“Escribir es como jugar con un juguete enorme” y, al igual que leer, sirve para “dar aparente sentido a una existencia que solo es furia y ruido”. Así habla Rosa Montero de lo que supone el acto creativo en su caso y en el de numerosas/os escritoras y escritores que a lo largo de la historia, y también hoy, encuentran en las “mentiras” que inventan una forma de soportar los días y una verdad más completa que la que ofrece la falsa realidad. De cómo funciona el cerebro de los “raros” como ella y como tantos otros trata en su libro más reciente la escritora madrileña, que ya trabaja en la nueva peripecia de Bruna Husky.

PREGUNTA: ¿Surge este libro de la necesidad de explicarse a sí misma y de acompañar a aquellas personas que se sienten raras, desplazadas, descolocadas, majaretas, como dice en algún momento?

RESPUESTA: –Este es el libro de mi vida en varios sentidos. En primer lugar, porque contesta a preguntas que han estado dando vueltas en mi cabeza desde que era pequeña. Luego también viene a responder a por qué un montón de gente como yo nos tenemos que esconder en nuestras casas durante meses y años a inventar mentiras. Si lo piensas, es una actividad absurda, y, sin embargo, hay personas que sentimos esa pulsión, esa necesidad increíble de hacerlo para poder soportar la vida. Además, teniendo en cuenta que tuve ataques de pánico desde los 16 hasta los 30 años, durante un tiempo pensé que estaba loca, y ahí entraban otro montón de preguntas sobre qué es la locura, qué consideramos cordura y a qué llamamos realidad. Porque para mí la realidad es como un espejismo, como un decorado que en cualquier momento se puede caer y dejar ver las sombras que hay debajo. Todos estos temas han sido interrogantes fascinantes, amedrentantes y de todo.

P: Que ha ido tocando en distintos libros, pero que aquí trata de responder de una manera integral. 

R: –Sí, de estas cuestiones he escrito en distintos momentos de mi vida en artículos y en libros como La loca de la casa, aunque ese título no tiene que ver con la locura, sino con la imaginación. También en La ridícula idea de no volver a verte y en otras novelas donde hay personajes con trastornos psíquicos, como, por ejemplo, la coprotagonista de La buena suerte. Estos temas siempre han estado ahí, pero tú no escoges qué libro vas a escribir, sino que es el libro el que te escoge a ti. En el caso de El peligro de estar cuerda, hace cinco o seis años un día recibí un telegrama mental. 

P: ¿Cómo es eso? 

R: –Tú estás tan tranquila, caminando por la calle o lavándote los dientes y de repente recibes un mensaje de tu inconsciente que te dice que el próximo libro que hagas será un artefacto literario –que es como llamo a estos libros raros que no son novelas– sobre creación y locura. Así que sí, lo hice por necesidad personal, pero antes no habría podido hacerlo, porque cada libro pide su momento.

P: ‘El peligro de estar cuerda’ es un verso de Emily Dickinson. ¿A qué peligro se refiere, a ese dominio del yo consciente?  

R: –A dejarse aplastar por una supuesta normalidad que es mentira. Para Emily Dickinson, la cordura era el mundo del poder de su padre, que era un violador, como seguramente también lo fue su hermano. Esa era la normalidad que le vendían y ella se salvó gracias a la locura de la poesía, de la belleza. Así que con esta frase me refiero a la situación que vivimos, y es que estamos aplastados por la dictadura de una normalidad que es mentira. Nos venden la idea de que la normalidad es equivalente a lo más habitual, y eso no es así. Como cuento en el libro, en la Universidad de Yale en 2018 hicieron un estudio que concluyó que la normalidad no existe, que no es más que una media estadística de todas las posiciones del ser humano. Claro, no debe de haber ni una sola persona en el mundo que atine con esa media en todos sus parámetros. Todos, absolutamente todos somos divergentes en algo, pero lo ocultamos porque intentamos adaptarnos. Aunque tengamos que cortarnos una oreja o un pie para encajar en el marquito. De hecho, la gente desarrolla unas estrategias defensivas tremendas para que no se les note la divergencia.

P: En ese sentido, este libro habrá servido de espejo a muchas personas.  

R: –Sí. Estoy recibiendo un eco que no me ha dado ningún otro libro antes. Está siendo un proceso muy interactivo, hay personas que me han dicho que les he hecho reconocer cosas que tenía ocultas. Otras me han comentado que les ha ayudado a perder la vergüenza y a no sentirse locas. También me cuentan cosas graciosas y otras súper emotivas. He llorado mucho junto con los lectores de este libro, está siendo un viaje muy bonito.

