La carta llegó en julio, creo, pero a cuarenta grados costaba recordar lo que era el frío, así que se quedó pasando el verano entre otros papeles y no la encuentro, pero da igual, lo que tenga que ser será. La carta, la misma que con ligeras variantes habrán recibido tantas personas cuyas casas tienen calefacción central, avisaba de que ante la subida del gas no quedaba otra que restringir las horas de funcionamiento de la caldera, que, todo hay que decir, ya estaban siendo cada vez menos.

Cuentan las vecinas mayores que cuando se instaló la calefacción central, hace ya unas cuantas décadas, hubo unos primeros años de euforia y el calor durante el invierno era excesivo. Era llegar y dejar a los críos en camiseta de tirantes o abrir las ventanas. Eso y que así se cogen los catarros. No he conocido ese tiempo, pero hasta ahora la casa era ese sitio rico al que volver o del que no querer salir.

Como soy bastante friolera preparo mi estrategia. Busco y me entero de la existencia de una prenda, la sudadera manta gigante, una bata manta con capucha. Las hay también pensadas para compartir, de modo que al efecto de la prenda se suma el calor que pueda irradiar la copropiedad. Son batas que exigen relaciones óptimas. Otra prenda similar pero de largura más reducida se llama snuddie y aporta un aire nórdico de lo más cool. Son diseños que invitan a acercarse al Ártico a cazar focas. Los publicistas son la bomba. También hay mallas y calcetines térmicos y descubro que la coralina es ese tejido suave que recuerda al peluche y con él se fabrican muchos de estos productos y también sábanas. No hay nada como leer. Vuelven la bata y la bolsa de agua caliente.