El domingo concluía esta décima edición del Flamenco on Fire y lo hacía con dos actuaciones que sobresalían en el programa; por un lado, Estrella Morente en Baluarte, que traía a Pamplona su espectáculo Desde la cuna, y por otro, Tomasito, que venía con su flamante nuevo álbum debajo del brazo, de título Agustisimísimo. Como dijo en la entrevista que concedió a este periódico, es inevitable ir madurando, aunque sea un poco, conforme el tiempo va pasando; sin embargo, los conciertos de Tomasito no conocen ese término y siguen siendo tan salvajes e imprevisibles como siempre.

Aparecieron en el escenario, primero, sus músicos (guitarra eléctrica, bajo, batería y guitarra flamenca), un cuarteto muy polivalente que le sirvió para salir airoso de las distintas suertes a las que se enfrentó. Después salió él, todo sonrisa y carisma, arrancando con su sola presencia una gran ovación por parte del público que casi llenaba Zentral. Comenzaron con canciones de su último disco, Pastor de nubes (su letra es todo un canto a la bohemia: “Pastor de nubes, conductor de dragones / confidente de las flores, contador de las estrellas / observador de los vientos / cuidador de los buenos momentos / comentarista de candelas / técnico al instante / disfrutón de la vida…”) y De Jerez a Plutón, dedicada esta última a Migue Benítez, el que fuera guitarra y voz de Los Delinqüentes. Con la siguiente, Zalamera, se marcaron un reggae aflamencado, para saltar a las bulerías de Mi barrio, en la que se colgó el cable del micro desde el cuello hasta los pies, para poder amplificar el sonido de sus botas al taconear.

En cualquier caso, y por encima de cualquier género o estilo, si por algo se distinguió el concierto de Tomasito fue por el ambiente festivo que reinó durante toda la cita. A fuerza de bailes, chanzas e interpelaciones varias, el jerezano consiguió que el público se implicase y participase de la juerga; como en La cacerola, cuando se echó una mochila de montañero a la espalda para enfatizar y escenificar el mensaje de su texto (“Con mi cacerola / y mi macuto / yo me voy, yo me voy / que por el mundo”); cuando arrancó las palmas del respetable en Ella me quiere, en la que se desprendió de la camisa y comenzó a forzar posturas para exhibir musculatura, siendo el culturista más escuálido que jamás se haya visto; o en sus hilarantes letras, como la de Señores ladrones (“Señores ladrones / no me roben la cartera ni me vacíen la nevera / que la cosa esta mu mal / que estamos en crisis / y la cosa está difícil / y hasta aquí ya hemos llegao / y no paramos de currá”), que provocaron sonrisas, risas y carcajadas.

Con la sala ya totalmente entregada a su causa, Tomasito y su banda encararon la recta final. La apabullante Oh Mare fue el final en falso. En los bises siguieron el mismo patrón que en el comienzo, con los músicos primero sobre las tablas y un punteo flamenco que recordó al Txoria txori de Laboa (algunos, de hecho, lo cantaron), pero que acabó siendo su adaptación del Bella Ciao, a la que siguió otra versión, en este caso de Back in black de AC DC, grupo al que, según dijo, no conocía en el momento en el que la grabó para su disco Y de lo mío, ¿qué? (Nuevos Medios, 2009). Aunque estas dos últimas composiciones ajenas hubiesen podido ser un fin de fiesta extraordinario, se despidieron con un tema más cercano, ese El vino y el pescado que registró en su momento con el G-5 (super banda que formó junto a Muchachito Bombo Infierno, Kiko Veneno y los Delincuentes Ratón y Canijo), y que lo ha vuelto a grabar para su último álbum, ese Agustisimísimo que tan bien le funcionó en Pamplona.