"Lo de la cultura de la cancelación hay que denunciarlo para que no prospere, pero a mí me parece minoritario dentro del mundo intelectual. Imbéciles hay en todas las épocas"

P: Al leer este libro una tiene la sensación de observar a una resonancia del cerebro de Rosa Montero; con todas esas interconexiones, esa multitud que la habita, ese bombardeo de ideas, de historias, de conceptos, de lecturas... La forma que adquiere este artefacto refleja el contenido.

R: –(Ríe) Hay periodistas que hablan de libro testimonial. No lo es en absoluto. Yo lo que he querido es encontrar respuestas, explicaciones a cómo somos esta parte de los humanos a los que el cerebro nos funciona de esta manera, demasiado conectado, poco podado... Y la gente se ha reconocido porque resulta que somos muchos. El libro también habla de mi teoría de que quienes somos así, alrededor de un 20% de la población, solemos ejercer trabajos creativos. Seamos buenos o malos artistas. Aunque también creo que lo tiene gente que no se dedica a estos oficios, pero que ama la lectura. Todas esas personas que, como yo misma, es apasionada de los libros y que necesita leer para soportar la vida. Claro, como esa gente es la que te lee, pues se siente muy reconocida. A mí no me lee un fabricante de armas (ríe).

P: El libro está repleto de ideas y sus correspondientes referencias. LLeno de material extraído de sus infinitas lecturas. Y, sin embargo, fluye. ¿Conseguir eso fue lo más difícil?

R: –Una de las cosas que más he hecho con este libro ha sido cortar. Cortar datos, referencias... Fue abrumador. Estuve tres años releyendo, leyendo, reuní cuatro cuadernos enormes y un montón de cartulinas con notas e hice una lista con 84 temas que quería tocar. Cuando puse todo el material sobre la mesa de la cocina me desanimé mucho porque pensé que el libro iba a morir, que no iba a ser capaz de sacar nada en claro de ese bosque impenetrable de datos. Pasé 24 horas pensando que iba a tirar tres años de trabajo. Ya me había pasado con dos libros, con uno tiré tres años y con otro, dos, y sentía que podía pasarme de nuevo. 

P: ¿Cómo lo resolvió?

R: –Al día siguiente tomé una decisión que salvó el libro, y es que decidí que no iba a hacerlo con la razón, sino de la misma manera en la que escribo mis novelas. Y las novelas se escriben en la oscuridad, no sabes adónde van, los personajes te llevan y te cuentan la historia. Me metí en el libro, fui siguiendo su ritmo interno y así llegué hasta las conclusiones. Por eso tiene ese tono indagador. Hay quien me ha dicho que es casi como una novela de detectives, vas tirando de hilo en hilo hasta llegar a una conclusión. Y es verdad; de hecho, en un momento digo que me siento como Sherlock Holmes.

P: ¿Le han satisfecho las conclusiones a las que ha llegado?

R: –Me son suficientes. Por primera vez con 70 años he conseguido hacer un mapa de la vida donde las cosas encajan, se relacionan con naturalidad y se explican. Y eso me ha dado una sensación de logro intelectual y emocional muy grande. Por eso digo que es el libro de mi vida.

P: Y lo ha compartido para que se lea. Porque, como indica también en el texto, el anhelo de comunicar está ahí desde la primera idea de un libro, desde “el huevecillo”, como la llama Rosa Montero.

R: –Eso es fundamental. Es más, creo que publicar y que me lean es lo que me ha hecho dejar de tener ataques de pánico. Hay autores que llaman a las novelas un delirio controlado. Y es verdad, porque te pasas años metido en ese delirio, poniendo un esfuerzo descomunal a una señora con pecas que no existe, que tiene una huerta de tomates que no existe... ¡Yo qué sé, un millón de detalles! Y si cuando sacas eso a la calle, no hay nadie que te diga que eso le emociona, entonces no es más que el delirio de un loco. Pero si hay personas que lo entienden y lo sienten, eso te une al mundo, te cose a la tierra.

P: Muchas de esas lecturas que vuelca aquí no estarían bien vistas por quienes enarbolan la bandera del revisionismo y la cultura de la cancelación.

R: –Esto que está pasando es superficial. Hay que denunciarlo para que no prospere, pero a mí me parece minoritario dentro del mundo intelectual. La lengua se adapta a su realidad, siempre lo ha hecho, y puede haber imbéciles que lo lleven al extremo, pero no pasa de ahí. Imbéciles hay en todas las épocas.

P: ¿La escritura y la lectura le hacen sentir invunerable por momentos?

