El llamado discurso del rey se ha convertido en otra más de las absurdas tradiciones que decoran la época de Navidad. El ritual simplemente forma parte de los protocolos institucionales que rellenan su agenda más o menos laboral, pero llevo tiempo pensando que los equipos que asesoran a Felipe de Borbón, y antes a su padre Juan Carlos, debían de haberles quitado de encima la obligación tonta esta de grabar un discurso en televisión cada Nochebuena. Un cúmulo de perogrulladas sin interés alguno para la inmensa mayoría de la sociedad. Una suma de tópicos, papel mojado, agua de borrajas, que otros le escriben para que Felipe de Borbón se limite a leerlo, eso sí ya sin el entrañable aspecto navideño que lucía ante las cámaras su predecesor antes de tener que huir al exilio a un de las dictaduras islamistas de los petrodólares. Ya se refiera a Catalunya, la nación española, la unidad sacrosanta, las consecuencias de la crisis, la corrupción, la Constitución, la pérdida de prestigio y credibilidad de las instituciones del Estado, empezando por la propia Monarquía, la actualidad geopolítica internacional o la violencia machista no dice nada nunca que no sea lo esperado. Por eso, nunca puede haber una noticia real tras el discurso del rey, sino una sucesión de frases irrelevantes. Es mejor. Tiene escaso interés. No sólo porque las audiencias hayan ido cayendo en picado desde hace años y este año hayan supuesto un batacazo histórico. Sino porque el interés que logra, más mediático y político que social, acaba en un absurdo guirigay de interpretaciones y valoraciones sobre el contenido de sus palabras que se mueve entre el peloteo de quienes asumen sumisamente su condición de súbditos y la crítica de quienes consideran la figura de un rey y el papel de la institución monárquica como insoportables herencias de un pasado medieval que no tiene cabida en una sociedad democrática de la Europa del siglo XXI. O de quienes se ven ninguneados en sus palabras. Aplauden satisfechos siempre los constitucionalistas de pacotilla, los del trinque permanente, esos mismos a los que los contenidos y principios de la Constitución les importan nada y llevan años incumpliendo sistemáticamente esa Constitución de la que se autodesignan valedores únicos. Al contrario, sus actuaciones han ido vaciando de su contenido social, democrático y progresista la misma Constitución que no paran de mencionar como inmutable. A la familia Borbón el discurso de verdad ya se lo dejó atado y bien atado el genocida Franco, cuando nombró a dedo sucesor a Juan Carlos después de que jurase con toda solemnidad los Principios Fundamentales de aquel negro régimen dictatorial y autoritario. Lo peor es tener que escuchar y leer que alguien con esos precedentes diga al resto lo que tenemos que hacer y dejar de hacer. Nada que ganar y mucho que perder para la propia Monarquía. Sería bueno para Felipe de Borbón que se ahorrara ese papel trasnochado de alguien que se sitúa por encima de los demás sin que nadie le haya elegido o votado. Y también que nos ahorrara al resto esa palabrería monótona dirigida al interés de las elites políticas y económicas que pululan genuflexos por la Corte, pero alejada de la realidad de la mayoría de los ciudadanos. De momento, él ha cumplido con su obligación protocolaria institucional y yo con la mía de dedicarle a su tiempo y a sus palabras estas inútiles letras.