En pleno veranillo de San Miguel, con temperaturas que apuntan de nuevo a superar los 30 grados esta semana, las primeras verduras de otoño e invierno comienzan a llegar a los mercados navarros. Y lo hacen con sensibles incrementos de los precios respecto al año pasado, alzas que en muchos casos rondan el 10%.

Es el caso el brócoli, pero también de las coles y repollos y de la borraja. Pero también de frutas como la manzana y la naranja, así como de la zanahoria y las patatas. También dos de las estrellas del invierno navarro, como el cardo y la alcachofa, podrían llegar con incrementos sensibles a las tiendas, si bien su presencia se hará esperar todavía unas semanas. Y todo ello se une a las subidas que ya arrastraban estos productos el año pasado o al incremento meteórico de otros, como las cebollas, que han cuadruplicado su precio en los últimos 16 meses. O al que viven las patatas, un 18% más cartas en agosto de 2023 que en 2022.

Un alza de costes que fue espectacular el año pasado, que se ha moderado en 2023, pero que no se ha frenado del todo. El incremento de costes de 2021 y 2022, que afectó a los carburantes, a las semillas y a los fitosanitarios, golpea todavía a la actual campaña, condicionada además en algunas zonas por la menor disponibilidad de agua para riego.

Los datos que publica el Gobierno de Navarra apuntan ya en esta dirección. Durante la última semana, el brócoli se cotizaba a 4,44 euros el kilo, frente a los 3,87 en el mismo periodo año pasado. Un incremento algo inferior apunta la borraja, que pasa de 2,16 a 2,33 euros el kilo, mientras que la acelga pasa de 2,08 a 2,22 y las coles y repollos se incrementan desde los 2,59 euros del año pasado a los 4,19 euros con los que han abierto la temporada. Estas verduras toman así el relevo de otras, como la alubia verde, que han vivido un final de verano con los precios por las nubes. En algunos supermercados se han acercado a los nueve euros el kilo.

Legumbres, aceite y frutas

De hecho, legumbres y hortalizas frescas es el segundo subgrupo de alimentos cuyo precio más se incrementó en agosto, con una subida mensual del 3,5% que deja un incremento anual del 10%.Esta nueva subida rompe así con las señales de moderación de meses anteriores y queda solo por detrás de la que sufre el aceite de oliva: un 8,7% en el último mes, un 25,9% en lo que va de año y algo más de un 52% en los últimos 12 meses. 

Las adversas condiciones meteorológicas explican solo en parte el comportamiento de los precios en los últimos meses. En el caso del aceite, la sequía del sur de España está siendo clave. De una producción habitual de 1,4 millones de toneladas (en un año lluvioso se pueden alcanzar los 1,7 millones) se ha pasado apenas un millón: las estimaciones actuales para la próxima cosecha se quedan en apenas 900.000. En Navarra, donde el olivar ha ido ganando terreno en los últimos años, las lluvias de los últimos días han aliviado a algunas zonas, si bien el pedrisco ha causado también daños. En el último boletín semanal, Intia prevé una campaña “inferior a lo normal”. 

Y una trayectoria similar llevan algunas de las frutas estrella del invierno, como las naranjas, que apuntan a subidas de hasta el 23% respecto a la media de los últimos años. La naranja vive además en una paradoja: sube el precio, pero no la rentabilidad para los agricultores tradicionales de Levante, presionados por la llegada de producto del hemisferio sur fuera de temporada y tentados por otros productos, como el aguacate, que se paga mejor y que, eso sí, requiere de un enorme consumo de agua. 

El incremento de todos estos productos tiene consecuencias en la cadena alimentaria completa. La subida más espectacular, la del aceite, afecta especialmente al sector conservero. Tanto al de las salsas, que en ocasiones recurre a productos de inferior calidad y a otro tipo de aceites vegetales, como las conservas marinas (anchoa y atún, sobre todo), cuyo precio no para de subir. Cuesta ya más el propio aceite que el producto que está destinado a conservar. 

Consecuencias para la salud

El coste de los alimentos es un factor determinante en la elección de la dieta y una cesta de la compra saludable resulta más cara que la comida menos sana, por lo que la subida de los precios alimentarios puede tener un impacto negativo sobre la salud de la población, según un estudio científico español.

Bajo la dirección de un equipo de la Universidad de las Islas Balares (UIB) y del Centro de Investigación Biomédica en Red (Ciber), grupos de toda España han analizado las decisiones de compra y la dieta de casi 6.900 personas reclutadas en 23 centros y hospitales.

El análisis puso de manifiesto que la compra de alimentación resultaba más cara para las personas que seguían en mayor medida las pautas de dietas mediterránea, antiinflamatoria y "una versión saludable" del patrón vegetariano.

Según explican en un comunicado los promotores del estudio, publicado en la revista "Frontiers in Public Health", las dietas más costosas incluyen "un mayor consumo de frutas y verduras, granos enteros, pescado y mariscos, carne blanca y procesada, café y té, bebidas edulcoradas y bebidas alcohólicas".

Por contra, los hábitos de consumo alimentario con menor coste incorporan en mayor medida "patatas y cereales refinados, huevos, leche y productos lácteos, grasas y aceites (incluido el aceite de oliva), dulces y pasteles, y alimentos procesados".

A partir de la evaluación de costes y alimentos consumidos, los científicos, liderados por Josep Tur, investigador principal de Obesidad y Nutrición del Ciber y del Instituto de Investigación Sanitaria Islas Baleares ( Idisba), concluyen que "el coste de los alimentos puede ser un factor crucial en las decisiones de dieta".

Por tanto, "los precios pueden desempeñar un papel significativo en las intervenciones y políticas destinadas a mejorar la calidad de la dieta y prevenir enfermedades crónicas relacionadas con la alimentación".

Tur ha puesto de relieve la importancia de este trabajo "para comprender las dinámicas entre los costes de los alimentos y la calidad de la dieta en poblaciones vulnerables".

Recuerdan los promotores del estudio que otras investigaciones ya habían demostrado el mayor coste de la alimentación saludable y que los padres con menor nivel económico y cultural compran comida menos sana para sus hijos.