Y es que desde tiempos antiguos se reconocen y aprovechan los beneficios de las aguas termales para el tratamiento de enfermedades y síntomas de diversa índole. Quien ha tenido la suerte de disfrutar de un spa o un Balneario, ha sentido el cuerpo más descansado y ligero, cuando menos. Se trata de una buena costumbre que el ser humano ha podido conocer y explotar a lo largo y ancho del planeta, y que ha aprovechado sabiamente en beneficio de su salud.

Hoy en día, y aunque la palabra balneario pueda tener para algunos reminiscencias de un pasado decadente, lo cierto es que estos lugares no han perdido en absoluto su importancia e interés, sino más bien al contrario, pues quizá hoy más que nunca busquemos y necesitemos de estos y otros espacios de bienestar para encontrar la salud y la calma que tanta falta parece que nos hacen.

Dax: orilla del río Adur.

Algo de historia

Si repasamos un poco la historia, vemos que los balnearios realizaban en sus orígenes una labor social además de médica. Aunque fueron las clases altas de la cultura griega quienes comenzaron a aprovechar los beneficios de las termas, fue con el Imperio Romano que comenzaron a ser utilizadas también de manera pública, creando diferentes salas de encuentro donde, además de disfrutar de baños y masajes, se trataban cuestiones de tinte tanto político como privado.

Y precisamente los romanos, allá por el s. I a. de C., fueron quienes levantaron la antigua ciudad de Dax, primero llamada Aquae Tarbellicae, en tiempos del emperador Augusto, y fue precisamente tras descubrir las aguas termales y los beneficiosos barros de las orillas del río. El descubrimiento fue fortuito y desde luego curioso. Cuenta una leyenda local que en tiempos de Augusto, un legionario romano arrojó a su perro enfermo a las orillas del río Adur, que atraviesa la ciudad, pues al parecer el pobre animal sufría de reumatismo crónico y nada se podía hacer por él. La sorpresa fue que al volver el legionario, tiempo después, no solo el perro seguía vivo, sino que estaba visiblemente recuperado de su enfermedad. Desde entonces los baños de barro fueron utilizados tanto por las propias legiones como también por el emperador y su hija Julia, quien al parecer fue asidua a estos tratamientos y contribuyó con ello a propagar las bondades de las aguas y termas de la región de Dax.

Prueba de la peculiaridad del subsuelo de esta región la tenemos en la plaza de la Fuente Caliente, en el centro de la ciudad. Allí, rodeada hoy día de cafeterías y restaurantes, se sitúa esta fuente, también conocida como Fuente de Nèhe, construida en el siglo XIX supuestamente sobre las ruinas de unos antiguos baños romanos, y considerada hoy uno de los símbolos de la ciudad. En lo alto, una placa informa de una característica que conviene tener en cuenta antes de tocar el agua, y es que esta sale a una temperatura de 64 grados directamente de un depósito en la roca situado a unos 2.000 metros de profundidad.

Actualmente en Dax, tanto los baños de barro como los chorros de agua, las piscinas a diferentes temperaturas y las sesiones en cabina, son servicios demandados por los casi 50.000 visitantes que llegan cada año, tanto a la propia ciudad como a los alrededores, especialmente la cercana St. Paul-les-Dax, a unos 3 kilómetros y ubicada junto al bonito y tranquilo Lac du Christus. Allí podemos encontrar algunos conocidos establecimientos termales, como el Sourceo, quizá algo decadentes en su apariencia, pero no por ello menos interesantes en cuanto a oferta se refiere.

Pero si hay un lugar emblemático en Dax es el Hotel Spa Splendid. Con casi un siglo de antigüedad, este magnífico edificio, obra del arquitecto francés André Granet, fue restaurado en su totalidad y reabrió sus puertas en el año 2018. Conserva su estructura de estilo modernista, con piezas en su interior de gran valor artístico, lo que hace que visitarlo sea también un regalo para la vista. Igualmente, sus instalaciones termales han sido actualizadas y cuentan ahora con servicios exclusivos de última generación. En fechas de nuestra visita, y por motivo del Covid-19, el hotel permanecía cerrado, con vistas a abrirse presumiblemente en otoño.

A su lado, a pocos metros y también con unas vistas preciosas al río Adur, se encuentra otro gran hotel, el Hotel Les Thermes, del famoso arquitecto Jean Nouvel. De factura más contemporánea, ha vivido una profunda renovación por un plazo de casi cuatro años, y hoy cuenta con una amplia gama de tratamientos enfocados -al igual que en el resto de balnearios de la zona- a todo lo relacionado con el reumatismo y la flebología, especialidad médica encargada de estudiar y tratar afecciones relacionadas con los problemas de varices, piernas cansadas, etc. Son estas especialidades y los grandes beneficios obtenidos con estas aguas los que han hecho famosa a Dax en toda Francia, ya que entre sus muchas propiedades están las de provocar una dilatación en la red vascular, con el correspondiente flujo sanguíneo, reactivar el organismo o estimular las defensas, entre otras.

Pero hay que indicar que quien quiera disfrutar de los circuitos y curas en estos espacios debe presentar un certificado expedido por un profesional de la salud en donde figuren las patologías a tratar y las recomendaciones adecuadas para el tratamiento. O en su defecto, acudir a un médico residente en cualquiera de los establecimientos que se visiten para pasar una revisión que marque las pautas idóneas dependiendo de cada persona; estas pautas generalmente se llevan a cabo durante 15 o 20 días al menos, y es que todos los hoteles con acceso a balneario ofrecen circuitos prolongados para que los resultados sean visibles y efectivos.

