La noticia de que el Gobierno y los agricultores habían alcanzado un compromiso para aligerar las protestas no cayó igual en un movimiento diverso y sin liderazgos claros donde muchos no estuvieron de acuerdo con desmovilizar la protesta.

Pasadas las cuatro de la tarde –la hora fijada para empezar a replegar– todavía mascaban la noticia algunos grupos de agricultores con ropa de faena, reunidos en corros junto a sus tractores, máquinas enormes que dejaban pequeñas las fuentes de Príncipe de Viana o Merindades. Allí donde solo unas horas antes habían puesto patas arriba la ciudad por cuarto día consecutivo.

Estaban indignados con cortar a las primeras de cambio y sin contraprestación clara una protesta histórica, surgida al margen de sindicatos o partidos. Pero también había cierta sensación de desamparo, de no saber hacia dónde tirará a partir de ahora el movimiento o si lo hecho hasta ahora –con todo el cansancio y el coste– tiene algún sentido. Una sensación de: bueno, ¿y, ahora, qué?

Uno de esos grupos reunía a una docena de agricultores y ganaderos de la Cuenca de Pamplona. Permanecían en Merindades y estaban muy quejosos con la decisión comunicada por los portavoces del movimiento. “Más que portavoces, porta-nada”, se quejaba Fran Orrio, cerealista de Nuín.

"De satisfechos, nada: nos han vendido humo, no hay nada firmado"

“De satisfechos nada, porque ya he leído por los digitales que salíamos contentos y de eso nada, que quede bien claro: por cuatro pelas nos han vendido”, insistía. Fran, junto con otros colegas, no podía explicarse la decisión cuando “todo el mundo en el grupo de WhatsApp está descontento” y no existía un compromiso claro por parte del Gobierno como para abandonar las calles.

“Lo que nos han vendido es humo, ¡no han firmado nada, no sabemos qué han pactado! Cualquier empresa se pega meses negociando el convenio, ¿y nosotros hemos salido con un acuerdo en dos horas?”, se preguntaba.

La “mala” situación

La situación que viven, dicen, es mala. Y tras las conversaciones con el Gobierno, es “peor que antes”. Así lo veía Chema, otro cerealista del grupo, que no criticaba “a los que se han sentado en la mesa” de negociación pero que no se explicaba cómo después de que la ciudadanía entendiera la importancia de la protesta, todo se acabara.

“De verdad que lo que estamos diciendo es que el trigo de países de fuera es veneno, que la normativa de la agenda 2030 nos cambia la vida de arriba abajo, que la ley de bienestar animal no tiene sentido y se va a cargar la ganadería”, se quejaba. Y todo, según ellos, al dictado de las normas comunitarias, como añadía otro agricultor, Ángel, de cincuenta años, padre de una hija “que no seguirá el negocio”.

“Sembramos lo que nos dice el Gobierno, recogemos cuando nos dicen, nos ponen el precio de los fitosanitarios, y no tenemos margen. Así es imposible seguir”, reflexionaba, antes de lamentar, además, que el repliegue les hace “quedar mal” con una ciudadanía que les ha apoyado. “Les hemos molestado y ahora nos vamos. Hemos quedado como cagancho”.