La tarta denominada “Muerte por chocolate” es un postre goloso, denso, húmedo y abundante, que en algunos sitios se conoce también como “Pastel del diablo”. A sus efectos en el paladar y estómago añade los cerebrales, donde el triptófano y la glucosa inducen la producción de serotonina que aumenta el optimismo y el estado de ánimo positivo. El problema llega después, cuando pasa la digestión y afloran los remordimientos si el cinturón aprieta. Este fenómeno es el ejemplo ideal de qué le ha ocurrido al PP con la estrategia de su campaña electoral, en la que voluntariamente se ha alimentado con deleite de encuestas que pronosticaban un resultado mucho más ampuloso que el que finalmente se consiguió, y toda su operatoria se ordenó según ese análisis. Envenenados en la idea de una victoria franca, los movimientos y decisiones que se han tomado estaban pautados por informes que auguraban un crecimiento progresivo en la intención de voto, un deterioro paralelo del PSOE, y la posibilidad irrevocable de sumar mayoría con Vox. Informes que, por su parte, se sustentaban en el trabajo de un par de empresas dedicadas a la sociometría que alardeaban de disponer de una imagen fiel de lo que el elector pensaba hacer ante la urna. El resultado ya se ha visto: Sánchez podrá repetir presidencia si se lo propone, y por el camino ha quedado una llamada al derribo del sanchismo que ha muerto en la orilla, simplemente porque la ejecutoria electoral ha estado basada en herramientas defectuosas.

Sé que es fácil actuar como el jubilado que mira la obra y sabe más que el ingeniero sobre la fragua de los pilares, y que a toro pasado todo se aprecia con más seguridad. Pero conviene repetir eso tan obvio que aquí se ha explicado en alguna ocasión: que las encuestas son los principales vehículos de la desinformación política actual. Y no tanto porque se manipulen, como tantas veces se critica, sino porque simplemente no son la metodología indicada para medir el fenómeno que se quiere pronosticar. Bastaría saber un poco de cómo opera la estadística, qué es una distribución normal, o de qué manera hay que seleccionar las muestras para que representen significativamente a la población, para tener la certeza de por qué casi todo lo que se nos han pronosticado en la campaña ha sido un completo fraude en origen, no una ristra de equivocaciones. Daba risa leer apelaciones al voto útil con argumentos como “en Salamanca estamos a 300 papeletas de sumar otro escaño”, cuando nadie había gastado un euro en hacer una encuesta en esa provincia, porque si lo quisiera hacer con consistencia debería invertir varias decenas de miles. Se ha dado validez microelectoral a muestras de 800 entrevistas telefónicas para toda España, tabuladas por empresas que ni aparecen en el registro mercantil, y cuyo único motivo de existencia parece ser el de sustentar titulares en un periódico digital para captar tráfico. Una tras otra, la intoxicación que se ha vivido ha sido el mayor elemento de confusión para una buena parte de los votantes, a los que se les está diciendo que lo que vale no es su identificación con unas ideas, un liderazgo y un programa, sino el peso táctico de la papeleta. Si una empresa se dedicara a distribuir jamón con triquinosis, se activarían mecanismos para impedir que llegaran al consumidor. Cuando se publican sondeos truchos a paletadas, como si nada.

Volviendo al PP, seguramente su mayor desacierto ha sido tomar como referencia inapelable la petulante seguridad con la que sus sociometristas de cabecera le contaban qué iba a pasar. Se da el caso, además, de que alguno de ellos viene trabajando para el partido y al mismo tiempo para el mercado de los medios de comunicación, con lo que el conflicto de intereses, aunque obvio, se quiso soslayar. Añadamos el hecho de que quien proporcionaba el material necesariamente defectuoso además se prodigaba en entrevistas, rompiendo la idea de que las organizaciones políticas deben disponer de análisis más avanzados, cuantitativos y cualitativos, que los que se despachan en una tertulia. Intoxicados los medios de comunicación y los estrategas de campaña por la misma basura pseudosociológica es como le preguntaban en los platós a Feijóo si ya tenía el nombre de su vicepresidente, y contestaba “sí”, en lugar de decir “no, lo que tengo es el cuchillo entre los dientes hasta acabar la campaña”.