La actriz encarna a Ana en esta historia de Florian Zeller que pone en cuestión los roles tradicionalmente asignados a las madres y aborda cuestiones como la obsesión, la soledad, el abandono... Dirige Juan Carlos Fisher.

¿Cómo fue el estreno del pasado fin de semana en Vitoria-Gasteiz? 

Muy bien. Llegamos un poco temblorosos. Pasas de la sala de ensayo tan íntima y chiquitita a un teatro donde todo, también las cuestiones técnicas, tienen que funcionar a la vez, así que siempre te faltan días. El día del estreno sentimos que estábamos superados por las circunstancias, aunque espero que el espectador no lo notara (ríe).

Precisamente, los estrenos sirven para eso, para ver en vivo y ante público cómo funciona todo.

Exacto. Todo lo técnico, las luces, el sonido, la serenidad. Sirve también para ver que el trabajo no está cogido con alfileres y todo encaja.

Muchas veces se estrena en ‘provincias’ para llegar luego a Madrid o Barcelona. ¿Es para que la obra esté más cuajada? 

Para mí no hay ninguna diferencia entre el público del Principal de Vitoria, del Bretón de Logroño o del Gayarre de Pamplona. El público es igual en todas partes. Hay veces que estrenas en gira y luego llegas a Madrid, otras estrenas en Madrid y luego vas de gira... Depende muchas veces de los calendarios y de la colaboración de las ciudades. A veces, en Madrid no te permiten entrar cuatro días antes para hacer todo el montaje técnico del escenario. Y de pronto Vitoria se ofrece, o Avilés o Valladolid, que también suelen acoger muchos estrenos. Pero a mí no me gusta pensar que el público de Pamplona sienta que está viendo el espectáculo a medias. En absoluto, quiero que lo vea en condiciones óptimas. Es verdad que lo que te da más seguridad y fluidez es la repetición de las funciones, pero las primeras también tienen un un nervio especial. 

¿A qué se refiere? 

A que estás diciendo las cosas por primera vez, aun no has mecanizado muchas cosas y tienes ese aleteo dentro, ese vértigo de no saber muy bien qué viene después... Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes, pero me gustaría transmitirle al público del Gayarre que tenemos el mismo respeto por cualquier espectador de cualquier teatro del país. 

"Al contrario que Ana, yo sí he animado a mis hijos a que busquen su independencia, a no crear vínculos de necesidad..."

¿Qué me puede decir de los compañeros de viaje que tiene en esta ocasión, comenzando por el autor, Florian Zeller? 

Es el dramaturgo del momento. Es como lo que pasó con Yasmina Reza, que eclosionó con Un dios salvaje y Arte. Esas funciones fueron un acontecimiento y está pasando lo mismo con El padre y La madre. El hijo todavía no se ha representado, pero creo que alguien lo montará pronto. Con esta trilogía, él cuenta estas historias a través de un estado mental. Como espectador, estás dentro de la cabeza del personaje, en este caso, de la madre. Y el espectador no sabe muy bien qué está viendo, y no lo sabe ni ella misma; si es su propia voz reflexiva, su propia ira reprimida, su terror a la soledad, al abandono, su sensación estafa... Todo esto se refleja en escenas que se van repitiendo y, poco a poco, el público va entendiendo el mecanismo. La obra tiene una dramaturgia muy interessante y requiere un esfuerzo y una tensión por parte del espectador, porque no está viendo una historia lineal, sino un puzle mental.

No parece fácil de interpretar. 

Está siendo un reto actoral enorme. Hemos tenido que tomar decisiones para amarrarnos a lo más concreto y trabajar desde lo más orgánico. Y ahí mis compañeros han sido un anclaje a tierra importante, igual que el director, claro. Juan Carlos Fisher ya tenía la experiencia de dirigir El padre en Lima, que nos dijo desde el principio que la obra es una atmósfera mental, y así se traduce también en la escenografía. Es un no lugar, un espacio vacío, hostil, donde no hay donde agarrarse, de modo que se trabaja desde el realismo más absoluto. Todos los elementos del espectáculo crean ya una extrañeza que hacen que la interpretación también se haga desde ahí. 

¿Qué puede contar del padre?

Es un padre ausente que está yéndose constantemente. Ellos dos tienen una relación gastada, agotada, de traición también, que no se sostiene, con una constante amenaza de abandono definitivo... Juan Carlos ha tenido que luchar contra su propia bonhomía, porque él es un pedazo de pan y humanizaba demasiado al personaje (ríe). No digo que el personaje no lo sea, pero había momentos en que Juan Carlos era demasiado bueno y jugaba a la contra (ríe). Luego está Álex Villazán, un actor con mucho talento, como pudimos ver en Equus. Aquí tenemos a este hijo ahogado por su vida, fagocitado por una madre que no puede soltarlo porque, si lo hace, se hunde absolutamente. Él lucha entre la necesidad de madre y la necesidad de cortar con ella.

¿Y cómo lo hace Júlia Roch, que interpreta tantos papeles? 

