La cárcel de oro

La emperatriz rebelde ( Corsage )

Dirección y guión: Marie Kreutzer. Intérpretes: Vicky Krieps, Florian Teichtmeister, Colin Morgan, Finnegan Oldfield y Aaron Friesz. País: Austria. 2022 Duración: 112 minutos.

Cuando una mujer cumple los 40 años de edad, la sanidad pública española le retira la aplicación gratuita del tratamiento de reproducción asistida. Dicho de otra manera, en el cuadragésimo cumpleaños se establece el final de la muga de la fertilidad femenina. No es casualidad que en este biopic de Sisi, la emperatriz asesinada en Suiza a los sesenta años por un anarquista en busca de una víctima «real», la guionista y directora, Marie Kreuzer, contemple sintetizar su recuerdo a través de un solo año de su vida. La acción, construida a golpe de pequeños saltos temporales, se desarrolla en 1877; justo cuando la emperatriz de Austria y reina de Hungría celebraba cuatro décadas de existencia. Ese paso del Ecuador que establece la mitad de la vida, se concluye en Corsage con un salto al vacío. Con él se sublima el retrato de Elisabeth Amelie Eugenie de Baviera muy lejos de la imagen de princesa de cuento que, en los años 50, encarnó Romy Schneider bajo la dirección de Ernst Marischka.

Se suele citar la vía iniciada por Sophie Coppola con Marie Antoinette como opción análoga a la que asume Marie Kreuzer en esta semblanza de Sisi. Sin duda lo que Marie Kreuzer propone está más cerca del hacer de Coppola, que del estar de Schneider o de la imagen que propuso Visconti en torno a Sisi. No obstante se trata de una proximidad más aparente que real, por más que en ambos casos se (ab)use de la anacronía.

Lo que La emperatriz rebelde pretende -penosa traslación, con tufillo a tebeo de niñas de los años 60, del título original: Corsage/Corpiño-, respira contemporaneidad y madurez. Marie Kreuzer, una directora de pulcra mirada y rigurosa prosa, nos ahorra la construcción edulcorada de su personaje. Ni mitificación, ni beatificación. Esta Sisi ha sido dibujada con grafito de óxido y con sed de presente. Habla del último tercio del siglo XIX, pero nos enfrenta a la tercera década del XXI. Su Sisi, interpretada felizmente por Vicky Krieps, aparece en los créditos finales con bigote, para dinamitar los cánones de la belleza. Esta Sisi es victimario y víctima. Sufre su poder y lo aplica con desdén con el servicio que le rodea.

En cuanto mujer, padece su condición de sierva de su señor, un emperador de bigotes postizos y autoridad ridícula. En cuanto emperatriz, no es sino una caprichosa tirana, condescendiente con quienes le sirven, devoradora de sus criadas.

Parece lógico que sea desde Austria desde donde se levante esta acertada reflexión sobre el evanescente recuerdo de la emperatriz de un imperio que se acercaba a su agonía culminada con la pesadilla nazi. También resulta incontestable, que Marie Kreuzer escoja ese corsé, el corpiño que aprieta hasta el desmayo la cintura de la emperatriz, como símbolo de esa cadena de obediencia a la mirada heteropatriarcal del patético Francisco José I, un marido que reinó casi siete décadas.

También resulta significativo que Marie Kreuzer fije el punto de inflexión de Sisi en ese momento en el que su cuerpo deja de ovular. Su lucha por mantener ese cuerpo en forma, su obsesión por no envejecer, su condena para permanecer eterna, cambió ese año, cuando su capacidad para procrear se disuelve en la nada.

Kreuzer refuerza sin miel ni hiel este ritual hambriento de necesidad simbólica. El filme obedece a una estructura férrea, se diría hecho de granito y matemática. Gesto a gesto, secuencia a secuencia, edifica un retablo aleccionador sobre la mujer, el género y la sexualidad. La película forja un puente entre dos actos de alcoba, aquel en el que la emperatriz se resiste a las urgencias sexuales del emperador, porque no quiere quedar embarazada, y aquel otro en el que ya no le importa. Entre ambos requiebros de cama, en palacios de paredes desconchadas y mesas con mantel, acontece un filme tan áspero como inteligente; tan hermoso como poco convencional. En él, Kreuzer combina composición musical, texto e interpretación con singular maestría y estremecedora emoción. Como la que provoca la voz de Camilla y su She was que ahí se escucha. Óiganla y traduzcan su letra. Asume y resume lo que esta Sisi representa para su directora.

Hamburguesafilia

El menú (THE MENU)

Dirección: Mark Mylod. Guión: Seth Reiss y Will Tracy. Intérpretes: Anya Taylor-Joy, Nicholas Hoult, Ralph Fiennes, Hong Chau, John Leguizamo, Janet McTeer y Judith Light. País: EEUU 2022. Duración: 106minutos. 

