No es debilidad. No es una tara congénita. No es consecuencia de hacer algo mal y aún menos de esforzarse en hacer las cosas bien. No es, en suma, culpa de ellos, sino algo que de pronto pasa, como una lesión de rodilla o una baja por gripe, por un montón de circunstancias que se alinean contra uno y pasan por encima de todas sus virtudes, y le rompen algo ahí dentro, y hay que recomponerlo todo para poder salir a flote. Hablamos, claro está, de Andrés Iniesta, de Simone Biles, de Michael Phelps, de Naomi Osaka, de Ricky Rubio... Grandes deportistas admirados por sus hazañas y que parecen tenerlo todo –palmarés, fama, dinero– hasta que descubrimos que se han ido hundiendo en la miseria mental más absoluta. Qué menos que reconocerles que no escondan sus males para normalizar que los problemas de salud mental no son algo de lo que haya que avergonzarse, sino curarse.