Dos meses se cumplieron ayer de los ataques terroristas de Hamás que produjeron más de 2.000 muertos entre civiles de Israel. Luego vino la venganza hebrea, que ha multiplicado, como poco, por diez el número de víctimas palestinas.

De entrada, parece mentira que, en la era de la información instantánea, sigamos sin saber prácticamente nada del origen de la espiral macabra. ¿Es posible que los sobrevalorados servicios secretos israelíes no hubieran olido lo que se les venía encima? La hipótesis alternativa es tremebunda. ¿Cabe en cabeza humana que lo supieran y dejaran que ocurriese para justificar la desmedida operación de castigo sobre los habitantes de Gaza?

Por desgracia, es posible que nunca lo sepamos. Aunque hay algo que resulta más desazonador: a casi nadie le importa la verdad. Cada cual se guía por su ideología y ha decidido creer lo que más le conviene a su discurso.

Así es como hay quien ve justa y necesaria la matanza de palestinos y quien se encoge de hombros ante el vil asesinato de israelíes. Y así nos va.

Roba cremas y que te indemnicen

Después de haberse ido de rositas de mil y un marrones de alto octanaje como la falsificación de sus títulos académicos, la carrera política de Cristina Cifuentes se terminó cuando apareció un vídeo que mostraba cómo unos vigilantes de seguridad de un Eroski descubrían en su bolso unos tarros de cremas que no había abonado. “¡No pienso dimitir!”, había venido porfiando chulescamente hasta entonces la presidenta de la Comunidad de Madrid y del PP en esa región. Pero ese día se le pasó toda la arrogancia, bajó la cerviz y dejó todos sus cargos para convertirse en tertuliana pagada a millón.

Su demostración postrera de rostro de alabastro fue denunciar a la empresa en la que le habían pillado robando por no haber custodiado convenientemente los vídeos que demostraban su fechoría. Y como muestra de las leyes vigentes y/o de quienes administran Justicia, el Tribunal Supremo confirmó ayer que la compañía a la que Cifuentes afanó las cremas debe indemnizarla con 30.000 euros del ala. No hay más preguntas, señorías.