R: –Sí, porque te sacan de ti. Leer y escribir es un viaje al otro; estás fuera de ti para irte con la trama y los personajes. Y cuando sales de ti, sales de tu propia muerte. Una vez escuché a la escritora argentina Graciela Cabal decir que su padre pensaba que cuando leías no te podías morir. Y por eso cuando él estuvo muy enfermo pedía a sus hijos que le llevaran libros lo más gordos posibles. Decía que cuando la muerte te ve leyendo, se queda pillada con el texto y no te lleva. Es una metáfora muy bonita. Cuando lees, la muerte no entra, y cuando estás escribiendo, todavía menos. Esa sensación de salirte de ti es mucho más fuerte en la escritura. Lo mismo pasa con la pasión amorosa, que en los primeros momentos estás tan enajenado que te sientes completamente eterno. 

"Todos, absolutamente todos somos divergentes en algo, pero lo ocultamos porque intentamos adaptarnos"

P: Dedica un espacio a esos escritores y escritoras que acabaron con sus vidas, y hace un llamamiento claro a que quienes estén pasando por un momento tan extremo aguanten y esperen al paso de la tormenta.

R: –Hay dos tipos de suicidios. Uno es el racional. Por ejemplo, cuando tienes una enfermedad muy grave o unos años de vejez incapacitante por delante y simplemente no te ves capaz de pasar por eso. En ese caso me parece una decisión muy sensata porque es una prerrogativa del ser humano. Pero creo que ese tipo de suicidio es mínimo; la inmensa mayoría son suicidios desesperados. En ese caso, el suicida no quiere morir, pero se dan un conjunto de circunstancias que de repente caen sobre él y pierde la capacidad incluso neurológica de poder gestionar la vida. Pero eso es un pico de enfermedad, una desconexión eléctrica. Si esperaran un poco, alguna de esas circunstancias cambiaría y ya no se quitarían la vida. Una de las cosas más maravillosas que me están pasando con este libro es que hay gente que me ha dicho que le he ayudado en eso. 

P: ¿Qué me dice de ‘la Otra’, de Bárbara, la mujer que se hizo pasar por Rosa Montero en distintos momentos de su vida? ¿Existió o es una creación literaria?

R: –En la historia de la impostora hay partes aparentemente absurdas que son totalmente ciertas. Y hay otras que son ficticias, pero no voy a decir cuáles son verdad y cuáles no. Aunque sí diré que las partes de ficción son las más verdaderas, en el sentido de que para mí es la forma más clara y más plástica de mostrar mi idea de la realidad. Y es que, insisto, la realidad es una ficción, una narración que nos inventamos todo el rato.

P: ¿Los escritores son grandes mentirosos?

R: –Sí, pero gracias a esas mentiras podemos alcanzar la verdad. Hablemos, por ejemplo, El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson. Se publicó en 1886. Sin embargo, si sales ahora a la calle, todo el mundo te podrá decir de qué va la historia. Pero si les preguntas si la han leído, la mayoría te dirá que no. Y esto ocurre porque ha pasado a formar parte de nuestro conocimiento profundo del mundo. Gracias a ese cuento, a esa mentira, pudimos nombrar algo que no sabíamos cómo expresar, y es que somos muchos dentro de nosotros. En el mundo antiguo se sabía porque existía el dios Jano, que tenía dos cabezas, pero no en el mundo moderno. Hasta que llegó Stevenson. Los cuentos nos permiten asomarnos a lo que no tiene nombre.

P: En este libro habla también de mujeres escritoras que fueron invisibilizadas.

R: –Pero salió así, no lo busqué. Hablo de muchos escritores y escritoras, pero hay tres historias que crecieron más y coincide que son de mujeres. Además, tras publicar el libro, me di cuenta que esto tiene su sentido. Una de ellas es sobre Sylvia Plath, que es un ejemplo de una lucha contra el trastorno mental en la que ella perdió. Se suicidió a los 30 años cuando tenía toda la vida por delante. La siguiente es de Emily Dickinson, que murió en la cincuentena y dejó 1.400 versos pasados a limpio que la convirtieron en una de las poetas norteamericanas más importantes. Eso sí, pagó un precio muy alto, porque pasó 20 años sin salir de su habitación. En este caso, podemos hablar de tablas. Y la tercera historia es la de Janet Frame, que peleó contra el trastorno mental y ganó. Es curioso, no lo busqué, pero está ahí.

P: Llegados a este punto, se diría que Rosa Montero sigue llena de creatividad y no está bajo la cama y aullando.

R: –(Ríe) Algo bueno he hecho con mi escritura para mí, porque escribo para perderle el miedo a la muerte. Y, bueno, lo he ido perdiendo. Sigue pareciéndome horripilante; como decía Woody Allen, ‘no tengo nada contra la muerte, lo único que cuando venga no quiero estar ahí’ (ríe). No me gusta nada, pero aprendes a colocar mejor esos miedos y esa vacuidad. 

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