Dicen los lugareños que Liérganes es un pueblo bendecido por la mano de Dios con unas aguas que siempre han resultado beneficiosas. En un tiempo para mover las viejas ruedas de los molinos o acerías y en otros para cuidar cuerpos delicados en salud. Claro, que a veces el Miera, ese río que lo atraviesa, ha tenido alguna que otra crecida sorprendiendo al personal con la fragilidad con que, al parecer, se hacen los puentes modernos. Nada que ver con los que se montaban en la Edad Media y siguen tan campantes.

Hay otro tipo de aguas, las sulfurado-cálcicas que se utilizan en el balneario local. Poseen tales propiedades curativas que para muchos alcanzan el grado de milagrosas. Se cuentan historias que confirman la creencia. ¡Y eso que el establecimiento cuenta con un centenar de años! Los hay que prefieren la tranquilidad de las terrazas de los cafés para hacer un análisis de urgencia de las gentes que pululan por los alrededores, gentes sagaces, amigas de la verdad, sobrias, pacíficas y laboriosas que siempre han estado orgullosas de la excelente enseñanza recibida por aquellos técnicos de Flandes que vinieron a encender y mantener la industria del primer alto horno de la península.

Liérganes es un municipio compuesto por varios barrios, cada uno de los cuales tiene su propia historia y sus propias características. Cosas de los pueblos, a decir de los vecinos en las tertulias que mantienen en las terrazas de su núcleo urbano. Aquí, en el centro, es donde está el cogollito de la vida social. Ya se sabe, allá donde llega el tren es donde llega el progreso, que se ha dicho siempre. La vía férrea que le une a Santander es de vía estrecha, pero de anchas miras. Siempre lo ha sido. Sus habitantes lo entendieron desde el primer momento, cuando ya en el siglo XVIII pugnaron por poseer la primacía de las comunicaciones con Castilla en base a las posibilidades de desarrollo que ofrecía el eje industrial Santander-La Cavada-Liérganes-Espinosa de los Monteros.

Dos han sido los elementos esenciales en la ordenación urbana de cada uno de los barrios que la componen, el camino y el río, en torno a los cuales se han dispuesto los edificios que los componen, como la casona Miera Rubalcaba. Fue un tiempo en el que se formaron hileras junto al trazo de la carretera o en torno al río, cerca de donde estaba el molino situado junto al Puente Mayor, hoy convertido en Centro de Interpretación. Del siglo XVI data la Casa de la Cantolla que nos habla de un pasado de fijosdalgos, como también lo es el palacio de Rañada, de estilo clasicista, con una bella fachada adornada con soportales. Son muestras de una rica arquitectura regionalista de la que también es buena muestra la casa de los Pozas, con una ventana de estilo renacimiento a manera de retablo.

Detalle de la Cruz de Rubalcaba.

Oteiza en palacio

Una de las obras barrocas más representativas de la región es, sin duda, el Palacio de Elsedo, cuya construcción data de los primeros años del siglo XVIII a instancias de Francisco de Hermosa, primer conde de Torre Hermosa, Caballero de Calatrava y alto dignatario del rey Felipe V. El edificio, ubicado en Pámames, destaca desde los propios accesos al palacio, precedidos de una amplia portalada con pilastras acanaladas y arco de medio punto sobre el que se encuentra el escudo de armas de los Avellano y Hermosa. La irregularidad de la planta hace pensar en las distintas ampliaciones que se han ido añadiendo con el paso del tiempo. Arquerías, dos torres cilíndricas, chaflanes de pilastras acanaladas€ Como si estuviera sacado de un cuento de hadas y, sin embargo, se encuentra en Liérganes constituyendo todo un ejemplar único de la arquitectura civil de Cantabria.

Entre los históricos muros de este palacio no hay ahora ansias de conquista, sino obras de Oteiza, Picasso, Tàpies, Maria Blanchard, Gutiérrez Solana y Berrocal, entre otros muchos. El histórico castillo, declarado en 1983 Bien de Interés Cultural de Cantabria, se mantiene pletórico, convertido en un museo privado de Arte Contemporáneo.

Más antiguas son las iglesias de San Pantaleón y San Pedro ad Vincula, así como algunas casonas señoriales de los siglos XVI y XVII, resultado de la intensa producción de arquitectura ligada a los grupos sociales más pudientes y a los núcleos de población más o menos consolidados. Son los casos del palacio de La Rañada o la casa del intendente Riaño que compiten en el tallado de las magníficas piezas de sillería que les sirven de asentamiento.

El río Miera es una de las columnas vertebrales de Liérganes, una población hermanada con la riojana Baños de Río Tobía. Lo ha sido siempre y las gentes que viven en su valle han utilizado sus aguas, no sólo como un elemento para mover las norias que pusieron en marcha los altos hornos de La Cavada donde se construyeron las anclas y cañones de los navíos que intervinieron en la histórica batalla de Trafalgar, sino también como una de las principales vías de comunicación de la zona.

Una de las citas que cualquier curioso tiene en Liérganes es el Puente Mayor, mal llamado también Puente Romano, uno de los tres de similar fábrica que tiene el río Miera en su tramo medio; los otros están en Mirones y Rubalcaba. Se construyó a finales del siglo XVI en el lugar en que debió estar uno más antiguo que desapareció arrollado por una avenida torrencial del río. Es uno de los parajes simbólicos y típicos de la región. Lo han pintado y fotografiado en infinidad de ocasiones debido a su especial atractivo visual. Posee un solo ojo y un espectacular arco sobre el Miera.

