Estamos en un momento de tiempos revueltos. Convulsos. Como de vuelta a un pasado oscuro, con poca luz e incertidumbre sobre el futuro. Una época de nuevas fronteras, visibles e invisibles. Muros y corredores humanitarios. Rutas y vallas. Guerras que alejan la paz. Muertes que rompen la vida. Destrucción. Derechos humanos de todo un pueblo aplastados ante la mirada atónita del mundo. Si no había suficiente con el drama humano de la inmigración, con miles de personas desplazadas por mar y tierra, seguimos sumando tragedias. Las guerras, todas, las mediáticas y las olvidadas, incluso las que pensábamos ya superadas, vuelven a llamar a las puertas de nuestra casa y se meten en nuestra vida, con todo lo que conllevan. Da igual a qué distancia caigan las bombas para sentirnos cerca de quienes sufren. Y no podemos quedar al margen. Hay que reaccionar, cada uno o una desde su papel. Todo suma. No se trata solo de ver y leer para tratar de entender lo que pasa, con toda la complejidad del conflicto, buscando fuentes fiables, sino de tomar partido por la paz. Y en ese tomar partido estar al lado de los que sufren y en contra de los que provocan el dolor y arrasan con todo.

Hoy en día nuestro lugar no es solo el territorio en el que vivimos, nuestro lugar es todo el planeta, por eso lo que sucede en Ucrania sacude a Europa y lo que pasa en Gaza y el sufrimiento del pueblo palestino ante el brutal, desproporcionado e inhumano ataque de Israel, como repuesta al de Hamas, con el bloqueo que impide la ayuda humanitaria y desborda los hospitales, no solo nos rompe por dentro, sino que puede convulsionar el mundo. Porque lo que seguro que no tiene fronteras es el sufrimiento, ni el dolor. Y ante tanta barbarie ¿qué podemos hacer? Esa es la pregunta que a escala local y personal muchas nos hacemos. Y la respuesta, más allá de expresiones de solidaridad individual, de ofrecimientos de acogidas a desplazados u otros gestos, creo que debería ser colectiva. Lo es en tanto en cuanto que formamos parte una comunidad local, estatal, europea, internacional... en la que hay que movilizarse y tratar de influir con nuestra opinión, nuestro voto, nuestro compromiso, nuestra actitud y rechazo para tratar de cambiar las reglas de un juego que nos conduce al desastre. Un tablero de juego que también tiene unas dimensiones geopolíticas e intereses que seguramente se nos escapan pero ante las cuales, si defendemos los derechos y la dignidad humana en cualquier momento y lugar seguro que no nos equivocaremos. Los derechos humanos, la defensa de la paz y la solidaridad son universales y no deben tener fronteras. El horror de Gaza las traspasa todas.