Hay una epidemia de estupidez en el mundo. No lo digo yo, lo diagnosticó el filósofo Javier Sádaba la pasada semana en una conferencia que impartió en Pamplona. “Se dicen tonterías en cualquier momento y no pasa nada, se da la opinión sobre cualquier cosa. Hay tertulianos de vocación o ya casi de nacimiento, y eso me parece que no redunda en nada que tenga que ver con una pedagogía democrática fuerte y una actitud ética firme”. Le sobran los motivos. La experiencia de estos tiempos demuestra que cuanto mayor es la estupidez más repercusión alcanza, cuanto más se afana el estúpido más popularidad obtiene.

Hay profesionales de la estupidez muy bien pagados que arrastran a miles de seguidores cuyo único objetivo en la vida es ser como él o como ella. Sádaba apunta que estos sujetos ya nacen con ese ADN y yo añadiría que existen escuelas para los más rezagados. Destaca una indisimulada vocación en esas gentes por meter ruido, no por armar razonamientos sensatos; por provocar una reacción violenta en lugar de animar una reflexión sosegada sobre lo que nos afecta. La moderación cotiza a la baja. Lo importante es el impacto inmediato que provoca lo que se habla o de lo que se escribe, actuar a ritmo de zasca, “una lucha libre muy infantil con malas consecuencias”, abundaba el propio Sádaba. Lo saco a colación para gente de más edad, pero hay un abismo entre las tertulias del mítico programa de televisión La clave, de José Luis Balbín, y esas discusiones de cola de puesto de mercado disfrazadas de mesa redonda. Desde los despachos se guioniza la opinión acalorada y las personas que tratan de aportar una visión pedagógica no encuentran su sitio. No descarto que esa epidemia de estupidez nos afecte alguna vez a todos los que debemos aparecer en un determinado día en un espacio del periódico, a veces sin tener muy claro lo que queremos aportar, enredados en nuestras ideas, forzando la máquina, buscando caminos para llegar al final porque no hay una puerta de salida a dejar el espacio en blanco. No atisbo un remedio inmediato para esa plaga de la que alerta Sádaba; un confinamiento tampoco creo que mejoraría las cosas. Igual he escrito una estupidez...