¡Casi se cuatriplica en escena! Da vida a una chica joven que en realidad es la novia del hijo, mi propia hija, la amante del padre... Es como una amenaza para la madre, que siente su femineidad y su juventud desaparecidas. Se siente sustituida. 

Me decía antes que Juan Carlos Vellido ha tenido que luchar contra su propia manera de ser para dar vida al padre, ¿qué ha hecho Aitana para encarnar a Ana, la madre? 

Evidentemente, entiendo bien lo que siente esta mujer, pero también hay algo que me distancia mucho de ella. Y es que yo no he dedicado toda mi vida al cuidado de los otros. He criado a mis hijos, he tenido una pareja durante 22 años y he tenido una familia, en la que he puesto muchísima energía, amor y pasión. Pero esta fase acabó. Mi hijo ya se independizó y con mi hija, que ya está con un pie fuera, tengo una relación diferente. Al contrario que Ana, yo sí he animado a mis hijos a que busquen su independencia, a no crear vínculos de necesidad... Les he dado todo el amor del mundo, pero les quiero libres. Además, tal y como yo la entiendo, la maternidad tiene fecha de caducidad, es una etapa de la vida y se tiene que transformar en otra cosa porque, si no, se convierte en un vínculo enfermo. Del mismo modo, tienes que entender que la pareja también puede terminar y, aunque tengas una relación sana con todo esto, es un duelo que tienes que pasar. Y desde ahí también me conecto con Ana. 

"En el momento en que siente que desaparece, Ana cae en una depresión muy profunda. Afortunadamente, a mí me pasa al revés. Yo me he liberado, me estoy independizando de todos"

Es que ella se ha dedicado en cuerpo y alma a su marido y a sus hijos. 

No ha tenido nada más. Ha supeditado su vida a atender a unos hijos, a una familia... Y atender una casa y a varias personas ya es mucho. En el momento en que pasa a otra fase y siente que desaparece, cae en una depresión muy profunda. Afortunadamente, a mí me pasa al revés. Yo me he liberado, me estoy independizando de todos. Está siendo un renacimiento para mí, entendiendo y habiendo atravesado, eso sí, emociones similares, pero no tan agudas como las de ella.

¿Esta obra pone en cuestión esa maternidad exigida? 

Por supuesto. No es casualidad que Florian Zeller haya escogido un tema tan aparentemente banal. Una mujer en casa, padre ausente que se va con la amante, posesiva, celosa de la nuera... Son tópicos. Sin embargo, la obra le da la vuelta a esto por completo y nos muestra a una mujer que se siente estafada por la vida. Y esto se traduce en que, por un lado, vemos su parte depresiva, y, por otro, esa agresividad tremenda. Dice barbaridades, es muy hiriente y me parece muy interesante que Florian Zeller no la ponga como la víctima. Ella muestra una especie de rebelión interior y, ¿acaso si realmente hemos aceptado estos roles de la madre abnegada, generosa, no estamos rodeadas de mujeres en las que eso se transforma en una amargura? ¿En una demanda constante, en sentirse víctimas, en el chantaje emocional? Todo esto es fruto del lugar en el que se ha puesto a estas mujeres históricamente. Así que sí, ella es obsesiva, es reprochona, es posesiva, pero ¡cómo no!, si le habían contado que la película de que el príncipe se casa con la princesa y comen perdices, lo que ha resultado ser una estafa.

¿De las madres aun se espera más que de los padres? 

¡Sin ninguna duda! A ellos se les perdona. Es muy fácil cargar con toda la responsabilidad a esas madres que han estado tan presentes. Para bien o para mal, son las que han estado.

Menudo personaje, está claro que le van los retos. 

Ya lo creo. Busco dónde está el más difícil todavía. Cualquier cosa normalita y facilita ya no me sirve. Bueno, de momento, y tengo la suerte de que me aparecen estos grandes personajes femeninos que me suponen un reto, me estimulan y me ayudan a crecer.

¿En los últimos 15 años la hemos visto mucho en teatro? ¿Es el ecosistema en el que mejor se siente? 

Sí, sí. Amo el teatro, los escenarios, el pulso con el público, el reto que supone transitar las emociones con un personaje de principio a fin, el vértigo de lcada día, el reto constante de no dormirse nunca, de no bajar la guardia... Es algo que me emociona mucho. Me apasiona mucho sentir que formo parte de un ritual que atraviesa los siglos y las épocas.

¿En el teatro puede escapar de la etiqueta de ‘guapa’? ¿Se siente más dueña de su trabajo?

Sin duda. Es que he podido hacer personajes en los que he tenido que ir en contra de la belleza. Como en La Chunga, esta tabernera de los bajos fondos de Perú, o la propia pícara de Malvivir, una pobre desgraciada que nace en el arroyo, hija de prostituta, que se tiene que buscar la vida como puede... Estos personajes no me habrían tocado nunca en cine. Sin embargo, en teatro esas fronteras se desdibujan y puedes componer desde otro lugar. En cine es más difícil que se atrevan a sacarte del molde en el que te han puesto.