Ya han pasado por nuestras casas Olentzero, Papa Noel, Santa Claus, Reyes Magos y amigos invisibles. En el largo reguero de obsequios que han dejado a su paso ha habido numerosos paquetes que contenían juegos tecnológicos o videoconsolas con las que miles de niños, jóvenes y no tan jóvenes pasarán horas y horas frente a una pantalla.

Al principio, la novedad, el entusiasmo y las vacaciones harán que estas horas sean muchas. Pero con la recuperación de las rutinas puede que empiecen a parecer demasiadas, al menos para padres y educadores.

Es entonces cuando puede entrar las primeras dudas: “¿Se estarán convirtiendo en adictos a los videojuegos?”. Es difícil establecer la línea entre una persona entusiasta de un juego concreto en el que emplea todas sus horas de ocio y otro que ha cruzado la línea perdiendo el control y llegando a la adicción. Además, antes con las videoconsolas era más fácil darse cuenta y llevar el control, pero con el auge de internet y la universalización de los ‘smartphones’ hace que se puede jugar en cualquier momento y lugar, incluso robando horas a la noche.

A principios del año 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) catalogó el abuso de los videojuegos como un trastorno. Como suele ser habitual en estos casos, fueron numerosos los profesionales, tanto de la salud mental como del mundo de los juegos electrónicos que la tacharon de precipitada, con el consiguiente riesgo de crear alarmismo.

La linea entre afición entusiasta y adicción puede parecer un tanto fina, pero los técnicos de la OMS alegaron que esta catalogación puede ayudar a establecer unos criterios de diagnóstico que permitan identificar a tiempo los casos más graves y críticos.

Además, el auge del mundo gamer, tanto como afición como en el despegue de las competiciones, algunas de ellas profesionales, de los e-sports plantea serias dudas sobre lo qué es uso y qué es abuso.

La adicción a los videojuegos entraría en la categoría de los comportamentales, entre las que también se incluyen la ludopatía, el sexo, las compras o la dependencia del teléfono móvil. Por ello resultaría menos nociva, en principio, para la salud física, como lo serían las drogas , el alcohol o el tabaco, pero afecta gravemente a la salud mental y social.

Síntomas

Aunque en parte depende mucho de la personalidad de cada cual, hay algunos síntomas que podrían indicar que estamos ante un problema de adicción.

1. Aislamiento social y familiar. Muchas horas frente a una pantalla, encerrado en su cuarto, con unos cascos puestos aíslan de inmediato de su entorno más cercano, la familia. En un principio no es malo, solo se concentra para jugar sin molestar o sin que le molesten. Además, puede jugar partidas online multijugador con amigos cada uno desde su casa. Se suele notar en que parece que habla solo pero a la vez responde a preguntas y hace comentarios.

El problema empieza cuando este juego se come el tiempo que antes dedicaba a estar en familia, cuando le hace perder interés por salir con los amigos, a realizar otras actividades distintas tanto físicas o deportivas como sociales tan simples como ir a dar una vuelta con amigos o participar en la vida familiar. Y esto es aplicable tanto a jóvenes como a adultos.

2. Empeoramiento del rendimiento académico. Suele ser un síntoma que de que ha dejado de lado obligaciones, de que el tiempo y el esfuerzo que antes dedicaba a las tareas escolares y al estudio por algo que le domina. Lo que antes era ocio ha dejado de serlo para convertirse en un objetivo. Además va perdiendo competencias y habilidades que se impulsan con la educación.

3. Pérdida de la noción del tiempo. Siempre se ha dicho que cuando se realiza una actividad placentera o que nos gusta el tiempo pasa volando, pero en este caso se pierde la noción del tiempo real, de cuántas horas han pasado mientras está ante la pantalla. El problema es no ser capaz de limitar el tiempo de juego, saber que una hora es una hora y dejarlo ahí. Perder el control de saber dejarlo por hoy, de ceder al impulso de placentero de seguir jugando olvidando otras obligaciones, compromisos o necesidades como dormir o comer.

4. Dolores o problemas posturales. Son consecuencia de pasar horas en las mismas posturas (por muy cómodo que sea la silla) sin apenas moverse. Las articulaciones son las primeras que sufren, pero también puede acarrear problemas musculares en espalda o piernas y de circulación. Esto es especialmente grave en niños y adolescentes en plena fase de crecimiento. A los problemas de sedentarismo se unen los de crecimiento.

5. Ira y poca tolerancia a la frustración. Si cuando se le interrumpe una partida o cuando se le impide cumplir su deseo de jugar sufre ataques de ira que pueden llegar a la violencia, que van más allá de un enfado por un cambio de planes, son un síntoma inequívoco de que algo va mal. No soportar este tipo de frustración indica que se ha perdido cierto control.

6. Cierto descontrol en el gasto de dinero. Aunque depende de la edad, su gasto de dinero o su capacidad de ahorro está marcada por su deseo de comprar más juegos, nuevos parches, ampliaciones o mejoras de personajes. En casos extremos se puede llegar a usar la tarjeta de crédito familiar.

Tratamiento

Lo primero y más aconsejable es acudir a un profesional, un psiquiatra o un psicólogo. Las causas de la adicción pueden ser variadas y depender de múltiples factores, desde familiares a sociales o individuales. Situaciones difíciles en casa, problemas escolares o de bulling, carencia de habilidades sociales, la necesidad de evadirse de una realidad en busca un entorno que parezca mas seguro hacen más fácil encerrarse y caer. Es aquí donde los profesionales intervienen.

Aunque también es posible que desde nuestra vida familiar poder ir poniendo cierto límites que ayuden a paliar esa dependencia o de evitar llegar a ese punto.

1. No adquirir más juegos. A idea es que los acabe abandonando por aburrimiento, por haberlos superado. El auge de los juegos en linea y por internet dificulta esta táctica, aunque se puede evitar la adquisición de ampliaciones o mejoras más allá de las básicas o de la evolución del propio juego.

2. Mostrarle otras actividades. Tratar de ocupar el tiempo con otras actividades que ayuden a romper el ciclo del juego, ofrecerle otras rutinas que le ayuden con otros estímulos. No se trata de evitar los juegos, sino de animarle a realizar otras actividades también.

3. Limitar el tiempo de juego. Puede jugar, pero no todo el tiempo que quiera. Darle un rato, una o dos horas al día y siempre después de cumplir con sus obligaciones, tanto escolares como extraescolares y con las responsabilidades que tenga en la vida familiar.