En Turquía hace tiempo mi amiga del alma Guren y yo tomábamos unos cafés que se podían masticar, más que líquido eran poso. En aquel abismo oscuro que asomaba al fondo de la taza nos podrían haber leído el futuro de tres reencarnaciones sucesivas. Pero teníamos 23 años y ninguna curiosidad por el devenir de las cosas a largo plazo. ¿Qué pedimos, köfte o kebab? Después en algún momento de cambio vital –ha habido bastantes oportunidades– he estado tentada de dejar que me leyera la mano alguna profesional testada por gente de confianza. Tampoco lo he hecho. No es fácil, no ocurre tanto que tu núcleo duro dedique su tiempo a buscar y verificar adivinas. Las habrá buenas, seguro. Pero no sabemos dónde viven. Y descubro ahora que el ojo que todo lo ve podría encontrarse mucho más cerca de lo que creemos, pero nos cuesta verlo. Con un espejo, o dos, resulta más fácil. La respuesta está en nuestro culo. Debe de haber una línea de pseudoconocimiento que rastrea nuestro porvenir en las nalgas. La izquierda es el pasado. La derecha, el futuro. El culo también habla del carácter, por lo visto no puede estar callado. Si es musculoso y con forma de manzana nos cuenta que quien lo lleva desborda carisma, dinamismo y creatividad. Si en la cola de la carnicería tenemos delante un culo carpeta nos hallamos tras alguien vanidoso, negativo y triste. Mejor volver a por la fruta. Esto tiene nombre, pasar el rato, pero también rumpología. La madre de Stallone se dedicaba al asunto y aseguraba que era capaz de avanzar el resultado de las presidenciales norteamericanas leyendo el ano de sus dos Dobermans. Siempre hay quien da un paso más. Este año nos espera un festival de elecciones, municipales, autonómicas y generales. Acuerdos paranormales como el de Vox y Tamames enfocan claramente hacia el culo. Aunque no sé al de quién.