Teniéndolo todo, como María de la O, Mark Mylod –que desgraciadito–, no logra hacer casi nada. En apenas diez minutos, la mirada espectadora menos resabiada ya ha intuido que no cabe esperar mucho de El menú. Que su carta es vieja, tópica, banal. Que se mueve entre la comedia y el suspense para acabar por asumir que no sabe provocar ni agobio, ni misterio. Que en esa cocina la sal ha desaparecido y la gracia no existe. Que lo que parece haber nacido como un ajuste de cuentas ante los excesos de tanto «michelín» de cuenta larga y plato flaco se ha perdido en la exaltación populista de la hamburguesa. Parecería que la cadena McDonalds es el productor anónimo, el beneficiado desconocido. Tanto desvelo, tanta sofisticación aparente, tantas promesas de pasarlo bien, que la decepción se impone ante la exaltación de un trozo de carne picada con cebolla y queso.

Mark Mylod, director del filme, no es el único responsable de este suflé flácido. Le ayudan todos. Sobre todo los guionistas, culpables de no ofertar ningún asomo de interés por ninguno de los participantes; no hay densidad dramática, nada saben de asideros psicológicos en ese reparto coral. Nada que no sea una mera acumulación de lugares comunes: maridos infieles, ejecutivos corruptos, famosos acomplejados, críticos estúpidamente engreídos... 

Tampoco los intérpretes consiguen enmendar el desastre. A partir de cierta edad, los actores consagrados simultanean papeles hondos con soberanas tonterías. La que Ralph Fiennes asume aquí, pasará y pesará en su biografía como una de las más banales. Su Ferran Adriá nace como un delirio inconcebible. A su lado, la inquietante Anya Taylor-Joy, no encuentra réplica con la que pelear con lo que se hunde en la insustancialidad de un personaje de cartón piedra, se reduce a ser un bello rostro sin argumento que la sostenga.

Parece que Mark Mylod quería fundir la fórmula del noir con la sonrisa de lo caricaturizable. Nadie duda que esos menús de factura de cuatro dígitos y colas de meses, son nichos de lo peor de la humanidad. Por eso mismo, para retratarlo, no vale con mostrar lo que todos saben, bastaba con relatar un cuento con algo de talento y bastante más oficio.

La reina cósmica

Venus

Dirección: Jaume Balagueró. Guión: Fernando Navarro y Jaume Balagueró. Historia: H.P. Lovecraft. Intérpretes: Ester Expósito, Ángela Cremonte, Magüi Mira y Fernando Valdivieso. País: España. 2022. Duración: 100 minutos. 

El nombre de Venus, en este filme de Jaume Balagueró, designa a un edificio de viviendas que se levanta como un monumento desolado en medio de una urbanización de arrabal y abandono. Su protagonista, Lucía, la que trae la luz, es hermana de Rocío, la que tiene gracia, la de la humedad del amanecer. De manera que Lucía y Rocío convergen en el mismo contexto cuando paradójicamente, la mayor parte de Venus se sumerge en el mundo de las sombras, en lo esotérico y el terror de Lovecraft, responsable último de este relato que bucea en su submundo.

Con Venus asistimos a la segunda entrega de la recién creada Fear Collection, nuevo intento de producir relatos de terror para un mercado internacional. El primer fruto fue la irregular y descompuesta Veneciafrenia de Álex de la Iglesia. La tercera, ya estrenada, fue Jaula de Ignacio Tatay. En todos los casos, la sombra como productor del bilbaíno autor de El cuarto pasajero está presente.

En Venus, Balagueró se sirve del thriller y del terror, de la acción violenta y la venganza y de la evocación al demonio y al satanismo. Una mezcla de géneros que maridan bien como se evidenció en Las brujas de Zumalacárregui.

En esta ocasión, con pretensiones sostenibles y medios ajustados, Balagueró retorna al universo que le resulta más característico. Rescata el cuento breve de Lovecraft, Los sueños de la casa de la bruja; se pasea por el recuerdo de La semilla del diablo, por citar algo afín, y hace de Ester Expósito el centro de interés de un filme híbrido y cruel. Subrepticiamente Venus, como indica su título, hace de lo femenino, de la mujer primigenia, el núcleo duro de su cuento de horror. La cosa va de brujas y de narcotraficantes. Los últimos son primarios, físicos, violentos y torpes; carne de picadora para ellas que se mueven con precisión en el universo del terror cósmico.

Cien por cien cine de género, Balagueró saca adelante su aventura con más solidez y acierto que la que De la Iglesia aplicó en su disparate veneciano. Del reparto femenino extrae sus mejores reclamos y de la acción claustrofóbica, nuevamente como en REC, circunscrita a un edificio vecinal, oscuro y agobiante, arranca lo necesario para hacer de Venus una poliédrica variación de las angustias de Lovecraft.