Fuera de eso, las visitas de corta duración que solo busquen momentos de relajación y bienestar pueden hacer uso igualmente de la mayoría de las instalaciones y los diferentes tipos de masajes. Si a estas experiencias añadimos el paisaje verde de la región, los bonitos y tranquilos pueblos y la bulliciosa costa a apenas 30 kilómetros, la visita a Nueva Aquitania se convierte en un acierto.

Pero además de Dax, son varias las localidades que encontramos con centros termales en toda la zona sur de Nueva Aquitania: Eugenié-Les-Bains, hacia el Este, con su magnífico Les Prés de Eugénie, un fabuloso chateau francés rodeado de jardines de cuento y con ofertas tanto de bienestar como gastronómicas que rozan lo poético€ eso sí, a unos precios que tienen también algo de literatura de ficción para la gran mayoría. A pocos kilómetros de Dax encontramos las termas de Saubusse, pequeño enclave algo más familiar y a precios más asequibles. Y ya en la costa, dirigiéndonos un poco hacia el sur, la bonita y tranquila Labenne, cerca de Capbreton, con el mar al frente y rodeada de grandes pinares. Este pequeño enclave cuenta con un Spa Boutique, El Dune & Eau, de gama media-alta con una cuidada y atractiva oferta de rituales y sesiones enfocadas en la relajación y el bienestar. Cuenta también con sauna y hammam, y tiene incluso un apartado dedicado a los bebés.

Plaza pública en Dax, ciudad de larga tradición termal.

Una costa infinita

Y no queremos terminar nuestra visita a Nueva Aquitania sin recorrer al menos parte de su hermosa costa. Bordeando esa luminosa costa landesa de poco más de cien kilómetros de largo nos vamos dirigiendo al sur, de vuelta a casa.

Hay ciudades costeras y playas de arena fina donde se respira una ambiente fresco y joven, también algo refinado, especialmente en aquellos núcleos familiarizados con la alta sociedad y el buen vivir, que no son pocos. Pero sobre todo se respira libertad y naturaleza, además de surf, mucho surf.

La ruta nos lleva hacia Soorts-Hossegor y sus vistosas mansiones a la orilla del lago, un precioso lago marino de unas cien hectáreas que tiene la peculiaridad de aumentar y reducir su caudal a medida que la marea hace lo propio. Un lugar con profusión de vida, tanto en sus aguas como en su superficie, pues en verano es un punto crucial para el entretenimiento y el deporte, así como para la gastronomía en sus numerosos restaurantes.

Una tarde cualquiera de verano es habitual encontrarse grupos de muchachos en el puente que conecta las dos orillas, preparados para tirarse desde la barandilla al agua, a unos cinco metros de altura. Uno tras otro, entre gritos y aplausos, suben, saltan y generan gran expectación entre los transeúntes que, sorprendidos, esperan el siguiente salto para sacar una foto. Poco a poco el grupo aumenta para ver el espectáculo, mientras cerca se ve una farola con un cartel que reza Prohibido tirarse al agua. Pero a la juventud resulta difícil prohibirle lo prohibido€

A pocos kilómetros hacia el sur encontramos Capbreton, otra ciudad fresca y vistosa en su conjunto, con aire muy estival y surfero, y con un bonito puerto pesquero y deportivo en el que suelen venderse las capturas del día. Según dicen, coincide que en esta zona se dan cita el Golfo de Bizkaia y un gran cañón submarino, lo que hace que las aguas sean ricas en vida y algo más cálidas que en la zona cantábrica.

Sus ocho playas dan cobijo igualmente a cientos de amantes del surf, haciendo honor a este destino surfista en el mundo que es la zona de Las Landas, pero lo que sorprende al asomarse a sus orillas es ver los restos de grandes búnkeres levantados en la Segunda Guerra Mundial. Estas moles, que parecen derretidas por el tiempo, fueron construidas por el ejército alemán, formando así una barrera frente a un posible desembarco de los aliados, que no tuvo lugar aquí sino más al norte, en las costas de Normandía. Hoy, estas estructuras están medio hundidas en la arena y a pesar de ello y del tiempo transcurrido, su aspecto resulta aún algo amenazador. Muchas están cubiertas por grafittis de colores, quién sabe si en un intento de darles un tinte algo más festivo.

Dejamos la ciudad atrás y seguimos camino disfrutando de paisaje que cautiva; por un lado el mar, por el otro los bosques de pinos que se extienden hasta lo que la vista alcanza. Bien está admitir que fueron plantados entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX por las tropas de Napoleón III para frenar el avance implacable de las dunas, empujadas por los fuertes vientos del oeste. De esa forma permitieron poder trabajar los campos de cultivo y reactivar la población de la zona.

Hoy agradecemos tamaña empresa, pues recorrer esta costa es una invitación a parar y descubrir, olvidarse por un momento del mundo de afuera, ese en el que hemos sido confinados y donde se nos insta a alejarnos del prójimo, a no mezclarnos, a no movernos demasiado por miedo al contagio€ Ese mundo que hemos construido y del que en cambio tantas veces queremos huir. Pero aquí, mezclados con esta naturaleza, el miedo se aleja y la vida se abre paso a golpe de mar y sol, de gastronomía, de deporte y salud.

Recobramos la salud cuando respiramos plenamente; cuando nos sumergimos en las aguas termales y recibimos un masaje reparador, cuando conversamos con la naturaleza, de tú a tú, y dejamos a un lado los pensamientos, cuando contemplamos una puesta de sol que va desapareciendo en el horizonte.