El Puente Mayor hay que agradecérselo al arquitecto Bartolomé de Hermosa que empezó la obra en 1587 y la terminó a comienzos del siglo XVII. En su época de esplendor tuvo una gran importancia en las comunicaciones viarias de la región, formando parte de la gran revolución del transporte que se produjo en Cantabria a partir del siglo XVI. Junto a él se encuentra el edificio que ocupó el Molino de Mercadillo, perteneciente a la familia Rubalcaba como reza una inscripción en el dintel de la puerta de acceso. Hay otro dato en ella, la fecha de construcción, 1667. Funcionó a pleno rendimiento hasta finales del siglo XIX. Donado a los vecinos de Liérganes por José Sáinz de la Cuesta Enthoven, este viejo molino de planta rectangular y arcos de medio punto para la entrada y salida de aguas, se ha habilitado como Centro de Interpretación del hombre-pez.

La leyenda del hombre pez

Muchos pueblos de abolengo están unidos al pasado mediante una leyenda que, a veces, no gusta recordar. No es cuestión de ir a Calatayud a preguntar por la Dolores. Otro tanto ocurre con recias ciudades como Hamburgo cuya matrícula automovilística contiene las letras HH. A alguien se le ocurrió decir que corresponden al término Hummel-Hummel que viene a significar abejorro, un insulto de bulto para los habitantes. No me atrevo a reproducir la respuesta de estos a semejante provocación.

Con la leyenda del hombre-pez de Liérganes no ocurre lo mismo. El término se puede encontrar dando nombre a un bar o a un paseo a orillas del Miera. Es más, su osadía es recordada con admiración si cabe mediante una moderna escultura y un monumento de piedra en el que se reconoce "su proeza atravesando el océano del norte al sur de España. Si no fue verdad mereció serlo. Hoy su mayor hazaña es haber atravesado los límites en la memoria de los hombres".

La leyenda del hombre-pez nació en el siglo XVII y la protagonizó un personaje muy singular que realmente existió. De ello no hay duda. Lo que ya está más en tela de juicio es el hecho que se le atribuye. Se llamaba Francisco de la Vega Casas y había nacido en Liérganes. A los 17 años marchó a Bilbao donde se puso a trabajar como aprendiz de carpintero. En la capital vasca se le vio por última vez nadando en aguas del Nervión con unos amigos. Era la víspera de San Juan de 1674. Desapareció y todos le dieron por ahogado.

Cinco años más tarde, en 1679, unos pescadores que faenaban en la bahía de Cádiz vieron una curiosa criatura que nadaba en el mar. Era un hombre muy pálido con escamas en la espalda y en el abdomen, pelo rojo y uñas totalmente desgastadas a causa de la sal marina. No hablaba. Sorprendidos por el hallazgo, le llevaron al Convento de San Francisco donde tampoco le pudieron sacar otra palabra que no fuera "Liérganes". Un fraile le llevó a la localidad pasiega siendo reconocido por su madre. El asombro del religioso subió de grado cuando vio que la señora no daba importancia al hecho y lo encontraba totalmente normal.

Francisco, convertido ya en el hombre-pez de por vida, vivió nueve años en su domicilio familiar, pero los vecinos le rechazaron porque no se parecía al que habían conocido. Su carácter había cambiado y aseguraban que se había convertido en un bicho raro. Apenas si articulaba frases, andaba descalzo y a veces desnudo. Todo un espectáculo para un pueblo como aquel en el siglo XVII. Un día volvió a desaparecer y nunca más se supo de él. Liérganes se pregunta aún hoy cómo pudo vivir cinco años en el mar y cómo llegó hasta Cádiz.

Junto al Puente Mayor, a orillas del río, se puede ver una escultura que representa a un hombre desnudo en actitud pensativa. Es el hombre-pez. Mira al infinito, tal vez buscando una justificación a sus actos o una respuesta a su vida.

Las denominadas 'Tetas de Liérganes' hacen referencia a estos dos montes y también a un dulce.

Beber y comer

La gastronomía popular de Liérganes discurre por el tipismo de productos cuyo origen se pierde en el tiempo. Sus quesadas son tan excelentes como las clásicas tetas, otro postre llamado así en atención a los dos montes que presiden la localidad y que, ciertamente, tienen ese aspecto. Son elementos que rivalizan con las Corbatas de Unquera que llegan hasta aquí con la misma fuerza comercial de las Antxoas de Santoña y el Orujo de Potes. A la hora de llevarse algo llamativo, el visitante suele optar también por los Cojones del anticristo -¡hace falta ser audaz para bautizar de esta forma a un producto en venta!-, sin dejar de lado el chorizo de ciervo y el salchichón de jabalí. En los últimos tiempos ha surgido en Liérganes una industria cervecera que se ha abierto camino con el ímpetu que tienen las cosas bien hechas. Me refiero a la cerveza artesanal Dougall's, que ha conseguido que su marca 942, se sitúe en el cuadro de honor de Ratebeer, uno de los rankings más prestigiosos en el mundo.